Recibo un par de críticas sobre mi post "Lo que usted no ve". El primero era franca en su
conservadurismo militante: ¿por qué las televisoras tendrían que hacer
concesiones gratuitas a las ocurrencias caprichosas de tanto "protestador
greñudo"?
Mi respuesta es doble: por
un lado, los mexicanos hemos hecho tantas concesiones nada gratuitas a las
televisoras, que ya es hora de que éstas reciban una sopa de su propio
chocolate. Así vamos todos aprendiendo a ser demócratas de verdad, no nada más
de dientes para afuera.
Por otro lado, esta
denigración de los estudiantes que hace mi lector me recuerda la descripción prejuiciosa que hacía Ronald Reagan de un hippie: "Es un tipo greñudo como
Tarzán, camina como Jane, y huele como Chita". Sin comentarios.
La otra crítica es más
sociológica: me rebate mi lector que exagero la
importancia de las redes sociales en las marchas juveniles de protesta. Quiero
decirle a mi lectora que coincide, casi al pie de la letra, con la opinión de
Malcolm Gladwell, el melenudo gurú de las tendencias actuales.
"En un artículo
publicado por The New Yorker, en febrero de 2011, titulado “Does
Egypt need Twitter” Gladwell niega que las redes sociales (que él denomina
los “comos” de un acto de comunicación), puedan tener importancia en protestas
sociales como las que llevan a derrocar a dictadores del Cercano Oriente.
Dice Gladwell que de haber
escrito Mao en estos tiempos su conocida frase “el poder nace del fusil”,
hubiéramos exclamado: “¿Viste lo que twitteó Mao?”
Comparto las ideas de
Gladwell y de mi amable lectora. Pero sólo en parte: el activismo social
requiere de raíces profundas y fuertes lazos que no se limitan a los nuevos
medios alternos. Es obvio que la gente protestó y derribó gobiernos antes de
que se inventara Facebook y antes de la llegada de Internet, incluso antes de
que se inventara la bombilla eléctrica y mucho antes de que se inventara la
rueda. La insatisfacción social siempre encontrará la manera de
comunicarse a través de dispositivos de comunicación al uso: los mensajeros,
los libelos, la prensa y hasta las señales de humo.
Pero en el caso de las
protestas juveniles masivas, como las de México, la rapidez con que se difunde
el sentimiento social es gracias a los nuevos medios alternos: lo que antes ni
siquiera se soñaba, ahora se volvió un recurso necesario.
Egipto sí necesita smartphones;
sólo los dictadores como Mubarak, no. Occupy
Wall Street sí requiere de Facebook,
sólo Goldman Sachs no. #YoSoy132 sí ocupa Twitter, sólo Televisa no. Así de simple.
Clyde Shirky, otro experto
en redes sociales (para mi gusto el más acertado), comentó recientemente en una
conferencia en León, Guanajuato, que las plataformas de participación colectiva
(en otras palabras, las redes sociales), mejoran la democracia en países que la
tienen, y la inventan en países que no la tienen.
Shirky, un verborreico
pelón de lucidez pasmosa, supone que la tecnología posibilita aunque no induce
por sí sola el cambio social. Es el comportamiento de las masas lo que provoca
las reformas colectivas. Es decir, las marchas juveniles requieren, para
su crecimiento de software y hardware, pero sobre todo necesitan de
“Mindware” para que funcionen bien.
De manera que si hoy fuese
gobernante Ronald Reagan, su comentario sobre el fétido Chita hubiese provocado
un treanding topic. Y no se hubiera ocupado un Mao para que estallara
una manifestación en contra suya de dimensiones colosales.
Que me
disculpen mis lectores junto con mi admirado Gladwell, pero ya
sustituimos la frase maoísta de "el poder nace del fusil" por
"el poder nace de un tweet".
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