
Lakoff no es un ningún
improvisado: es uno de los principales expertos en ciencia cognitiva aplicada
al ámbito de lo político. Estudió en el Instituto de Tecnología de
Massachusetts –el Estado por cierto que gobernó Mitt Romney--, y continuó en la
Universidad de Indiana. Pero su verdadera fuente de conocimiento la obtuvo en
Berkeley, donde se empapó de neurociencia y de ciencia de la conducta.
Con ese bagaje científico que es
la divisa del siglo XXI escribió una obra imprescindible: “Metáforas de la vida
cotidiana” (2001) y un pequeño tratado que marcó como un estigma la ideología
de los demócratas norteamericanos: “No pienses en un elefante” (2007), donde
con sencillez desarmante, explica los motivos por los que el partido del asno
suele estar en desventaja intelectual frente al partido del elefante, es decir,
el republicano.
Los republicanos, según Lakoff,
están más entrenados para enmarcar sus valores y saben explicarlos mejor en
público. Por el contrario, el pensamiento progresista tiende a retorcer con
tecnicismos su discurso axiológico, a veces de manera ininteligible, y a
adoptar finalmente la terminología propia de sus rivales: es decir, piensan en
el elefante que son los otos, y no en el asno, que son ellos. Los demócratas se
condenan así, sin querer, a correr detrás de sus adversarios.
Según Lakoff, Obama actuó de esa
manera a lo largo de su primer periodo como presidente: apenas se instaló en la
Casa Blanca, y por la Oficina Oval circuló una corte de tecnócratas vinculados
con Hillary Clinton. Los genuinos aliados intelectuales de Obama, como lo eran
los premios Nobel Joseph Stiglitz y Paul Krugman, fueron tirados en el camino por
Obama y no volvió a pedirles sus consejos. Craso error. Dice Lakoff: “El acceso
a la Casa Blanca acarrea la posibilidad de nombrar a 3 mil funcionarios; Obama
empleó a los jóvenes afines a Clinton sin reparar en su experiencia ni en sus
credenciales. En esa redada apareció Rahm Emanuel, que, como primer jefe de
Gabinete, contribuyó a aislar al presidente. Un fracaso absoluto”.
El resultado fue que el presidente
se alejó de su base electoral, despojado ya de su poder de comunicación. Por
eso Obama perdió su encanto y su leyenda; se volvió un tecnócrata frío y
distante. “El Obama que entendía intuitivamente el reto de la comunicación se
dejó convencer por los tecnócratas de Clinton cuando se vio en el brete de
gobernar”.
Si bien ganó las elecciones, Obama
no pudo disimular su desgaste ni lucir apocado respecto a su propia campaña de
2008. Y, según Lakoff, su eslogan para esta contienda: “My bet is on you” no
despertó el entusiasmo que hace cuatro años generó el “Yes, we can”. Si Mitt
Romney perdió la contienda fue a causa de su torpeza intrínseca. La gente
quiere y necesita que le hablen de valores y está dispuesta a votar al que, más
allá de sus convicciones íntimas, consiga satisfacer aquel deseo o necesidad del
modo más sencillo y auténtico.
Ni Obama ni Romney hablaron de
valores. Y eso los remitió al sótano electoral de la mediocridad. Nada
será igual para Obama en este segundo periodo. El declive será ineluctable.
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