¿Quién soy yo y porqué he llegado a ser lo que
soy?”. Cuando un hindú, sea yogui o no, escribe un texto, la ultima ratio
suele recalar en la misma indagación estimulante sobre el ser y la supuesta
autoconciencia.
Saber quien es uno mismo es la certeza más etérea
del mundo. Entre los griegos y los romanos se popularizó la frase “Conócete a
ti mismo”, que exhortaba a los audaces a acudir a santuarios iniciáticos como
el Eusis y el oráculo de Delfos, para someterse a pruebas de resistencia mental
y física, en un viaje que culminaba usualmente en la averiguación de quien
eres, exactamente
En las escrituras védicas, se cuenta que vivimos
la era del Kali iugá (“era de riñas e hipocresías”), período de la Diosa
Kali, último de los cuatro ciclos que componen la historia del universo y que
comenzó cuando dos ejércitos se negaron a orar en la caída de la tarde, para
continuar la carnicería entre tinieblas: fue la guerra de Kurukshetra. Esta
etapa, que coincide con la que vivimos en el violento noreste mexicano, se caracterizado
por el crimen, el materialismo, el desorden, la codicia y la barbarie. Y será
(seremos) el último período antes de que el mundo vuelva a empezar y regrese la
Edad de Oro, al Satyá-iugá.
Los Vedas narran estos hechos: describen
el Kali iugá como si fuese el México actual, en términos similares a los
consignados en las notas de prensa de cualquier medio masivo regiomontano En un
entorno así, desmembrado por las riñas y la hipocresía, la violencia y la falta
de solidaridad social, las personas se olvidan de quienes son. Y para remediar
esta amnesia colectiva, los Vedas proponen un juego milenario, escrito
en sánscrito. Lo denominan el Vichara, que significa “juego de la indagación
del yo” y trata de averiguar quienes somos.
El juego consiste en lo siguiente: en un papel se
escribe la pregunta con espontaneidad “¿Quién soy yo?”. El jugador tendrá que
responder como si fuera escritura automática, con total ligereza; dos minutos
como máximo para su respuesta. En seguida, se repite la misma pregunta: “¿Quién
soy yo?”, pero el jugador tendrá que dar una respuesta despojado de cualquier
referencia corporal: no puede aludir a su imagen: a su estatura, complexión,
tez o señas particulares. No pueden decir soy hombre, soy mujer, soy alto, soy
bajo. Por tercera vez responderá a
la pregunta: “quien soy yo”, sin recurrir al mínimo dato biográfico; sin
referirse a ideas y creencias, filias o fobias, simpatías o diferencias; no
podrá escribir sobre sus aficiones, o si es fan de algún equipo de
futbol, cantante, artista, partido político o religión. Una vez atendida esta
pregunta, repetida tres veces, el jugador no sabrá todavía quienes es, pero
habrá dado el primer paso para averiguarlo, porque ya tendrá claro quién no es.
No somos nuestro cuerpo que cambia fisiológicamente:
se sabe que cada siete años las células del organismo se regeneran por
completo. Sin embargo, mantenemos la conciencia de nuestra identidad propia.
Seremos más viejos, nos saldrán arrugas y canas, achaques múltiples y se
reducirá nuestra estatura, pero seguiremos teniendo conciencia del yo, que es
lo contrario del ego. La biografía puede cambiar y lo mismo puede pasarle a
nuestras ideas y creencias, pero pese a esta mutación de tendencias, hábitos y
gustos, uno mantiene la conciencia de la propia identidad.
¿Cómo ser felices? Los Vedas sentencian que averiguando quienes
somos. Aquellos que lo saben conocen el rol que le corresponde en la vida y el
universo. Y son como anticipos del retorno a la Era de Oro, a la Satyá-iugá.
Eso es sabiduría. Por el contrario, quien no sabe quien es, está sometido
a los vaivenes del dolor eventual y a la costumbre de padecer en lo físico y lo
mental.
No hay comentarios:
Publicar un comentario