En una reciente visita a la Universidad de Texas asistí a un debate informal sobre la venta y tráfico de armas en México. Expliqué que los mexicanos no podemos legalmente poseer ni portar armas reservadas para uso exclusivo del Ejército, cosa que a mi juicio estaba muy bien, aunque no se cumpla en la práctica.
Acaso el público, en su mayoría jóvenes estudiantes, serían republicanos, porque primero con un siseo y luego con una rechifla obscena respondieron a mi impopular acotación. Entiendo que la Asociación Nacional del Rifle (National Rifle Association), con más de 4 millones de socios activos (y bien armados), ha invertido fuertes cantidades de dinero para promover un ideal casi místico para ellos: defender el derecho a poseer armas de fuego, sobre todo de grueso calibre. Amén.
El éxito de dicha cruzada se refleja en la rechifla que recibí y en una especie de recomendación airada para reformar la constitución mexicana, con una conclusión masiva que me dejó abrumado: “los intentos de control no hacen sino elevar los incentivos”, que traducido al buen entendedor significa: “los intentos de controlar las armas de fuego no hace sino elevar las ganas de poseer y portar una”.
Lo cierto es que si uno no es narcotraficante en México, y desde luego si uno no es militar (juro que no son sinónimos) es casi imposible hacerse de una de estas armas prohibidas, lo cual habla de ciertos gramitos de civilidad que todavía se esparcen por el violento territorio patrio.
“¿No puedes comprarla allá?” me espetó un joven regordete de aspecto oriental y ojos de rayita: “pues entonces hazla”. A primera instancia, no entendí el reto que me planteaba el pequeño Shaolin con gafas, hasta que amplió su argumento: “Unos compañeros están a punto de terminar aquí el diseño empresarial para crear armas de fuego caseras en tercera dimensión (3D), utilizando la tecnología de impresión. Ya producimos armas calibre .22 y las llamamos Wiki-Arm, y es la primera arma de defensa personal para imprimir en Texas”.
Para quien no esté al tanto de las novedades en cacharros electrónicos, aclaro que una impresora en tercera dimensión es capaz de construir piezas volumétricas mediante diseños digitales. ¿Cómo funciona? Muy simple: uno mete en una especie de horno de microondas los insumos adecuados (plástico, metal, etcétera) y la dichosa máquina los funde y modela por capas, hasta que sale no la dulce tarta de la abuela, sino un vaso de cerámica o una cuchara de metal. Su principal producción, aún en fase beta, son las prótesis médicas. Hasta ahora en México sólo algunas instituciones educativas como la UANL y acaso el ITESM cuentan con uno o dos de estos artefactos que pronto podrán instalarse como un electrodoméstico más, en la cocina o en el garaje de nuestras casas.
Si no le entendí mal a Pequeño Saltamontes, cualquier aspirante a delincuente podrá imprimir con su 3D (a un costo aproximado de mil dólares) y desde la comodidad de su hogar una potente pistola 9 mm con la cual hacer de las suyas a sus vecinos de barrio. Ya es posible descargar gratuitamente de Internet el esquema de diseño y construir la bonita arma de grueso calibre con la facilidad de un clic. ¿Sorprendente, no?
Karate Kid me miraba con un regusto de satisfacción altiva: “En Estados Unidos, país de vanguardia a diferencia del tuyo, no es ilegal construir nuestras propias armas. Además, la ventaja es que solo será letal una vez: luego de usarse se puede proceder a fundir el plástico del que está hecha en la impresora 3D, el mismo que se usa para hacer Legos”. Tan avanzados están los jóvenes inventores que en menos de un año, allá por agosto de2013, podrán imprimir los componentes de un AR-15, rifle de asalto semiautomático.
“¡Claro!” le respondí al instante a Kung-Fu Panda para no quedarme atrás: “un AR-15 como el que disparó el serial-killer del cine de Aurora Colorado, o como los que usan los narcos cada semana para matar indocumentados en Tamaulipas”. Por primera vez en la jornada, los jóvenes celebraron mi aseveración con un aplauso.
Asentí amable con la cabeza, antes de reflexionar en silencio que no solo el Tío Sam estaría orgulloso de estos geniales jóvenes creativos, sino que el propio Chuck Norris (que suele matar 485 orientales con una sola de sus ultra-patadas voladoras), estaría orgulloso de estas nuevas generaciones de gringitos.
Y es aquí cuando se vuelve oportuna la bendición patriótica que suelen entonar los gabachos con la mano derecha posada en el corazón: “God Bless, America”
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