¿Ganó Obama o
perdió Romney? Gran incógnita. Ninguno de los dos merecía la victoria. Quizá
menos Romney: la mejor explicación de por qué perdió la contienda la escuché en
la película “Érase una Vez en América” hace casi 30 años: Henry Fonda le
dispara a uno de sus secuaces porque usaba unos boxers sujetos con tirantes:
“¿Cómo puedo confiar en un tipo que no le tiene confianza ni a sus propios
calzoncillos?”.
Romney ha dado
tantos bandazos en su trayectoria política, que no le tiene confianza ni a sus
propios principios. Y un político debe asegurarse de que sus principios no caigan
al vacío, como un buen vaquero que sus calzoncillos no caigan al suelo.
Eso sin contar con
que Romney es vergonzosamente timorato, mocho, fastidioso, tedioso, aburrido y
fiel a su esposa. Por eso, en el propio estado que gobernó (Massachusetts), le
inventaron un chiste que lo enaltece sólo entre las abuelitas de mecedora:
“Romney es de esos tipos que cuando le entran ganas de orinar bajo la regadera,
se sale a mear al inodoro”.
Sin duda, la
campaña electoral tan pareja entre republicanos y demócratas se debió a una
elemental aritmética racista: una buena parte de los demócratas no aceptaban a
su candidato por negro, y una gran parte de los republicanos no aceptaban a su
candidato por mormón. De manera que si en un solo candidato se hubiesen juntado
las dos condiciones, negro y mormón, no hubiera votado por él ni Forrest Gump.
Ahora bien, la
ventaja para Obama es que esta victoria le brinda un claro paisaje de lo que se
le presentará en su segundo mandato. Por lo general el futuro es impredecible –
a no ser que lo adivine Mizada Mohamed—y, como también decía Forrest Gump, la
vida suele ser una caja de bombones: “nunca sabes qué te tocará”.
Afortunadamente, Obama sí sabe de antemano qué le tocará: un país
peligrosamente dividido, el peor desempleo masivo desde los años 30, una
recesión que pinta a peor, un Tea Party que lo quiere quemar en leña verde y
una esposa que lo adora. ¿Cuál de esos negros escenarios será peor para el
mulato?
Sobre la adoración
de su esposa, basta recordar aquella anécdota de cuando Barack, siendo senador,
salió muy temprano de casa a dar un discurso ante la convención demócrata y
Michelle le despidió con la siguiente frase histórica: “de pasada compras
insecticida, porque ví hormigas en el lavabo”. De regreso en la madrugada, a
Obama lo recibió ansiosa su mujer no para preguntarle sobre su éxito como
orador, sino por el mandado: “¿trajiste el insecticida?”
No es que ganara
Obama sino que perdió Romney. Lo digo sin ironía. Muy lejos quedaron ambos,
Obama y Romney, de ese encanto casi místico del que sí gozó Ronald Reagan:
ambos hubiesen sido linchados de responder como lo hizo el viejo Ron a las
críticas contra su supuesto hábito de leer la sección deportiva en los
periódicos como primera misión de su día: “Es un dato completamente falso; me
ofende esta calumnia. En realidad, lo primero que leo en los periódicos son las
tiras cómicas”.
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