A veces,
la ciencia apunta hacia un sentido y la percepción social hacia el opuesto.
¿Qué pasaría si un científico quisiera demostrarnos que la violencia está en
declive y que las sociedades modernas son cada vez más seguras y pacíficas en
comparación con las de nuestros antepasados? Pues eso lo acaba de comprobar
sorprendentemente el profesor de psicología social de Harvard, Steven Pinker,
en contra de lo que pensamos la mayoría de los nuevoleoneses, sumidos en una
vorágine de crueldad y hechos delictivos sin precedentes.
En un
libro reciente, titulado The better
angels of our nature: why violence has declined (Los mejores ángeles de
nuestra naturaleza: por qué la violencia ha declinado) Pinker hace un recorrido por la historia para demostrar
con estadísticas y datos duros que el ser humano es cada vez más pacífico y que
es falsa aquella idea romántica de que todo tiempo pasado fue mejor.
Pinker
argumenta que antes de la creación del Estado, la probabilidad que tenía una
persona de morir a manos de un semejante era superior a 60 por ciento. Es decir,
que una de dos personas en promedio moría por culpa de la guerra o de un
homicidio: ser asesinado antes de los 30 años era casi una seguridad letal. Es
incalculable el número de genocidios, crueldades, torturas, abusos a mujeres y
mutilaciones cometidas antes del siglo XXI. La Revolución Mexicana arrojó un
millón de muertos y las condenas a muerte que decretaban personajes como Pancho
Villa eran legendarias por su caprichosidad y sin sentido. Lo peor era su
celebración morbosa en novelas y corridos. Incluso en los años 80, el índice de
asesinatos era de diez por cada cien habitantes y para el año 2005 era de
cinco. El problema es que en México estamos fuera de la media mundial.
¿Cuál es la
causa de este declive de la violencia humana? Pinker señala, entre otras
causas, el incremento actual de la empatía: a medida que la gente lee más
periódicos, libros, revistas, convive entre sí, participa en redes sociales
dentro y fuera de Internet, y en general se suma a la vida social, le resulta
más fácil ponerse en el lugar del otro. Cuando uno convive con otras personas,
nos es imposible deshumanizarlas y considerarlas objetos inanimados. Esto nos
ejercita para guardar autocontrol y no actuar bajo instintos primarios e
impulsos violentos. Es parte de la buena gestión de nuestras emociones.
Otra
explicación más simple es de clara estirpe capitalista: los seres humanos nos
hemos vuelto desde un plano comercial más valiosos vivos que muertos: en vez de
matar y robar posesiones al prójimo, la mayoría de la gente prefiere
comprarlas. Es un principio de conveniencia que se abre a la convivencia.
En
realidad, la explicación más convincente sobre el declive global de la violencia
es la expansión como nunca antes de la educación social; la enseñanza de la
razón nos hace ponernos en los zapatos de los demás; ser los demás. Causas
sociales tan básicas como la protección y defensa de los animales abonan este
propósito. El humanismo como fuente de valor: cuanto más formada está la gente,
menos tiende a recurrir a la violencia y más se ejercita el altruismo. Por eso la
educación es la principal fuerza pacificadora.
Si en
Nuevo León nos atenemos a la tesis de Pinker, podemos argüir que la violencia
local apenas es causada por una minoría social, grupúsculos sociopatas, de
personalidad antisocial, con conducta agresiva e insensibilidad absoluta; una
minoría sanguinaria, despiadada, pero abocada tarde o temprano al fracaso.
Frente a esto, la mayoría de los ciudadanos no somos capaces, como sí lo hacían
generaciones previas, a portar un arma, matar a la menor provocación y celebrar
cada homicidio como un acto glorificante.
El
machismo, el honor lavado en sangre, la venganza entre familias, es menor ahora
que antes. Es difícil de creer en México, pero vivimos en un mundo más
empático. Por eso el crimen organizado está condenado, de manera natural, a
desaparecer de la faz de Monterrey. Ya se verá.
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