La
tecnología es como el órgano sexual: si no se usa, sirve no más que para adorno
de gusto pésimo y peor factura. Algunos de éstos órganos andan atrofiados o con
manejo deficiente o a medias aguas, como quien dice, pero ese es caso aparte
que no abordare ahora. Otro cuento es la usabilidad (horrible término como hay
otros del corral de las infotecnologías), y otro contiguo a él que es la
interfaz.
Ni a una ni
a otra me refiero en este artículo. Mis advertencias van en el orden de la simple
creación e innovación en aplicaciones que si quedan en el plano de lo ideal,
apenas justifican haber nacido. Se quedan nonatos para siempre, acompañando en
el limbo a los que nacieron en pecado y no vivieron el ejercicio purificador
del bautizo de vagar por este mundo.
Igual pasa con las tecnologías que vagan
por el mundo sin saber quién son y para que sirven en la práctica, con lo que
padecen una variante de duda existencial o incluso de falta de identidad, que
no se las dará ningún sarteano cibernético de la avenida Saint Michaele.
Y no digo
que la culpa sea de ellas, que a Dios gracias los fierros, cacharros y
armatostes carecen de culpa, alma y tarjetas de crédito con las cuales sufrir
como los humanos. Digo que al no contar con la estafeta legitimadora que
obsequia el uso, su mera función de artículo o concepto de lujo para aderezar
conversaciones y dárselas de sabio moderno, es una patética forma de perder el
tiempo, tanto para quien las creó como para quien las saca a colación en
debates o referencias dizque intelectuales.
Ahora bien,
hay tecnologías que teóricamente sirven para mejorar procesos o estrategias de
venta o interacción con el cliente, o para lo que se pretenda (de todo y extra
hay en la viña del puntocom) que por el solo hecho de no aplicarse
cargan el sambenito de su incompetencia de origen.
Por ejemplo, infinidad de aplicaciones que duermen el sueño de los justos en ese cementerio en que se convierten a la postre algunos sistemas operativos. Su cata y sondeo en alcances y posibilidades es visita obligada para los techno-geek, hackers y aficionados a los gadgets de funcionalidad en trámite, que se precien de serlo y de ostentarlo (como en todos lados, se dan los que van simplemente de pedantes).
Por ejemplo, infinidad de aplicaciones que duermen el sueño de los justos en ese cementerio en que se convierten a la postre algunos sistemas operativos. Su cata y sondeo en alcances y posibilidades es visita obligada para los techno-geek, hackers y aficionados a los gadgets de funcionalidad en trámite, que se precien de serlo y de ostentarlo (como en todos lados, se dan los que van simplemente de pedantes).
Otro caso es
el de las aplicaciones o software que pudieran utilizarse para otros fines pero
que están encorsetados en las coordenadas cibernéticas que le destinó
inevitablemente su creador. Me refiero, en concreto, al weblog, que puede ser
hipertexto referencial, periodismo diletante, circulación de información de
índole variada, sala automotivacional de fashion a la carta, proyección
de egolatrías confesas, lo que se quiera, pero que hasta el día de hoy no ha
sido considerado como la herramienta eficaz en materia de innovación
empresarial o, mínimo de recurso válido para mejorar procedimientos
administrativos.
Las potencialidades de los weblog en la red empresarial y en la práctica industrial es inabarcable y falta que los expertos incursionen en ese campo para comprender sus fronteras interminables. Porque a la fecha, los documentos divulgadores de la weblog, con sus ventajas y bondades innegables, se restringen a dar vueltas tautológicamente sobre el concepto, a la manera de los perros que giran y giran sobre sí mismos, antes de echarse a descansar.
Las potencialidades de los weblog en la red empresarial y en la práctica industrial es inabarcable y falta que los expertos incursionen en ese campo para comprender sus fronteras interminables. Porque a la fecha, los documentos divulgadores de la weblog, con sus ventajas y bondades innegables, se restringen a dar vueltas tautológicamente sobre el concepto, a la manera de los perros que giran y giran sobre sí mismos, antes de echarse a descansar.
La sabiduría
tecnológica se diferencia de la cultura artística a secas, en que la segunda
puede ser un artículo de lujo, un bien suntuario, pero nadie que no baje a la
primera de la estratosfera de la teoría, puede ser considerado un visionario y
menos un artista.
En la tecnología, los artistas se caracterizan por echar a andar los armatostes y los artilugios, que son mas atractivos mientras mejor nos sirvan. Su belleza es su utilidad. Y ya vale convencernos, como lo dijo Esquilo, que el sabio es el que sabe cosas útiles más que el que sabe muchas cosas.
En la tecnología, los artistas se caracterizan por echar a andar los armatostes y los artilugios, que son mas atractivos mientras mejor nos sirvan. Su belleza es su utilidad. Y ya vale convencernos, como lo dijo Esquilo, que el sabio es el que sabe cosas útiles más que el que sabe muchas cosas.
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