29 junio 2012

STAYIN´ ALIVE


El próximo 2 de julio será casi inminente el retorno del PRI al poder sin cortapisas. Samuel Huntington lo predijo hace 30 años: la “ola democratizadora”, un tsunami político de proporciones globales, devastaría en los noventa a los regímenes autoritarios de Asia y América Latina. México entre ellos. El viejo Huntington no se equivocó: Vicente Fox entonces candidato presidencial panista, deshizo en un par de meses del año 2000 al PRI, esa Armada Invencible made in México.

El partido hegemónico perdió la brújula. Se pensó refundarlo, recomponerlo, restaurarlo. Agua de borrajas. Los más realistas hablaron de muerte súbita y de su discreta y cristiana sepultura. Artículo tras artículo le cantaron las exequias. Desinstalado del poder, el PRI gastó su esencia. Natural; la maquinaria sexenal no era un partido: era un entero. Expulsado de Los Pinos, los sectores del PRI se alinearían con el gobernante en turno: la severa ley de la física del poder. Pero Fox, rudo de modos, lánguido de carácter, se equivocó: no supo reagruparlos en un nuevo proyecto de gobierno. Así fue y así nos fue.

El PRI volvió a perder en 2006 y pasó a ser la tercera fuerza electoral. Remate de un fiasco: sobre la burla el escarnio. Comenzó una diáspora de priistas a otras organizaciones, impensable hacía menos de una década. Lo políticamente incorrecto era asumirse militante de ese partido. Qué vergüenza. No era cool; era cosa de abuelos en asilos. La izquierda y la derecha eran los nuevos santones a quien reverenciar. Pero a espaldas del panismo triunfalista, que dominaba apenas la epidermis del poder, corrientes ancestrales cavaban el subsuelo de la gobernanza: el PRI ganó gobiernos estatales, alcaldías, congresos locales. Fue una guerra de guerrillas electoral. Fue una resurrección a paso lento. Fue el alzamiento de caciques. Y se enquistaron en cada región del país, sorda, sutil, arteramente. 

Y lo mejor: lo hizo sin actos de contrición, sin pruritos democráticos, sin purgas de altos jerarcas incómodos. De aquellos dinosaurios anecdóticos, los que no siguen en los templetes de cada mitin tricolor es porque murieron, o acabaron por montar su tienda en territorios enemigos. El éxodo no le inspiró al PRI un florecimiento de su democracia interna. Guardó la armadura y la vieja lanza intacta para embestir a sus viejos fantasmas. En menos de seis años, estaba de vuelta, como MacArthur, como Patton, como Alien. Y el octavo pasajero volvió a sentarse en las primeras filas. A buscar el mando. Con ese descaro, con esa destreza, con el cinismo fresco del “decíamos ayer…” 

¿Historia gemela al PRI? El Partido Liberal Democrático de Japón. Como su clon mexicano, la organización nipona recuperó el poder tras años de morar en las sombras. Dos Reyes Leales destronados, por culpa de sus propios excesos. Fueron trayectorias paralelas: ambos partidos dominantes, hegemónicos, salieron por piernas del gobierno y volvieron como hijo pródigo, pero sin reformas en su plataforma, sin dobles naturalezas, sin remordimiento, con las mismas prácticas de antaño.

¿Qué hizo volver al PRI a los primeros planos? Razones sobran: en seis años de gobierno azul los homicidios dolosos aumentaron 202 por ciento, los secuestros 388 por ciento, la extorsión 209 por ciento, el robo con violencia 160 por ciento; el de automóviles 220 por ciento. 44 por ciento de los mexicanos ya no salen por las noches, 25 por ciento ya no toma taxis, 48 por ciento temen ser víctima de un secuestro. Así ni como. ¿Otro porcentaje que también aumentó? El presupuesto para combatir el crimen organizado: el más alto de la historia de México.

Ningún otro partido político más que el PRI capitalizó este descontento social porque a los mexicanos no nos gustan las revoluciones, despreciamos las reformas, sospechamos de los cambios. Valoramos la nostalgia y apreciamos las revueltas; el retorno a las viejas épocas y a ese mal hábito (la peor de las nostalgias) de añorar el México de la mitología urbana, de la banderita, el sombrero y la torta.

Se entiende pero no se explica: esta elección del 2 de julio nos regresa treinta años perdidos. Nos transporta a la foto del caballito de madera con papás a cada lado y la tía quedada en luto permanente. Detrás un país de campanario, sumido en la paz de los sepulcros. Votemos y ya: pero no tendremos nada qué celebrar. Nada que festejar. Seamos bienvenidos a la década de los ochenta. Como los Bee Gees: Stayin’ Alive.   

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