Existen términos anclados en el lugar común, faros de orientación que no conducen a ningún lado; giran sobre sí mismos como trompos mareantes y uno se queda de plano encima de ellos, paladeando el agridulce sabor a insignificancia inflada, hambrienta de médula, de hueso, de algo, cualquier cosa. Es lo que pasa con vocablos como innovación: comodín de los modelos de negocios, de los libros de superación personal, de posicionamiento de marca y del rentable speach de los speakersde marketing y publicidad viral.
Anímese: acerque su lupa, véala de frente y de perfil, estudie la silueta de palabra ¿y con qué se topa? Con un vocablo de rancio abolengo, maleable y plástico en su definición. Y es que innovación, lo que se dice innovación, es un recurso básicamente renovable, que ha latido desde la infancia de la humanidad, aunque ahora se vista de ropajes modernos. La vieja economía, que se valía de ella como manto sagrado, se ha vuelto obsoleta en el mercado global, tan acelerado en los días recientes.
Apenas nos acostumbramos al modelo innovador de la sólida empresa tradicional, símbolo del siglo XX, cuando el mundo digital se nos coló y nos empujó a la burbuja del puntocom. Y detrás suyo cedimos al hechizo del open source. En esas andamos, dándonos de topes con los negocios conectados y laweb 2.0 y las fuentes de código abierto, tan jeroglíficas para el lego como lo fueron sus ancestros, los encriptados softwares cerrados.
Pero una cosa es cierta: la recientemente definida open innovation, rejuveneció en un santiamén aquel viejo ejercicio de la innovación tradicional para dotarlo con el saludable añadido de que no se trataba como otros de sus congéneres de tradiciones disfrazadas de modernidad. Es, en toda la extensión de la palabra, un regalo de la colaboración entre empresas globales y pymes, como Vitro, que juntos inducen a trazar un nuevo modelo de marcado, que no sustituye al tradicional sino que lo complementa.
Este fenómeno se debe gracias a que los departamentos de investigación y desarrollo (I + D) propias de las empresas globales, como Vitro o Cemex, que antes ocultaban bajo siete llaves sus inventos y hallazgos científicos y tecnológicos (es decir sus ideas no aplicables), ahora han acertado a ponerlas en venta.
Así como se lee: en el pasado inmediato la mayoría de estas ideas que brotaban del I + D se atascaban en el límite de las capacidades de recursos de las compañías, o simplemente no se aplicaban porque no tenían espacio en la estrategia de ventas que en ese momento llevaban a cabo. Bien podemos imaginar un enorme panteón de ideas que ni siquiera alcanzaron la edad adulta como nuevos productos ofrecidos al mercado, porque se quedaron bajo la lápida de lo no realizable.
Ante este panorama de cementerio, la innovación abierta propone vender estos aún no-productos, como lo que de origen son: ideas innovadoras que esperan ser recogidas por una pequeña o mediana empresa para echarse a andar en el proceso de comercialización. Las pymes que las comprarían habrán de operarlas porque sí se ajustan a sus estrategias de venta.
La empresa ofertante les presta esas ideas bajo las licencias correspondientes y sirve como capital riesgo a las otras compañías que buscan penetrar en diferentes nichos de mercado. Esta colaboración, cuya práctica comienza a ser común en industrias del ramo de servicios financieros, biotecnología e informática, es altamente provechosa de cara a las cifras que arroja el presente año 2008: la contribución de la pequeña y mediana empresa al Producto Interno Bruto Europeo ha alcanzado el 65%, sin embargo, su contribución al campo de la investigación y el desarrollo (I + D), ronda apenas 17%.
En un documento de BT, titulado Embracing Open Innovationse explora la teoría y la práctica de este concepto y su transformación filosófica "that re-cast many of the traditional roles of organisations in any given innovation value chain". La innovación, bajo este enfoque original, ya no es un medio para producir bienes, sino que se valora en sí misma como un bien, un activo del que se deduce el diseño de un paradigma emergente que dará mucho de qué hablar en los próximas décadas.
Anímese: acerque su lupa, véala de frente y de perfil, estudie la silueta de palabra ¿y con qué se topa? Con un vocablo de rancio abolengo, maleable y plástico en su definición. Y es que innovación, lo que se dice innovación, es un recurso básicamente renovable, que ha latido desde la infancia de la humanidad, aunque ahora se vista de ropajes modernos. La vieja economía, que se valía de ella como manto sagrado, se ha vuelto obsoleta en el mercado global, tan acelerado en los días recientes.
Apenas nos acostumbramos al modelo innovador de la sólida empresa tradicional, símbolo del siglo XX, cuando el mundo digital se nos coló y nos empujó a la burbuja del puntocom. Y detrás suyo cedimos al hechizo del open source. En esas andamos, dándonos de topes con los negocios conectados y laweb 2.0 y las fuentes de código abierto, tan jeroglíficas para el lego como lo fueron sus ancestros, los encriptados softwares cerrados.
Pero una cosa es cierta: la recientemente definida open innovation, rejuveneció en un santiamén aquel viejo ejercicio de la innovación tradicional para dotarlo con el saludable añadido de que no se trataba como otros de sus congéneres de tradiciones disfrazadas de modernidad. Es, en toda la extensión de la palabra, un regalo de la colaboración entre empresas globales y pymes, como Vitro, que juntos inducen a trazar un nuevo modelo de marcado, que no sustituye al tradicional sino que lo complementa.
Este fenómeno se debe gracias a que los departamentos de investigación y desarrollo (I + D) propias de las empresas globales, como Vitro o Cemex, que antes ocultaban bajo siete llaves sus inventos y hallazgos científicos y tecnológicos (es decir sus ideas no aplicables), ahora han acertado a ponerlas en venta.
Así como se lee: en el pasado inmediato la mayoría de estas ideas que brotaban del I + D se atascaban en el límite de las capacidades de recursos de las compañías, o simplemente no se aplicaban porque no tenían espacio en la estrategia de ventas que en ese momento llevaban a cabo. Bien podemos imaginar un enorme panteón de ideas que ni siquiera alcanzaron la edad adulta como nuevos productos ofrecidos al mercado, porque se quedaron bajo la lápida de lo no realizable.
Ante este panorama de cementerio, la innovación abierta propone vender estos aún no-productos, como lo que de origen son: ideas innovadoras que esperan ser recogidas por una pequeña o mediana empresa para echarse a andar en el proceso de comercialización. Las pymes que las comprarían habrán de operarlas porque sí se ajustan a sus estrategias de venta.
La empresa ofertante les presta esas ideas bajo las licencias correspondientes y sirve como capital riesgo a las otras compañías que buscan penetrar en diferentes nichos de mercado. Esta colaboración, cuya práctica comienza a ser común en industrias del ramo de servicios financieros, biotecnología e informática, es altamente provechosa de cara a las cifras que arroja el presente año 2008: la contribución de la pequeña y mediana empresa al Producto Interno Bruto Europeo ha alcanzado el 65%, sin embargo, su contribución al campo de la investigación y el desarrollo (I + D), ronda apenas 17%.
En un documento de BT, titulado Embracing Open Innovationse explora la teoría y la práctica de este concepto y su transformación filosófica "that re-cast many of the traditional roles of organisations in any given innovation value chain". La innovación, bajo este enfoque original, ya no es un medio para producir bienes, sino que se valora en sí misma como un bien, un activo del que se deduce el diseño de un paradigma emergente que dará mucho de qué hablar en los próximas décadas.
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