En su novela “Bleak House” (1853)
Charles Dickens retrata al progresista moderno; es la señora Jellyby,
samaritana idealista y de buenas intenciones, pero que descuida a su esposo y a
sus hijos. El autor define el liderazgo moral de la soñadora mujer como
“filantropía telescópica”: noble de corazón para lo lejano, ingrato corazón en
corto.
Barack Obama es un filántropo
telescópico: noble de corazón para soltar discursos en telepronter, pero pésimo
para rendir cuentas a desempleados, negros e hispanos. ¿Volvió Obama a ser el
líder moral tras el segundo debate presidencial? Sí, pero quizá sea tarde.
Durante el primer encuentro, el Presidente falló en la forma y en el fondo. En
la forma, porque se mostró vacilante y pasivo. En el fondo, porque soltó una
retahíla de cifras y datos concretos que no decían nada a nadie. Y a los
votantes indecisos, no les atraen los timoratos ni los contadores.
Obama no es ningún timorato: lo
demostró con creces en este segundo debate. Obama tampoco es un contador, a
menos que lo sea como contador de storytelling,
que lo hace bien como en este segundo debate. Por eso le ganó la partida a Mitt
Romney: en forma y fondo. Pero insisto que quizá fue tarde para el único
presidente negro en la historia de EUA.
¿Por qué? Simple: en cada
representación pública (que mucho tiene de teatro y simulación), la gente busca
un líder moral, no un timorato y menos un contador. Pero los liderazgos morales
se cultivan con constancia. Y como quedó demostrado en el primer debate, Obama,
filántropo telescópico, no es un líder constante. No lo fue porque cuando subió
a tribuna, olvidó en casa cinco principios-clave que según George Lakoff
definen al verdadero líder: proclamar sus valores, ser empático, comunicar
claramente, parecer auténtico y despertar optimismo.
Si le falta uno de estos
principios-clave, malo para el supuesto líder; pero si carece de más de uno de
estos principios-clave, que Dios lo agarre confesado: su carrera política irá
más pronto que tarde en caída libre. Obama sabe proclamar valores apropiados
pese a que en el primer debate no lo hizo; Romney sí (aunque con el pequeño
problema que no tiene valores definidos y menos apropiados). Obama es empático;
Romney no, pero en el primer debate sí lo fue, y en dos horas se echó al
bolsillo a las electoras. Obama comunica con claridad; pero en el primer debate
no lo hizo y Romney sí. Obama es auténtico; Romney sólo lo parece. Y
finalmente, Obama no es optimista (anda de capa caída) y Romney sí.
Si a pesar del segundo debate, cuando Obama le dio una relativa paliza, la tendencia electoral se
mantiene en un empate técnico, es probable que Mitt Romney sea el próximo
presidente de Estados Unidos. Y nos daremos cuenta irónicamente, que vale más
proclamar valores (aunque no se tengan definidos) que tenerlos y no saberlos
proclamar.
No seré capaz de traer la fórmula
de George Lakoff a México y menos de aplicar cada uno de sus
principios-clave a nuestras autoridades públicas, en su mayoría filántropos
telescópicos: dicen una cosa y hacen otra. No preguntaré si desde el gobernador
hasta los alcaldes cumplen con proclamar sus valores, ser empáticos, comunicar
claramente, parecer auténticos y despertar optimismo. Vamos de gane si cuentan con
alguno de éstos principios. Tampoco diré que al carecer de ellos, sus carreras
políticas irán en caída libre, porque la hipótesis ya se hizo realidad y
estamos todos despeñados en el suelo, junto con ellos.
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