Quisimos hacer para la tele un programa político en clave satírica. Para eso nos asociamos un par de inversionistas e iniciamos una travesía por el desierto sin que se nos abrieran las aguas del Mar Rojo, ni nos hablara ninguna zarza ardiente. Al final nos leyeron las Tablas de la Ley, en versión IFE y formato fascista/fashion, que se sintetiza enfashista.
La idea no era original: nos inspiró un famoso programa de tv llamado CQC, que hasta la fecha emite el canal Telefe, en Argentina. Luego lo compró Globomedia, para su emisión en España en 1996 e Italia en 1997. Se trata de entrevistar a personalidades políticas con preguntas inconvenientes, bajo el lema “No importa la jerarquía de quien sufra las consecuencias”. Un programa similar se emite en España con el nombre Mobuz.tv, y otro en Estados Unidos llamado The Onion. En México lo intentaron hacer por televisión nacional un par de jóvenes sin gracia que confundía irreverencia con grosería y lo “políticamente incorrecto”, con estupidez militante. Un fracaso de programa, seres humanos y tiempo aire (no en ese orden).
Ningún canal de señal abierta o cerrada quiso ver siquiera nuestro programa piloto. Se trata de prohibir a cualquier aspirante a cargo público a publicitarse por televisión u otro medio electrónico, menos Internet. La norma también sanciona la guerra sucia en campañas políticas.
En principio la idea no era mala. Se reducía la nutrición mercantilista del monopolio televisivo: que no ganará tanto dinero a costa del usufructo político. No más comerciales tipo propaganda política fuera de los tiempos electorales. Ni promoción de funcionarios públicos. Ni inserciones pagadas de suspirantes por una gubernatura. Pero desde entonces se abrió la censura fashista para el periodismo político crítico e independiente, si no es producido directamente por el canal. Al productor externo se le cierran las puertas con la misma cantaleta: “la compra de una hora en nuestra programación nos pone en riesgo de ser sancionados por el IFE; por ti no nos la vamos a jugar”. Y tienen razón: tendrían que supervisar cada uno de los programas externos para que no se filtrara propaganda tácita a un futuro candidato, o que no se metiera de contrabando la guerra sucia contra un aspirante-víctima que luego pudiera alegar falta y señalar culpables.
¿Programa político-satírico externo al canal? Ni pensarlo. Mejor filtrar en los propios noticieros una palmadita subliminal para algún político amigo. Además, lo subliminal siempre es mejor pagado; se cobra triple. Y eso sólo debe acordarse entre los de casa. De manera que al productor free lance sólo nos queda producir programas temáticos sobre caza y pesca, fin de cursos de pre-primarias, tocadas de Inspector, o la mejor manera para azucarar las donas de vainilla y coco.
Viene como último grito de la moda el fashismo. La culpable es la Ley Electoral a quien deberíamos extraditar ipso facto a los Estados Unidos. Y al IFE junto con los legisladores. Las televisoras, en cambio, respiran por la herida. Ya se ve: nunca pierden. El filósofo Eugenio dÓrs definió la prosa de Camilo José Cela como “genialidad para lo elemental”. A esta Ley Electoral fashista hay que bautizarla como “estupidez para lo elemental”.
Quise escribir este artículo en forma de sátira y no pude: ya se ve, me lo imaginé primero como guión televisivo y a punto de proclamar quien era mi gallo para la grande. Pero pudo más mi miedo a ser delincuente electoral y a caer en la miseria como frustrado productor free lance de programas político-satíricos para la tele. Y es que prefiero mi honestidad intelectual a la codicia de ganarme frívolamente algunos pesos. Aunque acepto sugerencias de programas piloto sobre la mejor manera de azucarar donas de vainilla y coco.
La idea no era original: nos inspiró un famoso programa de tv llamado CQC, que hasta la fecha emite el canal Telefe, en Argentina. Luego lo compró Globomedia, para su emisión en España en 1996 e Italia en 1997. Se trata de entrevistar a personalidades políticas con preguntas inconvenientes, bajo el lema “No importa la jerarquía de quien sufra las consecuencias”. Un programa similar se emite en España con el nombre Mobuz.tv, y otro en Estados Unidos llamado The Onion. En México lo intentaron hacer por televisión nacional un par de jóvenes sin gracia que confundía irreverencia con grosería y lo “políticamente incorrecto”, con estupidez militante. Un fracaso de programa, seres humanos y tiempo aire (no en ese orden).
Ningún canal de señal abierta o cerrada quiso ver siquiera nuestro programa piloto. Se trata de prohibir a cualquier aspirante a cargo público a publicitarse por televisión u otro medio electrónico, menos Internet. La norma también sanciona la guerra sucia en campañas políticas.
En principio la idea no era mala. Se reducía la nutrición mercantilista del monopolio televisivo: que no ganará tanto dinero a costa del usufructo político. No más comerciales tipo propaganda política fuera de los tiempos electorales. Ni promoción de funcionarios públicos. Ni inserciones pagadas de suspirantes por una gubernatura. Pero desde entonces se abrió la censura fashista para el periodismo político crítico e independiente, si no es producido directamente por el canal. Al productor externo se le cierran las puertas con la misma cantaleta: “la compra de una hora en nuestra programación nos pone en riesgo de ser sancionados por el IFE; por ti no nos la vamos a jugar”. Y tienen razón: tendrían que supervisar cada uno de los programas externos para que no se filtrara propaganda tácita a un futuro candidato, o que no se metiera de contrabando la guerra sucia contra un aspirante-víctima que luego pudiera alegar falta y señalar culpables.
¿Programa político-satírico externo al canal? Ni pensarlo. Mejor filtrar en los propios noticieros una palmadita subliminal para algún político amigo. Además, lo subliminal siempre es mejor pagado; se cobra triple. Y eso sólo debe acordarse entre los de casa. De manera que al productor free lance sólo nos queda producir programas temáticos sobre caza y pesca, fin de cursos de pre-primarias, tocadas de Inspector, o la mejor manera para azucarar las donas de vainilla y coco.
Viene como último grito de la moda el fashismo. La culpable es la Ley Electoral a quien deberíamos extraditar ipso facto a los Estados Unidos. Y al IFE junto con los legisladores. Las televisoras, en cambio, respiran por la herida. Ya se ve: nunca pierden. El filósofo Eugenio dÓrs definió la prosa de Camilo José Cela como “genialidad para lo elemental”. A esta Ley Electoral fashista hay que bautizarla como “estupidez para lo elemental”.
Quise escribir este artículo en forma de sátira y no pude: ya se ve, me lo imaginé primero como guión televisivo y a punto de proclamar quien era mi gallo para la grande. Pero pudo más mi miedo a ser delincuente electoral y a caer en la miseria como frustrado productor free lance de programas político-satíricos para la tele. Y es que prefiero mi honestidad intelectual a la codicia de ganarme frívolamente algunos pesos. Aunque acepto sugerencias de programas piloto sobre la mejor manera de azucarar donas de vainilla y coco.
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