En Estados Unidos le dicen el
adivino. Paul Krugman, Premio Nobel de Economía lo destapó como futuro
Presidente. El New York Times lo
contrató con sueldo de alto ejecutivo. Se llama Nate Silver, tiene 34 años, es
de cuna humilde y predijo con certeza matemática todos los resultados
electorales de los 50 Estados norteamericanos en la reciente elección
Obama-Romney.
Sus predicciones no fueron
casualidad. Las opera sin fallas ni defectos desde hace 4 años. Su método –nada
del otro mundo—es envidiado por las más reputadas casas encuestadoras. ¿En qué
consiste? Algo similar al “scoring” que utilizan los corredores de bienes
raíces: se recolectan datos de diversas encuestas y se les da un valor, un peso
relativo dependiendo de su fiabilidad. El secreto está en la diversidad de sus
fuentes. Y en el algoritmo que utiliza para el resultado final. El instinto y
la intuición no ejercen aquí su dominio.
En el fondo, lo suyo es un
simulador electoral: día con día, con fría paciencia de relojero, Nate Silver
añade datos comiciales y económicos a su método y analiza la frecuencia de los
candidatos ganadores. Cada resultado obtenido lo convierte en un porcentaje. El
grado de confianza de su medición es casi del cien por ciento.
Al igual que muchos encuestadores
mexicanos, colegas suyos (es un decir) Nate Silver se ganó críticas y burlas
varias. Aquí en México, con toda razón. Allá en Estados Unidos sin motivo aparente.
Lo digo porque la mayoría de los encuestólogos en México y Nuevo León son vil
fraude. En la reciente elección presidencial se convirtieron en especuladores
facciosos, tendenciosos y parciales. Si Nate Silver hubiera sumado dichos
resultados “made in México”, se hubiese encontrado con un batidero de
variaciones y discordancias; de opacidad y falta de rigor científico; de pleito
de vecindad para posicionar a sus candidatos-clientes.
Cierto encuestador norteño quiso
explicarme, sin pelos ni señales, que él sí le atinó a la elección presidencial.
Me platicó sus cifras, pero no cómo llegó a ellas. Pobre: se olvida que el IFE
obligó a las casas encuestadoras a que le mostraran por adelantado sus
metodologías. Y que las hicieran públicas en caso de encuestas de salida. Casi
ninguna lo hizo. Mejor hubieran entregado sus bases de datos, muestreos y
cálculos de resultados. No para evidenciar sus secretos de mago, sino para
delatar sus trampas de charlatanes.
Una fortuna para las encuestas en
México: mi amiga, la inolvidable María de las Heras, sí le atinó al resultado
electoral de julio pasado. Un infortunio para las encuestas en México: María de
las Heras murió en agosto pasado, víctima de un cáncer de pulmón.
Que en paz descansen
María y las casas encuestadoras.
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