El dato es revelador: en México varios
gobernadores rondan los 35 años, de manera que son parte de la actual
generación visual y, apurando un poco el término, de la generación de los videojuegos.
No es asunto menor que dichos mandatarios estatales, lo mismo de Veracruz que de
Quintana Roo, sean aficionados (a veces con una intensidad rayana en la
obsesión) al World of Warcraft, o al futbol del Xbox 360.
A diferencia de sus colegas mayores de 50 años, tales jóvenes políticos registran el mismo tipo de cambio hormonal cuando
experimentan vivencias reales que virtuales; es decir, cuando se enfrentan a un
conflicto social, que cuando se enfrentan a un adversario en el tenis del Wii.
Y no se trata de una broma, sino de un hecho científicamente comprobado.
Ahora bien, advierto que es una tendencia
generacional, no un hábito malsano: son apenas una muestra
representativa de los 11 millones de miembros de su generación registrados en
el mundo digital que sumados, han pasado jugando desde hace 8 años, 50 mil
millones de horas, pegados al Internet.
Lo peor es que, por lo pronto, los científicos
están de su lado: está comprobado que los videojuegos aumentan la capacidad perceptiva
y de toma de decisiones. Los usuarios de videojuegos como el gobernador Beto
Borge de Quintana Roo, o como el nuevo novio de la cantante Anahí (la de RBD),
suelen mejorar su visión nocturna y la coordinación ocular/manual, sin contar
con que manipulan con excelencia objetos en tercera dimensión, saben combinar
concentración y gratificación en un videojuego, y liberan dopamina además de
otros neurotransmisores, como si practicaran ejercicio físico.
Finalmente, según un reciente estudio de la
Universidad de Rochester, como todos los buenos videogamers, estos
gobernadores prestan atención a más de cinco cosas a la vez, en comparación con
las cuatro cosas que puede atender una persona normal.
El problema nace cuando uno se pregunta para qué
carajos queremos gobernadores con capacidad para mirar en la obscuridad, que
liberan dopamina todo el santo día y con capacidad para prestar atención a
cinco cosas a la vez, si estas cinco cosas no tienen nada que ver con asuntos
públicos, sino con líos de faldas y otros devaneos hormonales ajenos a nuestra
incumbencia.
Y no traigo a colación las pruebas de que los videojuegos violentos alteran funciones neuronales
asociadas al control emocional. El uso compulsivo de videojuegos se asocia también
a sobrepeso, introversión y tendencias depresivas. ¿Algún caso conocido para
los lectores de gobernadores gordos, acomplejados y dopados?
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