Llegó
a Monterrey una película que todos los padres de familia deben ver: “Después de
Lucía”, del director mexicano Michel Franco. Ha sido premiada en Cannes y en el
Festival de Cine de San Sebastián, además de ser nominada al Oscar. El tema es
casi el mismo a otro publicado en los diarios del mundo hace algunos días.
El
caso real es más vergonzoso que el de cualquier película: una niña canadiense de
doce años entró un día a Internet. Conoció a un niño de su edad y se hicieron
amigos. Llegaron a intimar virtualmente por Facebook al punto que el niño le
pidió le mostrara los pechos por webcam para tomarle unas fotografías. Su
amiguita obedeció, sin saber que el niño era en realidad un imbécil treintañero,
sátiro infame que la ciberacosó hasta publicar una página en Facebook con las
fotografías de sus senos al aire.
Cada
amigo, familiar, vecino de la niña, recibió viralmente estas fotografías: la
difundieron a su vez con escarnio y burla por redes sociales. Entre todos, con
o sin mala intención, arrastraron a la niña a ocultarse de ciudad en ciudad, a alcoholizarse
y drogarse para olvidar la humillación pública y a cortarse varias veces los
brazos. Luego de un par de años de hostigamiento general, el bullying contra la
niña ya no fue solamente culpa del treintañero lujurioso, sino también de sus
compañeros de escuela, de sus vecinos, de sus propios profesores y familiares.
Hoy
la niña está muerta: se colgó en el baño de su casa. Horas antes de suicidarse,
dejó un video en Youtube, con el rostro semioculto:“Estoy luchando para
permanecer en este mundo, porque todo lo que me toca me deprime profundamente
(…) Espero poder mostrar que todo mundo tiene una historia. No tengo a nadie.
Necesito a alguien. Nunca podré recuperar esas fotos; estarán ahí para siempre.
Me llamo Amanda Todd”.
Amanda
Todd se equivocaba: ningún niño, ninguna niña tiene una “historia” en el
sentido moral: son los otros, los demás, quienes le forjan una “historia” a
base de enjuiciamiento y linchamientos injustos. Así sacamos la bestia que los
seres humanos llevamos dentro. Ya muerta la niña, los políticos canadienses
–pero bien pudieron haber sido mexicanos -- se pronunciaron indignados en
televisión y en la prensa en contra del bullying y el acoso cibernético. Hace
algunos días, los hackers de Anonymous dieron con el pedófilo treintañero:
publicaron su nombre y la dirección de su domicilio (Nueva Westminster, en la
provincia canadiense de Columbia Británica). Más veloz que un chisme en
Internet, la policía lo dejó libre por falta de pruebas. En cambio, las
fotografías de la autopsia, con el cadáver desnudo de la niña, se ha vuelto un
hit en redes sociales: son ya millones los visitantes morbosos que visitan
estas fotografías de la morgue.
En
México, 40 por ciento de los menores han sufrido bullying en circunstancias
similares a las de Amanda Todd. Las cifras son exorbitantes. Peor que en
Canadá. 50% de los suicidios de niños mexicanos se deben a causas semejantes a
las de Amanda Todd. Todos los niños mexicanos, víctimas de acoso sexual y de
ciberacoso, son Amanda Todd.
¿Qué
hacer para evitar que se repitan casos de bullying? Estar cerca de
los hijos y conocerlos a fondo. Ponerse en su lugar antes de juzgar su
comportamiento y planificar su educación (los adolescentes son más sensibles a
la empatía o al rechazo social que nosotros los adultos, por eso son más
receptivos al manejo de las redes sociales). Recordar que el cerebro de un
adolescente funciona en términos neurofisiológicos diferentes al nuestro. Tener
presente que el sistema límbico (el asociado a la toma de riesgos) es más
sensible durante la adolescencia. Detectar cuándo pueden ser víctimas de
posible ciberbullying.
En
Nuevo León hay una gran cantidad de casos de acoso sexual a menores de edad
como los que consigna la película “Después de Lucía”: tomemos conciencia para
denunciarlos oportunamente, en memoria de tantos pobres chicos y chicas como la
canadiense Amanda Todd.
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