El mundo gira y las cosas cambian: cuando la Guerra Fría estaba en su apogeo, el gobierno de EUA acusaba a la URSS de espiar, mientras él, como buen Vigía de Occidente, sólo vigilaba al enemigo, "para garantizar la libertad de la civilización occidental". La diferencia entre ambas acciones no era menor: espiar no es lo mismo que vigilar; el totalitario Estado soviético espiaba a individuos; EUA vigilaba Estados represivos. Uno lo hacía por maldad, otro por justicia. Los métodos eran iguales, pero los propósitos eran opuestos. Ya se sabe el chiste: mientras en EUA los televisores se usaban para verlas, en la tierra de Stalin se usaban para que te vieran.
Pero un buen día el Muro cayó, el comunismo murió e Internet nació. EUA se quedó como lobo solitario, sin saber qué hacer con el mundo y con la "libertad de la civilización occidental". Y se dedicó a hacer lo que mejor sabía: espiar (no, perdón), vigilar (no, perdón), protegernos (bingo). A la fecha, la mayor afición de Bush y sus cómplices neoconservadores es filtrarse a la casa de uno a buscar terroristas por debajo de la mesa, entre los clósets, la regadera y en medio de la sábana. Su técnica de "protección activa" se sofisticó. Los aviones Predator sobrevuelan y espían territorio Iraquí a control remoto, dirigidos a distancia por un técnico en informática, desde una base en Las Vegas. Si esto lo hace para países extranjeros, para espiar, o más bien vigilar, o más bien proteger, a sus propios ciudadanos, utiliza recursos del más alto refinamiento técnico. Para obtener los datos de tendencias, gustos, aficiones, hábitos y pecadillos veniales de sus ciudadanos, al gobierno de Bush le basta con pedírselo a las empresas puntocom. Así de sencillo.
Poco después de que el 9/11 cimbrara metales, acero, vidrio, concreto y la estabilidad del país más poderoso de la tierra, se aprobó la Pariotic Act, que facultaba a Bush a entrometerse en la vida privada de sus ciudadanos sin orden judicial de por medio. Todos los individuos, jóvenes o viejos, mujeres u hombres son terroristas casi confesos a menos que demuestren lo contrario. Pero ahí no para el ultraje. Desde hace algún tiempo, Yahoo!, Microsoft, Google y AOL fueron conminados a que entregasen al gobierno una muestra aleatoria de las búsquedas de sus usuarios, con el pretexto de recabar pruebas contra la pornografía infantil. ¿Es que acaso no era el terrorismo la única excepción a la protección de la privacidad individual? ¿no era la única causa para limitar los derechos civiles?
Las compañías cumplieron con la orden del Gobierno Federal. Pero algunas dieron un paso más al frente y se atrevieron a publicar los millones de búsquedas realizadas por sus miles usuarios identificados por un número (ID); base de tatos que habían entregado, previa encriptación, meses antes al gobierno. Una gran cantidad de hackers y crackers hicieron su agosto con la información que les cayó del cielo; desencriptaron, cruzaron cifras, cotejaron datos, y acabaron por revelar la identidad de quienes se ocultaban detrás de los números.
Cualquier internatura que le guste el espionaje o que tenga algunas horas de ocio, todavía puede apropiarse de esa lista numérica para hacer sus propias cábalas, con las que desnudará a miles y miles de cibercongéneres, y, con un poco de habilidad adicional, podrá reconocerse de cuerpo entero detrás de algún numerito nada discreto. La diversión, (no sé si la dignidad personal), está garantizada.
Al darse cuenta de su descuido, estas empresas, como AOL, se rasgaron las vestiduras, se flagelaron públicamente y pidieron disculpas a sus clientes, pero el mal ya se había propalado por la red. Como quien dice, taparon el pozo después de ahogado el niño. Miles de identidades con su código revelado de nombres propios, emails, chats, aficiones confesables e impúdicas, gustos fútiles u obscenos, webs y blogs de mayor o menor calado, se han distribuido a merced del morbo de los demás; algunos provocan la risa, otros la indignación, otros la indiferencia, otros son, a no dudarse, carne de presidio; pero todos representan elementos de privacidad de usuarios, exhibidos en los servicios de la web, sin recato y sin posibilidad de denuncia judicial alguna.
El dilema no es si estas empresas actuaron de buena o mala fe, cándida o dolosamente, sino en la facilidad con que se conculcan los derechos civiles por culpa del gobierno de EUA y de muchas empresas particulares, que a pesar de considerarse personas morales, en el fondo actúan como individuos sujetos a la estupidez, la inquina y las bajas pasiones netamente humanas. Y si estas acciones de exhibicionismo injusto (que por lo visto no ilegal) sigue proliferando en el futuro, el temor de volver a las prácticas totalitarias de la Guerra Fría será justificable, y peor será si comprobamos que brota de las sucias cañerías del gobierno gringo, ahora equipado con el ojo totalitario del Big Brother que, tal parece, le arrebataron a sus enemigos soviéticos. Si tomásemos a pecho esta probabilidad, nadie volvería a entrar a la Red con la confianza de realizar un acto privado y sin consecuencias de ser exhibido por decisiones ajenas con nuestras sanas o insanas intenciones. Bien por Bush y sus cándidos o hipócritas secuaces del puntocom: Stalin los hubiera felicitado.
Pero un buen día el Muro cayó, el comunismo murió e Internet nació. EUA se quedó como lobo solitario, sin saber qué hacer con el mundo y con la "libertad de la civilización occidental". Y se dedicó a hacer lo que mejor sabía: espiar (no, perdón), vigilar (no, perdón), protegernos (bingo). A la fecha, la mayor afición de Bush y sus cómplices neoconservadores es filtrarse a la casa de uno a buscar terroristas por debajo de la mesa, entre los clósets, la regadera y en medio de la sábana. Su técnica de "protección activa" se sofisticó. Los aviones Predator sobrevuelan y espían territorio Iraquí a control remoto, dirigidos a distancia por un técnico en informática, desde una base en Las Vegas. Si esto lo hace para países extranjeros, para espiar, o más bien vigilar, o más bien proteger, a sus propios ciudadanos, utiliza recursos del más alto refinamiento técnico. Para obtener los datos de tendencias, gustos, aficiones, hábitos y pecadillos veniales de sus ciudadanos, al gobierno de Bush le basta con pedírselo a las empresas puntocom. Así de sencillo.
Poco después de que el 9/11 cimbrara metales, acero, vidrio, concreto y la estabilidad del país más poderoso de la tierra, se aprobó la Pariotic Act, que facultaba a Bush a entrometerse en la vida privada de sus ciudadanos sin orden judicial de por medio. Todos los individuos, jóvenes o viejos, mujeres u hombres son terroristas casi confesos a menos que demuestren lo contrario. Pero ahí no para el ultraje. Desde hace algún tiempo, Yahoo!, Microsoft, Google y AOL fueron conminados a que entregasen al gobierno una muestra aleatoria de las búsquedas de sus usuarios, con el pretexto de recabar pruebas contra la pornografía infantil. ¿Es que acaso no era el terrorismo la única excepción a la protección de la privacidad individual? ¿no era la única causa para limitar los derechos civiles?
Las compañías cumplieron con la orden del Gobierno Federal. Pero algunas dieron un paso más al frente y se atrevieron a publicar los millones de búsquedas realizadas por sus miles usuarios identificados por un número (ID); base de tatos que habían entregado, previa encriptación, meses antes al gobierno. Una gran cantidad de hackers y crackers hicieron su agosto con la información que les cayó del cielo; desencriptaron, cruzaron cifras, cotejaron datos, y acabaron por revelar la identidad de quienes se ocultaban detrás de los números.
Cualquier internatura que le guste el espionaje o que tenga algunas horas de ocio, todavía puede apropiarse de esa lista numérica para hacer sus propias cábalas, con las que desnudará a miles y miles de cibercongéneres, y, con un poco de habilidad adicional, podrá reconocerse de cuerpo entero detrás de algún numerito nada discreto. La diversión, (no sé si la dignidad personal), está garantizada.
Al darse cuenta de su descuido, estas empresas, como AOL, se rasgaron las vestiduras, se flagelaron públicamente y pidieron disculpas a sus clientes, pero el mal ya se había propalado por la red. Como quien dice, taparon el pozo después de ahogado el niño. Miles de identidades con su código revelado de nombres propios, emails, chats, aficiones confesables e impúdicas, gustos fútiles u obscenos, webs y blogs de mayor o menor calado, se han distribuido a merced del morbo de los demás; algunos provocan la risa, otros la indignación, otros la indiferencia, otros son, a no dudarse, carne de presidio; pero todos representan elementos de privacidad de usuarios, exhibidos en los servicios de la web, sin recato y sin posibilidad de denuncia judicial alguna.
El dilema no es si estas empresas actuaron de buena o mala fe, cándida o dolosamente, sino en la facilidad con que se conculcan los derechos civiles por culpa del gobierno de EUA y de muchas empresas particulares, que a pesar de considerarse personas morales, en el fondo actúan como individuos sujetos a la estupidez, la inquina y las bajas pasiones netamente humanas. Y si estas acciones de exhibicionismo injusto (que por lo visto no ilegal) sigue proliferando en el futuro, el temor de volver a las prácticas totalitarias de la Guerra Fría será justificable, y peor será si comprobamos que brota de las sucias cañerías del gobierno gringo, ahora equipado con el ojo totalitario del Big Brother que, tal parece, le arrebataron a sus enemigos soviéticos. Si tomásemos a pecho esta probabilidad, nadie volvería a entrar a la Red con la confianza de realizar un acto privado y sin consecuencias de ser exhibido por decisiones ajenas con nuestras sanas o insanas intenciones. Bien por Bush y sus cándidos o hipócritas secuaces del puntocom: Stalin los hubiera felicitado.
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