Ignacio López Tarso culminó
en San Pedro su gira teatral de más de un año, con la obra de William
Shakespeare, La Tempestad. La
representación de esta comedia clásica no fue tan desastrosa como la
calificaron la mayoría de los críticos, pero tampoco perdurará en la memoria de
los aficionados al teatro isabelino. Simplemente fue la mejor oportunidad de
ver actuar al célebre actor octogenario en su papel de Próspero, de manera que
el montaje cumplió bien su función didáctica. Y en estos tiempos de rampante mediocridad
cultural, con eso basta para ganar la condición de memorable.
Además, la obra da pie
para citar a uno de esos personajes que mejor se han grabado en el imaginario
colectivo y que ha sido motivo de infinidad de investigaciones literarias por
varios siglos, aunque en La Tempestad
diga apenas un centenar de versos: Calibán, hijo de la bruja argelina Sycorax y
esclavo del mago Próspero.
En su ensayo sobre La Tempestad, Harold Bloom se
escandaliza de que Calibán haya sido manipulado durante 400 años por la mente
rocambolesca de los más diversos ideólogos y directores de teatro, transformando
para mal su naturaleza primigenia. Este anfibio semihumano que Shakespeare
imaginó fuera de la realidad, ha pasado
a ser un gorila, un esclavo, un salvaje deforme, una víctima del neocolonialismo,
un Neanderthal, un indígena sudamericano, el deshecho proletario del mundo
capitalista y hasta un extraterrestre.
Para añadir un gramo
más a la contrariedad de Bloom, aporto mi propia manipulación del personaje:
Calibán es la representación de la actual Generación Net, entes periféricos de
la Isla de la Web a quienes podría rebautizarse como Calibanes. ¿En qué sentido
lo digo? Particularmente en cuatro: 1.- En su condición líquida. 2.- En su
desapego a lealtades vitalicias. 3.- En su tendencia a lo visual. 4.- En su
peculiar psicología libre de culpas.
Líquidos.
La Generación Net (integrada por nativos digitales, en un rango de edad que
comprende entre los 15 y los 35 años), son la representación por antonomasia de
la metáfora de Zigmunt Bauman sobre lo líquido: amores líquidos, miedos
líquidos, hábitos líquidos, cultura líquida. Calibán, la bestia acuática de
Shakespeare, es un ser líquido, tanto por su origen como por lo inasible de su
carácter: acuoso, amorfo, disperso. En un mundo de integrados, el viejo Calibán
y los nuevos Calibanes son apocalípticos.
Desapegados.
Calibán es leal a regañadientes a Próspero, pero disuelve a la primera
oportunidad su contrato tácito con el Mago, dueño de la isla, y canjea efímeramente
su lealtad a otros amos. También los lazos del apego en la Generación Net son
frágiles y precarios y no suele hipotecar su fidelidad por mucho tiempo: ni a
un jefe laboral, ni a un trabajo que le contabilice antigüedad, ni a una pareja
sentimental. Los Calibanes son nómadas e inestables, buscan sistemas de paso;
lugares donde sea fácil entrar y salir, o más bien no-lugares, espacios de transitoriedad como lo conceptualiza Marc
Augé (¿y qué mejor no-lugar que
Internet y el mundo digital?)
Visuales.
Tanto Calibán como los modernos Calibanes, privilegian en su comunicación las
imágenes: son criaturas eminentemente visuales. Y por ende, superficiales.
Calibán no argumenta; verbaliza su imaginación, describe sus fantasías
onanistas. Un libro excepcional de Alessandro Baricco, titulado “Los bárbaros” explica con agudeza esta
tendencia de la Generación Net que se deriva de la moderna cultura visual: superficie en vez de profundidad, velocidad en vez de reflexión,
secuencias en vez de análisis, comunicación en vez de expresión, multitasking
en vez de especialización, placer en vez de esfuerzo. Una cultura visual donde
lo valioso, lo que distingue lo bueno de lo malo para los Calibanes, es el trending topic, o lo que Google registre en su buscador como páginas
más relevantes, es decir, aquellas a las que se dirige un mayor número de
links. Lo visual como sustituto de lo valioso; lo más visto como lo único trascendente.
Inocentes.
De igual manera que su contraparte literaria, los calibanes se rinden a una
especie de candor edénico, de inocencia salvaje que asocia las costumbres
vulgares con la gracia infantil de quien no sabe asumir culpas: “las nubes me
parece que se abren, y muestran riquezas/ Listas para caer sobre mí; que,
cuando despierto/ pido llorando soñar de nuevo”. Es un optimismo soñador,
autosuficiente que se colma a sí mismo. Pero en el fondo, el Calibán literario
y los Calibanes de la Era Digital se saben infantes descastados, hijos desterrados
y esa lucidez oculta es insoportable para sus mentes líquidas: neurosis de la
Generación Net, “hecha de la misma sustancia de los sueños”.
En un pasaje de La Tempestad, Calibán canta jubiloso que
habría poblado toda la isla de Calibanes de haberlo dejado Próspero. Más de 400
años después, el anfibio semihumano de Shakespeare ha logró poblar la tierra con
sus anacrónicos. En el moderno mundo líquido, sin lealtades permanentes,
visuales y libres de culpas, los Calibanes forman ya legión.
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