28 julio 2012

AGENCIAS DE NOTICIAS Y OTRAS ANTIGUALLAS


En pleno boom de nuevos medios de comunicación, son las agencias de noticias las que mantienen el monopolio de este bien público. Sigue la prensa en sus secciones internacionales y hasta nacionales, sometida a las reglas hegemónicas del siglo XIX y ya los corresponsales son piezas de museo jurásico. Lo mismo pasa acá en Monterrey que en Londres; en Reynosa que en París: el registro de los hechos lo distribuye unilateralmente a los cinco continentes una junta de notables ocultos en los fantasmales teletipos con su característico sonidito a telégrafo desvelado y aburrido.

A estos barones, cuyas líneas son reproducidas como caja de resonancia por los diarios pequeños y grandes, no se le ve, ni se les oye, ni se les siente. No digo que uno dude de ellos: no se sospecha de su imparcialidad ni de su desnudo tono desideologizado, pero molesta ese filtro innecesario para satisfacer nuestra demanda de enterarnos sobre las cosas del mundo. Sentimos en ellos un regusto a hábitos pretéritos, a casa de antigüedades, a esas cajitas de música del siglo de las abuelas. ¿O es que es correcto cerrar las opciones a diferentes fuentes de información que pueden hacer la diferencia al comparar diversas versiones internacionales de un mismo hecho?

Y luego se quejan los grandes imperios mediáticos por la proliferación del periodismo ciudadano digital, un nuevo modelo de comunicación, no definido aún por completo que, pese a sus obvios defectos de origen, va ganando reputación. Me refiero a esos diarios en línea, montados en el ciberespacio, voluntariamente informales, cuyas páginas (o pantallas, más bien) no dejan de apegarse a la ley de prensa, pero que se antojan más independientes en sus criterios de selección de las noticias que los grandes elefantes de papel, apresados en una maraña de intereses creados, no siempre confesables.

Pues bien, un dato interesante de estos nuevos medios es que sus fuentes de información no se remiten a agencia comerciales, sino que alimentan de testigos directos, corresponsales de banqueta, por decirlo así, que en buena hora estuvieron en "el lugar de los hechos": ese espacio del mundo en el que se concentra el hipotético interés público por un suceso notable, excepcional, que ha pasado de manera ostentosa o discreta y que debe ser narrado a los ojos o los oídos del público ávido de notas frescas. En ocasiones, esta remisión de la noticia llega a ser sincrónica, es decir, se transmite al receptor casi en el momento en el que sucede, con lo que el diario digital adquiere el prestigio de la oportunidad.

Ahora bien, el problema que presenta el periodismo ciudadano es que su manejo de fuentes no pasa por controles de calidad, dado su afán de ser, antes que todo, oportuno. Esa tendencia a publicar la nota y ya luego averiguar su veracidad, es una tendencia que afecta el prestigio del periodismo digital, y torna casi indispensable la recurrencia a aquellos grandes barones que reparten el pastel de las noticias desde sus altas torres.

¿Qué le queda entonces por hacer a los promotores de diarios digitales independientes? Cumplir un papel informativo a partir de la difusión de opiniones, llamando la atención sobre asuntos públicos que no suelen tocar los grandes periódicos o canales de televisión, pero dirigidos a pequeños nichos de mercado, es decir, abriendo el abanico de noticias editorializadas para que sea el lector, y no un remoto y automatizado editor, quien seleccione las notas de su interés personal y arme su particular edición.

Incluso la jerarquía de las notas debe ser tarea del consumidor de noticias que, a su modo, también se convierte en un productor de ediciones en línea. Es éste el debate que debemos provocar los periodistas "profesionales", blogeros y ciudadanos responsables, y no tanto aquella polémica que se antoja artificial en el sentido de si la autenticidad noticiosa está del lado de los medios masivos impresos o de los nuevos medios.

¿A dónde va a ir a dar el periodismo ciudadano cuyas fuentes no son las agencias de noticias? Lo veremos en los próximos años, pero es innegable que a los grandes barones de la difusión internacional de hechos les ha llegado la hora de competir con colegas que portan otros talentos, no sé si más auténticos, pero sí más abiertos y flexibles a los intereses que se manejan, y que no tienen porqué imponerse desde un plano superior. En esto, la democracia también merecería jugar su rol: dejémosla actuar.

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