La campaña tan ordenada del partido demócrata en
EUA que ratificó en la presidencia a Barack Obama fue un ejemplo para los
candidatos electorales en México de los pasados comicios. Un factor de
modernidad digital hizo la diferencia entre unos y otros: el Big Data.
Unos datos previos para entender el contexto: el
tráfico de Internet alcanzará en el año 2016 algo así como 1.3 zetabytes (con
lo que podríamos tapar completamente el globo terráqueo si con esta información
se tejiera una capucha); Facebook procesa diariamente más de 500 terabytes (con
lo que le daríamos 50 vueltas al mundo si con esta información tejiéramos un
hilo), existen 2.400 millones de cuentas en redes sociales y 118 millones de
correos electrónicos que se envían por día desde un total de 3,400 millones de
cuentas de e-mail.
¿Estamos concientes que ya contamos con
algoritmos para archivar, procesar y luego interpretar esta carga sideral de
información? En Estados Unidos, el comité de campaña de Barack Obama lo hizo
con singular acierto aprovechando la información exclusiva de electores de su
país. En México, contando con mismo sistema para hacerlo, nadie lo operó en las
pasadas elecciones federales. ¿Por éticos y honestos? No: por ineptos.
Cada 24 horas se genera en México el 85% de los
datos que se han registrado en las últimas 3 elecciones federales de nuestro
país. Este tráfico es capturado desde las redes sociales, las llamadas a
números telefónicos o SMS vía smartphone e incluso las transacciones que se operan
en Internet. Esta cantidad inconmensurable no sería significativa en términos
de control político en México si no estuviera sistematizada y procesada por
algoritmos. Lo está y aquí reside lo admirable del caso.
Este procesamiento de información digital amenaza
con modificar el desempeño de las campañas electorales, en un sentido similar a
las ventajas que arroja desde hace meses en términos empresariales: fortalece
sus herramientas de marketing y sus alcances financieros al predecir con un
grado de alta precisión los hábitos de consumo y comportamiento de los
clientes, conforme a patrones que la misma información autogenera. Se trata de
una proeza matemática y un gran riesgo sociopolítico.
¿Cómo puede convertirse este algoritmo creado
hace 5 años y que en un principio solo era un complemento en la administración
empresarial en un punto de inflexión para la esfera electoral de México como ya
lo es para EUA? ¿Cómo puede saltar a la arena política cuando hasta ahora en
nuestro país es un mero análisis estadístico en las líneas de montaje
industrial? ¿Por qué se puede convertir en un cambio tectónico en la
correlación de fuerzas nacionales y en un nuevo paradigma?
Un ejemplo para bien del poder empresarial del
Big Data reside en el manejo de millones de registros que varias empresas de
telecomunicaciones en México generan cada minuto. El mismo ejemplo podemos
usarlo para mal en los millones de desechos de interpretaciones con los que el
gobierno pudiera mejorar la experiencia del ciudadano y asegurar su lealtad a
los programas sociales.
¿Por qué digo que en la pasada elección federal
se utilizó para mal por manos inexpertas y profesionales neófitos? Porque
especialmente la candidatura presidencial del PRI no pudo contener la avalancha
de críticas y mofas que se produjeron en su contra en las redes sociales. Las
reacciones y control de daños digital en Twitter y Facebook, fueron torpes,
arcaicas e inexpertas. La elección se ganó legalmente, pero dejó huecos en su
legitimidad.
El análisis de tendencias y de sentimientos de
los usuarios en redes se operaron en México mediante datos rígidos en Excel y
con respuesta automatizada (ausencia de Big Data) y no personalizada y en
tiempo real, como sí lo hizo el Big Data del comité de campaña de Obama. La
diferencia entre una elección y otra en el mundo digital no fue de dinero, sino
de algoritmos.
Los partidos políticos y los candidatos
electorales para el 2015 en México tendrán que aprender de sus vecinos del
Norte, antes de que el futuro nos alcance.
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