Enrique Peña Nieto ganó la elección presidencial siguiendo el experimento Milgram. En México no es conocido este método de psicología social ahora definido como
parte de la neurociencia y que, con la publicación de sus conclusiones en los años setenta, provocó un escándalo científico en EUA porque desnudó el comportamiento en casos
extremos de la mayoría de los seres humanos. Tampoco se utilizó en la anterior campaña presidencial, dado que el
entonces candidato Felipe Calderón y sus asesores coordinados por Antonio Solá prefirieron apelar al recurso
del miedo para descarrilar en un par de semanas la candidatura de Andrés Manuel López Obrador, denunciado
falsamente como marioneta del Presidente venezolano Hugo Chávez. Ahora, el método Milgram utilizado en la
reciente campaña
presidencial llevó a
los mismos resultados por vías distintas a las que se valió en aquel entonces el poder fáctico con la manipulación del miedo.
Sucedió hacia 1961 en New Haven, Connecticut en un laboratorio científico de paredes blancas y
ambiente monacal. El protagonista de esta historia es el psicólogo Stanley Milgram y los
participantes, jóvenes
y viejos de variada condición social y nivel de escolaridad (nunca mejor considerados como
conejillos de Indias), son un grupo de civiles reclutados mediante un anuncio
anodino en los periódicos. Por una paga de 10 dólares se le pidió a cada participante actuar
como "maestro" de un "alumno" sentado en una silla eléctrica, a quien enseñaría durante breves minutos una
lista con pares de palabras. El examen sería severo: si el alumno se equivocaba en un par de términos, recibía como castigo una descarga eléctrica por cada error,
aplicada por el maestro mediante una palanca al alcance de su mano. Las
descargas ascendían en
intensidad a lo largo de 30 niveles, de los 15 voltios a los 450 voltios. Cuando se llegaba a los 270 voltios, el
alumno transitaba de la queja al retorcimiento físico y luego a los gritos
desgarradores. Si el maestro pedía detener el examen o abandonar la sala, intervenía imponente el investigador:
"Prosiga. Es importante que siga el examen. No tiene otra opción. Tiene que continuar".
Por lo general, el alumno perdía el conocimiento entre alaridos y espasmos de terror. El
examen finalmente se interrumpía.
Lo importante del experimento Milgram no es que los
supuestos alumnos electrocutados fueran en realidad actores contratados por el
laboratorio, ni que los cables de la silla eléctrica no estuvieran
conectados a una planta de luz, por lo que eran inofensivos. Lo sorprendente y
al mismo tiempo lamentable es que casi 70% de los "maestros", los únicos que ignoraban que todo
era una representación teatral, no suspendían su participación en el experimento y preferían seguir hasta aplicar los
450 voltios mortales, azuzados por el investigador, pese a caer en la cuenta de
que el alumno/ víctima
sufría
torturas atroces. ¿Por qué lo hacían? Milgran lo explicó detalladamente en su informe clínico publicado una década más tarde: porque obedecían órdenes de una autoridad; no
necesariamente de un funcionario público, sino de una voz autorizada por su sapiencia científica y su respetabilidad académica.
La conclusión de Stanley Milgran eran más dolorosa que una descarga eléctrica de 450 voltios: la
mayoría de
las personas, al margen de sexo, creencias, nivel socioeconómico y grado escolar, somos
obedientes a la autoridad, cualquiera que sea su origen: gubernamental, académica, formadora de opinión como el oficio periodístico, o de análisis estadístico. Este sometimiento
voluntario de los seres humanos a una línea de mando superior en términos de poder o
conocimiento, no tiene de entrada una connotación negativa, pues sólo así se pueden forjan
"sociedades administradas" (el término es de Max Horkheimer). ¿Pero qué pasa si, al igual que en el
experimento Milgram, la autoridad nos manipula? ¿Si la voz autorizada nos
conmina a cometer una arbitrariedad o un acto absurdo, ilógico o fuera de lo razonable?
El esquema mental de los seres humanos no está diseñado para caer en la cuenta de
esta simulación.
Simplemente obedecemos. Acatamos con una compulsión inconsciente y se produce en
cada cabeza un fenómeno que desde hace algunos años ha estudiado la
neurociencia con resultados apenas comprobables: la disonancia cognitiva, es
decir, la disrupción entre lo que se piensa y lo que se hace.
¿Por qué la voz autorizada de los encuestadores mas prestigiados de
México erraron por más de 10 puntos los resultados
electorales? ¿Por
qué la
voz autorizada de muchos periodistas de prestigio nacional adelantaron la
victoria de un candidato con tantas semanas de anticipación? ¿Por qué se descartaron tan de
madrugada las posibilidades de la candidata presidencial panista? Saque el
lector sus conclusiones. No será el autor de este artículo una voz autorizada más que pretenda inducir una
tendencia social que le genere disonancias cognitivas. Pero vale sopesar los
riesgos de que en un país como el nuestro se utilice el experimento Milgram como método de persuasión electoral más efectivo que la viralización del miedo y tan dañino a la democracia y a la
salud pública
como la compra masiva de votos. Estas operaciones ocultas son tan letales como
las descargas eléctricas
y dejan marcas indelebles en el tejido social. Marcas que difícilmente borrará el paso del tiempo.
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