En pleno boom de nuevos medios de
comunicación, son las agencias de noticias las que mantienen el monopolio de
este bien público. Sigue la prensa en sus secciones internacionales y hasta
nacionales, sometida a las reglas hegemónicas del siglo XIX y ya los
corresponsales son piezas de museo jurásico. Lo mismo pasa acá en Monterrey que
en Londres; en Reynosa que en París: el registro de los hechos lo distribuye
unilateralmente a los cinco continentes una junta de notables ocultos en los fantasmales
teletipos con su característico sonidito a telégrafo desvelado y aburrido.
A estos barones, cuyas líneas son
reproducidas como caja de resonancia por los diarios pequeños y grandes, no se
le ve, ni se les oye, ni se les siente. No digo que uno dude de ellos: no se
sospecha de su imparcialidad ni de su desnudo tono desideologizado, pero
molesta ese filtro innecesario para satisfacer nuestra demanda de enterarnos
sobre las cosas del mundo. Sentimos en ellos un regusto a hábitos pretéritos, a
casa de antigüedades, a esas cajitas de música del siglo de las abuelas. ¿O es
que es correcto cerrar las opciones a diferentes fuentes de información que
pueden hacer la diferencia al comparar diversas versiones internacionales de un
mismo hecho?
Y luego se quejan los grandes
imperios mediáticos por la proliferación del periodismo ciudadano digital, un
nuevo modelo de comunicación, no definido aún por completo que, pese a sus
obvios defectos de origen, va ganando reputación. Me refiero a esos diarios en
línea, montados en el ciberespacio, voluntariamente informales, cuyas páginas
(o pantallas, más bien) no dejan de apegarse a la ley de prensa, pero que se
antojan más independientes en sus criterios de selección de las noticias que
los grandes elefantes de papel, apresados en una maraña de intereses creados,
no siempre confesables.
Pues bien, un dato interesante de
estos nuevos medios es que sus fuentes de información no se remiten a agencia
comerciales, sino que alimentan de testigos directos, corresponsales de
banqueta, por decirlo así, que en buena hora estuvieron en "el lugar de
los hechos": ese espacio del mundo en el que se concentra el hipotético
interés público por un suceso notable, excepcional, que ha pasado de manera
ostentosa o discreta y que debe ser narrado a los ojos o los oídos del público
ávido de notas frescas. En ocasiones, esta remisión de la noticia llega a ser
sincrónica, es decir, se transmite al receptor casi en el momento en el que
sucede, con lo que el diario digital adquiere el prestigio de la oportunidad.
Ahora bien, el problema que
presenta el periodismo ciudadano es que su manejo de fuentes no pasa por
controles de calidad, dado su afán de ser, antes que todo, oportuno. Esa
tendencia a publicar la nota y ya luego averiguar su veracidad, es una
tendencia que afecta el prestigio del periodismo digital, y torna casi
indispensable la recurrencia a aquellos grandes barones que reparten el pastel
de las noticias desde sus altas torres.
¿Qué le queda entonces por hacer a
los promotores de diarios digitales independientes? Cumplir un papel
informativo a partir de la difusión de opiniones, llamando la atención sobre
asuntos públicos que no suelen tocar los grandes periódicos o canales de
televisión, pero dirigidos a pequeños nichos de mercado, es decir, abriendo el
abanico de noticias editorializadas para que sea el lector, y no un remoto y
automatizado editor, quien seleccione las notas de su interés personal y arme
su particular edición.
Incluso la jerarquía de las notas
debe ser tarea del consumidor de noticias que, a su modo, también se convierte
en un productor de ediciones en línea. Es éste el debate que debemos provocar
los periodistas "profesionales", blogeros y ciudadanos responsables,
y no tanto aquella polémica que se antoja artificial en el sentido de si la
autenticidad noticiosa está del lado de los medios masivos impresos o de los
nuevos medios.
¿A dónde va a ir a dar el
periodismo ciudadano cuyas fuentes no son las agencias de noticias? Lo veremos
en los próximos años, pero es innegable que a los grandes barones de la
difusión internacional de hechos les ha llegado la hora de competir con colegas
que portan otros talentos, no sé si más auténticos, pero sí más abiertos y
flexibles a los intereses que se manejan, y que no tienen porqué imponerse
desde un plano superior. En esto, la democracia también merecería jugar su rol:
dejémosla actuar.
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