En Europa existe un concepto
urbano llamado “Shared Space” (espacios compartidos en su traducción literal).
Este proyecto fue financiado por la Unión Europea para ciudades-piloto del
Viejo Continente. Su primera fase concluyó en 2008 y fue promovido en
Dinamarca, Holanda y Bélgica, entre otros países. Inició hace varios años en
Friesland, provincia al norte de Holanda, gracias a la inventiva del ingeniero
Hans Monderman, un urbanista de prestigio mundial.
“Shared Space” es una técnica que
aboga por desregular el tráfico vehicular, rediseñando el espacio público. Su
propósito inicial consiste en introducir nuevos criterios en la vida urbana,
eliminando cualquier señalanización reguladora en calles y avenidas. Sigue la
experiencia de funcionamiento de espacios compartidos, basados en la premisa de
que los ciudadanos operan en colaboración social sin necesidad de regulaciones
excesivas, sino apelando a su solidaridad. Los vehículos, peatones y ciclistas
coexisten en un mismo entorno, en espacios amigables para peatones (pedestrian friendly streets). Un lugar
de tráfico debe convertirse en un lugar de encuentro.
¿Cómo operan en la práctica los
espacios compartidos? Simple: se suprimen marcas viales en el pavimento,
división de carriles, pasos peatonales y estacionamiento. Por otro lado, se
eliminan semáforos y señales verticales de reducción de velocidad. Inicialmente
se debe aplicar en áreas residenciales, con moderado volumen de tráfico, para
luego ampliarlo a otras zonas citadinas. No es fácil echar a volar la
imaginación tan anquilosada: un pueblo sin señales de tránsito.
Este es el rasgo operativo de una
filosofía urbana que, sin duda, tiene sus fuertes detractores. El criterio
principal consiste en animar un comportamiento corresponsable de los
ciudadanos, que redunde en términos de seguridad y de calidad de vida. ¿Pero
podríamos tropicalizar en alguna ciudad de México este concepto también
denominado “calles para vivir”? ¿Realmente el tráfico rodante podría coexistir
con el peatonal y el ciclista, dando prioridad a estos últimos en ciudades casi
ingobernables como Monterrey o con escasa cultura cívica, ya no digamos vial
como San Nicolás o Guadalupe, donde los espacios compartidos no se atienden en
términos de igualdad?
Una solución a estas reservas
mentales la ofrece el propio programa “Shared Space”: mediante un rediseño
urbano, se emplean diversos mecanismos disuasorios para controlar
“subjetivamente” el paso de vehículos pesados u obligando a reducir la
velocidad del tránsito vehicular. Se modifica el mobiliario urbano, los
espacios de estacionamiento, las áreas verdes, alternándolas de un lado a otro
de la calle, para impedir trayectorias rectas y creando dificultades para los
vehículos. A esta reforma urbana se añade el uso de adoquines y ladrillos en
vez de carpeta asfáltica. En suma, no son calles ordinarias, ni avenidas
fluidas.
Más de un experto urbanista me
asegura que operando estas reformas, ninguna ciudad por ingobernable que sea,
lo mismo Monterrey que Guadalupe o Santa Catarina se resistirán a este plan ciudadano
de recuperar el entorno urbano para los ciudadanos y sus hijos.
Mi reparos están en la inversión
que demandan: reconstruir las calles de San Nicolás (mobiliario, vegetación,
etcétera) es costoso y arriesgado, dada la volubilidad e ignorancia de muchos
de estos alcaldes. Su incultura es vergonzosa. Por otro lado, está la deuda
pública descontrolada, y, por supuesto, la inseguridad y el crimen organizado.
No se puede mejorar la cultura cívica cuando una sociedad vive amenazada y con
terrores tribales. Es como una condena bíblica. Pero tendremos que inventar
salidas. Espacios compartidos es una de ellas.
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