Ciertas enfermedades se ponen de
moda en San Pedro. Tienen que ser dolencias sofisticadas, complejas y un tanto
glamorosas. No cualquier mal físico o mental se torna epidemia aquí. Entre
plagas también hay clases sociales. Y estratos. Y niveles. La tendencia médica
para este verano se llama Síndrome de Déficit de Atención e
Hiperactividad.
Muchas madres de familia se
olvidan de Avispones, campañas políticas, San
Pedro de Pinta y 10K para diagnosticar, con una especia de nostalgia
lujosa, de saudade, que alguno de sus
hijos (ni siquiera el preferido), sufre de Déficit de Atención. Las amigas de
la madre escuchan la sentencia con consternación actuada y no sin cierto celo
amistoso pero ligeramente punzante.
Que no se malinterprete la
ironía. El Síndrome de Déficit de Atención es un problema muy serio. La Unidad
de Servicios Psicológicos de la facultad de Psicología de la UANL la registra
como un trastorno creciente. De hecho, la misma palabra hiperactividad ha sido
sustituida por Trastorno de Actividad Motora. La contaminación puede provocarla
en infantes. Psicólogos y pediatras sampetrinos atienden cada vez más casos,
aunque sigue siendo objeto de debate: rodean al tema factores controvertidos;
otros aún sin comprobar.
Una encuesta local, levantada por
Dickens Group, será puesta a
consideración a la Facultad de Psicología de la UANL bajo la supervisión de su
director, Armando Peña. El documento coteja el número de prescripciones médicas
sobre estos trastornos con el número de respuestas de las madres de familia a
quienes se les preguntó si creen que un hijo suyo sufre uno o varios síntomas.
No adelantaré interpretaciones, pero de ser ciertas las afirmativas, en San
Pedro se vive una epidemia, que acaso subyace más en la mentalidad de los
padres que en los propios menores supuestamente afectados.
Muchos de estos niños están mal
diagnosticados. Las estadísticas hablan por sí mismas. Y lo peor es que se les
trata con medicamento que les disminuye su actividad cerebral por motivos nada
claros, es decir, por simple moda médica. Niños tranquilizados artificialmente,
amansados con Ritalin, calmados con anticonvulsionantes como Rivotril. Niños
anestesiados, adormilados, aminorados y atontados. Niños-zombis.
Y lo peor, como dice Sir Ken
Robinson: estos menores son medicados justo en el período más estimulante de la
historia, cuando su mente tiene que funcionar al máximo, cuando medios y
fuentes de todo tipo reclaman su atención completa, cuando deben estar más
alertas a la información simultánea de redes, canales de televisión, consolas
de wii y Xbox 360, Iphones y BlackBerrys, Facebook y youtube.
Son menores que el entorno real y
digital los induce a estar “a las vivas”. Pero a veces sus padres no entienden
la diferencia entre estar despiertos y estar inquietos.
La mente, los sentidos de
nuestros hijos no son nuestras mentes ni nuestros sentidos. Su razonamiento es
diferente. Su cosmogonía es distinta. Sus valores son otros. Son Generación
Net, nativos digitales, entes multitask,
capaces de ejecutar varios procesos a la vez; dispuestos a desarrollar sus
habilidades psicomotrices como ninguna otra generación anterior. Pero les
transmitimos prejuicios, queriendo suministrarles enseñanzas; les pasamos complejos,
creyendo que las damos conocimiento; les heredamos fobias, creyendo nutrirles
filias. Propongo, de momento, otra alternativa menos tortuosa: Yoga, meditación
y Osho. Y más temprano que tarde vamos todos a levitar.
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