24 julio 2012

DÉFICIT DE ATENCIÓN Y OTRAS MITOLOGÍAS


Ciertas enfermedades se ponen de moda en San Pedro. Tienen que ser dolencias sofisticadas, complejas y un tanto glamorosas. No cualquier mal físico o mental se torna epidemia aquí. Entre plagas también hay clases sociales. Y estratos. Y niveles. La tendencia médica para este verano se llama Síndrome de Déficit de Atención e Hiperactividad. 

Muchas madres de familia se olvidan de Avispones, campañas políticas, San Pedro de Pinta y 10K para diagnosticar, con una especia de nostalgia lujosa, de saudade, que alguno de sus hijos (ni siquiera el preferido), sufre de Déficit de Atención. Las amigas de la madre escuchan la sentencia con consternación actuada y no sin cierto celo amistoso pero ligeramente punzante.

Que no se malinterprete la ironía. El Síndrome de Déficit de Atención es un problema muy serio. La Unidad de Servicios Psicológicos de la facultad de Psicología de la UANL la registra como un trastorno creciente. De hecho, la misma palabra hiperactividad ha sido sustituida por Trastorno de Actividad Motora. La contaminación puede provocarla en infantes. Psicólogos y pediatras sampetrinos atienden cada vez más casos, aunque sigue siendo objeto de debate: rodean al tema factores controvertidos; otros aún sin comprobar.

Una encuesta local, levantada por Dickens Group, será puesta a consideración a la Facultad de Psicología de la UANL bajo la supervisión de su director, Armando Peña. El documento coteja el número de prescripciones médicas sobre estos trastornos con el número de respuestas de las madres de familia a quienes se les preguntó si creen que un hijo suyo sufre uno o varios síntomas. No adelantaré interpretaciones, pero de ser ciertas las afirmativas, en San Pedro se vive una epidemia, que acaso subyace más en la mentalidad de los padres que en los propios menores supuestamente afectados. 

Muchos de estos niños están mal diagnosticados. Las estadísticas hablan por sí mismas. Y lo peor es que se les trata con medicamento que les disminuye su actividad cerebral por motivos nada claros, es decir, por simple moda médica. Niños tranquilizados artificialmente, amansados con Ritalin, calmados con anticonvulsionantes como Rivotril. Niños anestesiados, adormilados, aminorados y atontados. Niños-zombis.

Y lo peor, como dice Sir Ken Robinson: estos menores son medicados justo en el período más estimulante de la historia, cuando su mente tiene que funcionar al máximo, cuando medios y fuentes de todo tipo reclaman su atención completa, cuando deben estar más alertas a la información simultánea de redes, canales de televisión, consolas de wii y Xbox 360, Iphones y BlackBerrys, Facebook y youtube.

Son menores que el entorno real y digital los induce a estar “a las vivas”. Pero a veces sus padres no entienden la diferencia entre estar despiertos y estar inquietos.

La mente, los sentidos de nuestros hijos no son nuestras mentes ni nuestros sentidos. Su razonamiento es diferente. Su cosmogonía es distinta. Sus valores son otros. Son Generación Net, nativos digitales, entes multitask, capaces de ejecutar varios procesos a la vez; dispuestos a desarrollar sus habilidades psicomotrices como ninguna otra generación anterior. Pero les transmitimos prejuicios, queriendo suministrarles enseñanzas; les pasamos complejos, creyendo que las damos conocimiento; les heredamos fobias, creyendo nutrirles filias. Propongo, de momento, otra alternativa menos tortuosa: Yoga, meditación y Osho. Y más temprano que tarde vamos todos a levitar.  

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