07 julio 2012

MEDIOS TRADICIONALES VS. NUEVOS MEDIOS


Los medios tradicionales pierden credibilidad día con día. Lejos quedó la Edad de Oro cuando el símbolo de los periódicos era la dueña del Washington Post, Katharine Graham: una mañana desayunaba amigable con Nixon y otra lo exhibía en una de ocho hasta sacarlo de la Casa Blanca. Y todo por defender la verdad.
Un supermillonario como Rudolph Murdoch, dueño de todas las empresas de comunicación que terminan en Fox, es capaz de producir series de televisión como 24, para convencer de que existe la tortura benéfica y es capaz de espiar celulares ajenos para deleite de sus lectores.
Y uno se pregunta si este déficit de ética pública lo marca el avance de las nuevas tecnologías o es que los medios tradicionales están condenados a desprestigiarse por sus propias culpas y no por causas ajenas a su voluntad. Murdoch no se equivocó sólo al interceptar llamadas telefónicas por puro morbo, sino al filtrar sus tendencias de derecha en cada programa de su docena de canales de televisión y en cada página de sus diarios y en cada películas de Century Fox.
Con blogs o sin blogs, con o sin Facebook que les hagan desleal competencia, los diarios de papel, así como la televisión y la radio, están en punto de crepúsculo. Y su descenso no tiene fin ni aunque los defienda Jack Bauer, ese ranger tecnológico de 24 matando a cuanto árabe le cierre el paso.
La opinión pública dice que los medios son rehenes de los intereses creados. Pero siempre lo han sido: Williams Randolph Hearts inventó la nota amarillista para provocar que los gringos nos invadieran, sólo porque le habíamos expropiado unas hectáreas. Desde entonces mucha agua ha corrido bajo el río, muchos muertos bajo tierra y los medios siguen tan campantes pero la gente ya no cree mucho en ellos. Y eso es porque hoy no defienden hectáreas sino cotización en bolsa.
¿Generalizo? No, mientras los medios sigan marcando la elección presidencial del 2012. No, mientras los comentaristas de la tele sigan, cada vez que entrevistan al enemigo de su empresa televisiva, regañando sin cuartel a la pobre víctima, en vez de hacer preguntas agudas (que para eso les pagan). Los periodistas o reporteros son como esos gatilleros que se alquilan en cantinas para deshacerse de los malquerientes. Son John Wayne con micrófono inalámbrico. ¿Generalizo? No, mientras los locutores de la tele se erijan como mandamases morales, dispuestos a linchar al enemigo de sus patrones. ¿Generalizo? No, mientras la prensa escrita sesgue la nota, en favor de la mezcla de convicciones con intereses de mala calaña. Y lo peor es que van por la vida como redentores o perdonavidas.
Los medios tradicionales mueren de inanición, pero algunos injustamente. O sea, pagan justos por pecadores. Katharine Graham murió hace años y no existen tantos santones de la comunicación que además sean dueños de ellos. Y es que los medios fueron referentes morales por largas décadas, hasta que la vejez se les vino encima, y ahora o se alinean al fenómeno blog y al posteo, o se quedan en su torre de marfil, meditando cuestiones de dignidad mientras cobran con la bendecida mano izquierda sus facturas empresariales. Otros medios de comunicación  nacen y se reproducen por Internet, piden el relevo. Y van, rápidamente, a matar al padre. Ya se ve cómo también existen parricidios benéficos.

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