Hace un par de
días, a las 4 y media de la mañana tuve que dejar en su casa a un familiar por
la carretera nacional. Mientras circulaba en mi carro, me topé con una
jovencita de escasos 15 o 16 años, en medio de la noche solitaria, pidiendo
auxilio. Cuando bajé el vidrio me comentó, a punto de la histeria, que su carro
estaba sin gasolina y había perdido su celular. ¿Qué hacer en estos casos?
¿Ayudarla con el riesgo de que la joven sea una carnada para ser secuestrado
por delincuentes? ¿Jugarse la vida en un
lance de dados como ese? ¿O mejor acelerar y seguir de frente?
Decidí detenerme. Bajé de mi carro. Me volví para ambos
lados, rogando que no hubiera nadie escondido, al acecho. Ordené a la joven que
subiera a su carro para remolcarla hasta la gasolinera más cercana. A un
kilómetro estaba la primera. Abandonada. La segunda también. El crimen
organizado ha provocado el cierre de muchos comercios sobre la carretera nacional que antes estaban abiertos las
24 horas.
La delincuencia está remodelando para mal el paisaje urbano: avenidas
desiertas, restaurantes vacíos, pueblos fantasmas; temor de circular de noche.
El centro de Monterrey desolado. Los negocios exprimidos por chantajes de
protección. Negocios-pantalla para lavar dinero. Más de 65 mil muertos
repartidos en el territorio nacional. Un camposanto colosal. Muchos de ellos,
víctimas inocentes de una guerra que no era su guerra: sólo les tocó estar en
el lugar y en el momento equivocado. Y los jóvenes con un futuro distópico, si
no remediamos esta situación que no existía en Nuevo León hasta hace algunos
años.
Algo parecido a esta jovencita pidiendo auxilio en medio de
la carretera nacional. Por
fortuna, más adelante, a dos kilómetros, estaba una gasolinera más, está sí con
despachador. Con desconfianza, el hombre surtió de gasolina y luego se metió
corriendo a la caseta. La jovencita me agradeció el auxilio que le di, y luego
se fue como alma que lleva el diablo.
Cuando le conté esta historia a una amiga, me regañó
diciendo: pudo ser una trampa, pudieron secuestrarte, matarte. Mi amiga me
exigió que no volviera a ayudar a nadie en la carretera, en la madrugada. Y yo me pongo a pensar: ¿tanto nos ha
cambiado el crimen organizado, que no nos atrevemos a apoyarnos entre nosotros?
¿Logró la delincuencia acabar con la solidaridad de la gente buena? ¿Se trata
de ser egoístas y vivir sin ver a nuestros semejantes? ¿de seguir de largo en
nuestro carro en caso de ver a una persona pidiendo ayuda en medio de la noche?
El temor acaba por volver insensible a la gente. Termina por hacernos
mezquinos. Es común toparse con una persona lesionada en la calle, y que la
gente pase por encima de ella, sin auxiliarla.
Esto tiene que cambiar. No podemos regalarles esta victoria
a los delincuentes, a los criminales. La vida sin colaboración social no es
vida. Por algo nos formamos en sociedad. Por algo vivimos en comunidad. Yo le
digo a mi amiga que ni modo. Si vuelvo a ver a una persona pedirme ayuda,
desesperada, en medio de la carretera, tendré que frenar y auxiliarla.
¿No
creen ustedes que eso nos hace más dignos? ¿que eso nos
restaura los valores? ¿Que eso es lo que nos hace humanos? Y si además se trata
de una dama la que nos pide ayuda, hasta puede dar su número telefónico. Digo,
para que nos llame cada vez que necesite ayuda.
No hay comentarios:
Publicar un comentario