20 julio 2012

LA TEMPESTAD DE LOS CALIBANES


Ignacio López Tarso culminó en San Pedro su gira teatral de más de un año, con la obra de William Shakespeare, La Tempestad. La representación de esta comedia clásica no fue tan desastrosa como la calificaron la mayoría de los críticos, pero tampoco perdurará en la memoria de los aficionados al teatro isabelino. Simplemente fue la mejor oportunidad de ver actuar al célebre actor octogenario en su papel de Próspero, de manera que el montaje cumplió bien su función didáctica. Y en estos tiempos de rampante mediocridad cultural, con eso basta para ganar la condición de memorable.

Además, la obra da pie para citar a uno de esos personajes que mejor se han grabado en el imaginario colectivo y que ha sido motivo de infinidad de investigaciones literarias por varios siglos, aunque en La Tempestad diga apenas un centenar de versos: Calibán, hijo de la bruja argelina Sycorax y esclavo del mago Próspero.       

En su ensayo sobre La Tempestad, Harold Bloom se escandaliza de que Calibán haya sido manipulado durante 400 años por la mente rocambolesca de los más diversos ideólogos y directores de teatro, transformando para mal su naturaleza primigenia. Este anfibio semihumano que Shakespeare imaginó fuera de la realidad,  ha pasado a ser un gorila, un esclavo, un salvaje deforme, una víctima del neocolonialismo, un Neanderthal, un indígena sudamericano, el deshecho proletario del mundo capitalista y hasta un extraterrestre.

Para añadir un gramo más a la contrariedad de Bloom, aporto mi propia manipulación del personaje: Calibán es la representación de la actual Generación Net, entes periféricos de la Isla de la Web a quienes podría rebautizarse como Calibanes. ¿En qué sentido lo digo? Particularmente en cuatro: 1.- En su condición líquida. 2.- En su desapego a lealtades vitalicias. 3.- En su tendencia a lo visual. 4.- En su peculiar psicología libre de culpas.

Líquidos. La Generación Net (integrada por nativos digitales, en un rango de edad que comprende entre los 15 y los 35 años), son la representación por antonomasia de la metáfora de Zigmunt Bauman sobre lo líquido: amores líquidos, miedos líquidos, hábitos líquidos, cultura líquida. Calibán, la bestia acuática de Shakespeare, es un ser líquido, tanto por su origen como por lo inasible de su carácter: acuoso, amorfo, disperso. En un mundo de integrados, el viejo Calibán y los nuevos Calibanes son apocalípticos.

Desapegados. Calibán es leal a regañadientes a Próspero, pero disuelve a la primera oportunidad su contrato tácito con el Mago, dueño de la isla, y canjea efímeramente su lealtad a otros amos. También los lazos del apego en la Generación Net son frágiles y precarios y no suele hipotecar su fidelidad por mucho tiempo: ni a un jefe laboral, ni a un trabajo que le contabilice antigüedad, ni a una pareja sentimental. Los Calibanes son nómadas e inestables, buscan sistemas de paso; lugares donde sea fácil entrar y salir, o más bien no-lugares, espacios de transitoriedad como lo conceptualiza Marc Augé (¿y qué mejor no-lugar que Internet y el mundo digital?)

Visuales. Tanto Calibán como los modernos Calibanes, privilegian en su comunicación las imágenes: son criaturas eminentemente visuales. Y por ende, superficiales. Calibán no argumenta; verbaliza su imaginación, describe sus fantasías onanistas. Un libro excepcional de Alessandro Baricco, titulado “Los bárbaros” explica con agudeza esta tendencia de la Generación Net que se deriva de la moderna cultura visual: superficie en vez de profundidad, velocidad en vez de reflexión, secuencias en vez de análisis, comunicación en vez de expresión, multitasking en vez de especialización, placer en vez de esfuerzo. Una cultura visual donde lo valioso, lo que distingue lo bueno de lo malo para los Calibanes, es el trending topic, o lo que Google registre en su buscador como páginas más relevantes, es decir, aquellas a las que se dirige un mayor número de links. Lo visual como sustituto de lo valioso; lo más visto como lo único trascendente.
              
Inocentes. De igual manera que su contraparte literaria, los calibanes se rinden a una especie de candor edénico, de inocencia salvaje que asocia las costumbres vulgares con la gracia infantil de quien no sabe asumir culpas: “las nubes me parece que se abren, y muestran riquezas/ Listas para caer sobre mí; que, cuando despierto/ pido llorando soñar de nuevo”. Es un optimismo soñador, autosuficiente que se colma a sí mismo. Pero en el fondo, el Calibán literario y los Calibanes de la Era Digital se saben infantes descastados, hijos desterrados y esa lucidez oculta es insoportable para sus mentes líquidas: neurosis de la Generación Net, “hecha de la misma sustancia de los sueños”.  

En un pasaje de La Tempestad, Calibán canta jubiloso que habría poblado toda la isla de Calibanes de haberlo dejado Próspero. Más de 400 años después, el anfibio semihumano de Shakespeare ha logró poblar la tierra con sus anacrónicos. En el moderno mundo líquido, sin lealtades permanentes, visuales y libres de culpas, los Calibanes forman ya legión.

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