Ranulfo Romo es el neurofisiólogo mexicano que
mejor conoce el cerebro humano, su funcionamiento, sus células y circuitos
cerebrales: es un sonorense experto, aunque él prefiere decir humildemente que
es un simple apasionado. Está muy interesado en descubrir los secretos de las
funciones cognitivas: cómo almacenamos la información en el cerebro y cómo
aprendemos. Parece que está a punto de descubrir por qué algunos aprendemos
mejor que otros y por eso ha sido candidato al Premio Nobel de Medicina: se lo
darán más temprano que tarde.
Cursó sus estudios en escuelas públicas; se graduó
como médico cirujano en la UNAM y obtuvo su doctorado en la Universidad de París,
Francia. En marzo de 2011 ingresó a El Colegio Nacional, donde leyó un discurso
brillante: “Crónicas cerebrales”. Fue investigador en el Colegio de Francia, en
París; en el Instituto de Fisiología de la Universidad de Friburgo, en Suiza; y
en la Escuela de Medicina de la Universidad Johns Hopkins, en Estados Unidos.
Lo conocí en plena acción en el Instituto de
Fisiología Celular de la UNAM: colocaba microelectrodos en la cabeza de un mono
rhesus, para captar las señales eléctricas que emitían las neuronas del
animalito. Un sistema digital traducía las señales en datos matemáticos. Romo
ha descubierto gracias a este mono rhesus actividades cerebrales relativas a la
percepción y la memoria; la capacidad de decisión humana y la fantasía. Todos
gracias a las neuronas (“mariposas del alma”, las llamaba Santiago Ramón y
Cajal).
El doctor Romo sigue investigando la manera cómo
tan pronto adquirimos información, podemos convertirla en imaginación. Y un
secreto más: cómo las neuronas conforman la memoria. Contra la opinión ahora
generalizada, memorizar no es malo, sino que es una función fundamental: gracias
a que el cerebro almacena información, pensamos y razonamos. Sin memoria no hay
razonamiento. Y añado yo: ni imaginación. Decía Faulkner en “Light in August”
(1932) dando la razón a Romo: “mi memoria imagina y mi imaginación recuerda”.
Según Romo, el cerebro es un órgano genial,
portentoso, que requiere de cuidados: los primeros 9 meses de nuestras vida son
decisivos, al igual que los primeros cuatro años y la adolescencia: en cada una
de estas etapas necesitamos de muy buena nutrición para que el cerebro se
desarrolle bien. Durante la adolescencia el cerebro está saturado de hormonas y
cambia la manera como percibimos e interpretamos la realidad externa. ¿Cómo
arribó a tales conclusiones? Con el método que, por anticipado patentó Sherlock
Holmes: “un poco de observación y de deducción”. Sin olvida, por supuesto a su
mono rhesus.
Por esto días, Romo investiga la coordinación
entre circuitos neuronales cuando responden a varios estímulos a la vez, lo
que ayudará al tratamiento de pacientes que han perdido la capacidad motora o
que sufran disfunciones en el procesamiento de la información que llega al
cerebro. Recrear este “mundo perdido” mediante la manipulación genética es tan
apasionante como cualquier viaje narrado por Julio Verne.
Las investigaciones de Romo sobre el
funcionamiento del cerebro lo han llevado a ser candidato en 2009 al Premio
Nobel de Medicina. Nada más alejado a él que su homólogo en la literatura, el
doctor Frankenstein, y su recomendación timorata: “Aprended de mí el peligro
que supone la adquisición de conocimiento”. Romo regresó a México en los años
80, ya no a adquirir conocimiento sino a impartirlo. Se había marchado a París
sin apoyo de ninguna especie por parte del CONACYT (se opuso a becarlo por puro
burocratismo) y con el respaldo a medias del Instituto Mexicano del Seguro
Social, donde trabajaba en el área de neurociencias. Meses más tarde el IMSS lo
despidió sin mayores explicaciones.
Muchos años después envió un
proyecto de nuevo al CONACYT para la convocatoria del 2009 que le fue aprobado
al poco tiempo, pero es fecha que no le mandan los recursos prometidos. Ya se
ve que para el gobierno mexicano, la ciencia es un “mundo perdido”. Así nos las
gastamos en México: pura grilla y nada de respeto por la educación y el
conocimiento. Al menos, tengamos respeto a profesionistas como Ranulfo Romo.
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