11 julio 2012

EPN Y EL EXPERIMENTO MILGRAM


Enrique Peña Nieto ganó la elección presidencial siguiendo el experimento Milgram. En México no es conocido este método de psicología social ahora definido como parte de la neurociencia y que, con la publicación de sus conclusiones en los años setenta, provocó un escándalo científico en EUA porque desnudó el comportamiento en casos extremos de la mayoría de los seres humanos. Tampoco se utilizó en la anterior campaña presidencial, dado que el entonces candidato Felipe Calderón y sus asesores coordinados por Antonio Solá prefirieron apelar al recurso del miedo para descarrilar en un par de semanas la candidatura de Andrés Manuel López Obrador, denunciado falsamente como marioneta del Presidente venezolano Hugo Chávez. Ahora, el método Milgram utilizado en la reciente campaña presidencial llevó a los mismos resultados por vías distintas a las que se valió en aquel entonces el poder fáctico con la manipulación del miedo.

Sucedió hacia 1961 en New Haven, Connecticut  en un laboratorio científico de paredes blancas y ambiente monacal. El protagonista de esta historia es el psicólogo Stanley Milgram y los participantes, jóvenes y viejos de variada condición social y nivel de escolaridad (nunca mejor considerados como conejillos de Indias), son un grupo de civiles reclutados mediante un anuncio anodino en los periódicos. Por una paga de 10 dólares se le pidió a cada participante actuar como "maestro" de un "alumno" sentado en una silla eléctrica, a quien enseñaría durante breves minutos una lista con pares de palabras. El examen sería severo: si el alumno se equivocaba en un par de términos, recibía como castigo una descarga eléctrica por cada error, aplicada por el maestro mediante una palanca al alcance de su mano. Las descargas ascendían en intensidad a lo largo de 30 niveles, de los 15 voltios a los 450 voltios.  Cuando se llegaba a los 270 voltios, el alumno transitaba de la queja al retorcimiento físico y luego a los gritos desgarradores. Si el maestro pedía detener el examen o abandonar la sala, intervenía imponente el investigador: "Prosiga. Es importante que siga el examen. No tiene otra opción. Tiene que continuar". Por lo general, el alumno perdía el conocimiento entre alaridos y espasmos de terror. El examen finalmente se interrumpía. 

Lo importante del experimento Milgram no es que los supuestos alumnos electrocutados fueran en realidad actores contratados por el laboratorio, ni que los cables de la silla eléctrica no estuvieran conectados a una planta de luz, por lo que eran inofensivos. Lo sorprendente y al mismo tiempo lamentable es que casi 70% de los "maestros", los únicos que ignoraban que todo era una representación teatral, no suspendían su participación en el experimento y preferían seguir hasta aplicar los 450 voltios mortales, azuzados por el investigador, pese a caer en la cuenta de que el alumno/ víctima sufría torturas atroces. ¿Por qué lo hacían? Milgran lo explicó detalladamente en su informe clínico publicado una década más tarde: porque obedecían órdenes de una autoridad; no necesariamente de un funcionario público, sino de una voz autorizada por su sapiencia científica y su respetabilidad académica.

La conclusión de Stanley Milgran eran más dolorosa que una descarga eléctrica de 450 voltios: la mayoría de las personas, al margen de sexo, creencias, nivel socioeconómico y grado escolar, somos obedientes a la autoridad, cualquiera que sea su origen: gubernamental, académica, formadora de opinión como el oficio periodístico, o de análisis estadístico. Este sometimiento voluntario de los seres humanos a una línea de mando superior en términos de poder o conocimiento, no tiene de entrada una connotación negativa, pues sólo así se pueden forjan "sociedades administradas" (el término es de Max Horkheimer). ¿Pero qué pasa si, al igual que en el experimento Milgram, la autoridad nos manipula? ¿Si la voz autorizada nos conmina a cometer una arbitrariedad o un acto absurdo, ilógico o fuera de lo razonable? El esquema mental de los seres humanos no está diseñado para caer en la cuenta de esta simulación. Simplemente obedecemos. Acatamos con una compulsión inconsciente y se produce en cada cabeza un fenómeno que desde hace algunos años ha estudiado la neurociencia con resultados apenas comprobables: la disonancia cognitiva, es decir, la disrupción entre lo que se piensa y lo que se hace.

¿Por qué la voz autorizada de los encuestadores mas prestigiados de México erraron por más de 10 puntos los resultados electorales? ¿Por qué la voz autorizada de muchos periodistas de prestigio nacional adelantaron la victoria de un candidato con tantas semanas de anticipación? ¿Por qué se descartaron tan de madrugada las posibilidades de la candidata presidencial panista? Saque el lector sus conclusiones. No será el autor de este artículo una voz autorizada más que pretenda inducir una tendencia social que le genere disonancias cognitivas. Pero vale sopesar los riesgos de que en un país como el nuestro se utilice el experimento Milgram como método de persuasión electoral más efectivo que la viralización del miedo y tan dañino a la democracia y a la salud pública como la compra masiva de votos. Estas operaciones ocultas son tan letales como las descargas eléctricas y dejan marcas indelebles en el tejido social. Marcas que difícilmente borrará el paso del tiempo.    

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