25 octubre 2012

DESPUÉS DE AMANDA TODD


Llegó a Monterrey una película que todos los padres de familia deben ver: “Después de Lucía”, del director mexicano Michel Franco. Ha sido premiada en Cannes y en el Festival de Cine de San Sebastián, además de ser nominada al Oscar. El tema es casi el mismo a otro publicado en los diarios del mundo hace algunos días.
El caso real es más vergonzoso que el de cualquier película: una niña canadiense de doce años entró un día a Internet. Conoció a un niño de su edad y se hicieron amigos. Llegaron a intimar virtualmente por Facebook al punto que el niño le pidió le mostrara los pechos por webcam para tomarle unas fotografías. Su amiguita obedeció, sin saber que el niño era en realidad un imbécil treintañero, sátiro infame que la ciberacosó hasta publicar una página en Facebook con las fotografías de sus senos al aire.
Cada amigo, familiar, vecino de la niña, recibió viralmente estas fotografías: la difundieron a su vez con escarnio y burla por redes sociales. Entre todos, con o sin mala intención, arrastraron a la niña a ocultarse de ciudad en ciudad, a alcoholizarse y drogarse para olvidar la humillación pública y a cortarse varias veces los brazos. Luego de un par de años de hostigamiento general, el bullying contra la niña ya no fue solamente culpa del treintañero lujurioso, sino también de sus compañeros de escuela, de sus vecinos, de sus propios profesores y familiares.   
Hoy la niña está muerta: se colgó en el baño de su casa. Horas antes de suicidarse, dejó un video en Youtube, con el rostro semioculto:“Estoy luchando para permanecer en este mundo, porque todo lo que me toca me deprime profundamente (…) Espero poder mostrar que todo mundo tiene una historia. No tengo a nadie. Necesito a alguien. Nunca podré recuperar esas fotos; estarán ahí para siempre. Me llamo Amanda Todd”.
Amanda Todd se equivocaba: ningún niño, ninguna niña tiene una “historia” en el sentido moral: son los otros, los demás, quienes le forjan una “historia” a base de enjuiciamiento y linchamientos injustos. Así sacamos la bestia que los seres humanos llevamos dentro. Ya muerta la niña, los políticos canadienses –pero bien pudieron haber sido mexicanos -- se pronunciaron indignados en televisión y en la prensa en contra del bullying y el acoso cibernético. Hace algunos días, los hackers de Anonymous dieron con el pedófilo treintañero: publicaron su nombre y la dirección de su domicilio (Nueva Westminster, en la provincia canadiense de Columbia Británica). Más veloz que un chisme en Internet, la policía lo dejó libre por falta de pruebas. En cambio, las fotografías de la autopsia, con el cadáver desnudo de la niña, se ha vuelto un hit en redes sociales: son ya millones los visitantes morbosos que visitan estas fotografías de la morgue.
En México, 40 por ciento de los menores han sufrido bullying en circunstancias similares a las de Amanda Todd. Las cifras son exorbitantes. Peor que en Canadá. 50% de los suicidios de niños mexicanos se deben a causas semejantes a las de Amanda Todd. Todos los niños mexicanos, víctimas de acoso sexual y de ciberacoso, son Amanda Todd.
¿Qué hacer para evitar que se repitan casos de bullying? Estar cerca de los hijos y conocerlos a fondo. Ponerse en su lugar antes de juzgar su comportamiento y planificar su educación (los adolescentes son más sensibles a la empatía o al rechazo social que nosotros los adultos, por eso son más receptivos al manejo de las redes sociales). Recordar que el cerebro de un adolescente funciona en términos neurofisiológicos diferentes al nuestro. Tener presente que el sistema límbico (el asociado a la toma de riesgos) es más sensible durante la adolescencia. Detectar cuándo pueden ser víctimas de posible ciberbullying.
En Nuevo León hay una gran cantidad de casos de acoso sexual a menores de edad como los que consigna la película “Después de Lucía”: tomemos conciencia para denunciarlos oportunamente, en memoria de tantos pobres chicos y chicas como la canadiense Amanda Todd.  

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