30 octubre 2012

MI EGO Y YO


¿Quién soy yo y porqué he llegado a ser lo que soy?”. Cuando un hindú, sea yogui o no, escribe un texto, la ultima ratio suele recalar en la misma indagación estimulante sobre el ser y la supuesta autoconciencia.
Saber quien es uno mismo es la certeza más etérea del mundo. Entre los griegos y los romanos se popularizó la frase “Conócete a ti mismo”, que exhortaba a los audaces a acudir a santuarios iniciáticos como el Eusis y el oráculo de Delfos, para someterse a pruebas de resistencia mental y física, en un viaje que culminaba usualmente en la averiguación de quien eres, exactamente
En las escrituras védicas, se cuenta que vivimos la era del Kali iugá (“era de riñas e hipocresías”), período de la Diosa Kali, último de los cuatro ciclos que componen la historia del universo y que comenzó cuando dos ejércitos se negaron a orar en la caída de la tarde, para continuar la carnicería entre tinieblas: fue la guerra de Kurukshetra. Esta etapa, que coincide con la que vivimos en el violento noreste mexicano, se caracterizado por el crimen, el materialismo, el desorden, la codicia y la barbarie. Y será (seremos) el último período antes de que el mundo vuelva a empezar y regrese la Edad de Oro, al Satyá-iugá.
Los Vedas narran estos hechos: describen el Kali iugá como si fuese el México actual, en términos similares a los consignados en las notas de prensa de cualquier medio masivo regiomontano En un entorno así, desmembrado por las riñas y la hipocresía, la violencia y la falta de solidaridad social, las personas se olvidan de quienes son. Y para remediar esta amnesia colectiva, los Vedas proponen un juego milenario, escrito en sánscrito. Lo denominan el Vichara, que significa “juego de la indagación del yo” y trata de averiguar quienes somos.
El juego consiste en lo siguiente: en un papel se escribe la pregunta con espontaneidad “¿Quién soy yo?”. El jugador tendrá que responder como si fuera escritura automática, con total ligereza; dos minutos como máximo para su respuesta. En seguida, se repite la misma pregunta: “¿Quién soy yo?”, pero el jugador tendrá que dar una respuesta despojado de cualquier referencia corporal: no puede aludir a su imagen: a su estatura, complexión, tez o señas particulares. No pueden decir soy hombre, soy mujer, soy alto, soy bajo.  Por tercera vez responderá a la pregunta: “quien soy yo”, sin recurrir al mínimo dato biográfico; sin referirse a ideas y creencias, filias o fobias, simpatías o diferencias; no podrá escribir sobre sus aficiones, o si es fan de algún equipo de futbol, cantante, artista, partido político o religión. Una vez atendida esta pregunta, repetida tres veces, el jugador no sabrá todavía quienes es, pero habrá dado el primer paso para averiguarlo, porque ya tendrá claro quién no es.
No somos nuestro cuerpo que cambia fisiológicamente: se sabe que cada siete años las células del organismo se regeneran por completo. Sin embargo, mantenemos la conciencia de nuestra identidad propia. Seremos más viejos, nos saldrán arrugas y canas, achaques múltiples y se reducirá nuestra estatura, pero seguiremos teniendo conciencia del yo, que es lo contrario del ego. La biografía puede cambiar y lo mismo puede pasarle a nuestras ideas y creencias, pero pese a esta mutación de tendencias, hábitos y gustos, uno mantiene la conciencia de la propia identidad.
¿Cómo ser felices? Los Vedas sentencian que averiguando quienes somos. Aquellos que lo saben conocen el rol que le corresponde en la vida y el universo. Y son como anticipos del retorno a la Era de Oro, a la Satyá-iugá. Eso es sabiduría.  Por el contrario, quien no sabe quien es, está sometido a los vaivenes del dolor eventual y a la costumbre de padecer en lo físico y lo mental. 

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