La escena parece de ciencia
ficción, propia de Ray Bradbury, pero es real y cotidiana: el paciente reposa
en un sillón de su casa, con su laptop sobre las rodillas, mientras confiesa al
médico que quiere practicarse una operación reconstructiva. Es la primera
consulta y no se conocen: charlan entre ellos por videoconferencia. El paciente
es un setentón avecindado en Seattle. El médico, cirujano
plástico mexicano, lo atiende a distancia desde su clínica en Monterrey. La consulta está respaldada por expedientes médicos, resultados de
análisis de sangre y varias radiografías. Los documentos los baja Jaime de la
nube virtual (iCloud) y se asoman a
voluntad del médico en la pantalla del monitor.
Ni siquiera es una escena
original: consultar a distancia es practica normal del Hospital Universitario,
que atiende a pacientes radicados en apartadas rancherías y ejidos de Nuevo
León e incluso fuera del Estado. El especialista hace una valoración casi in situ y agiliza las fases del
diagnostico para iniciar el tratamiento, ahí sí, de manera presencial. Este
proceso digital es común en el norte de México desde que llegó a dirigir al
Hospital Universitario el doctor Donato Saldívar, uno de los más notables
científicos mexicanos vivos.
La primera vez que asistí a una
consulta on line asocié lo visto con
una serie de televisión por Youtube
de la actriz Lisa Kudrow: “Web Therapy.”
Una terapeuta norteamericana consulta exclusivamente en línea a sus pacientes,
en sesiones de tres minutos, con la vana ilusión de que su técnica se convierta
en una nueva alternativa psiquiátrica. En México le tomamos la palabra.
Al menos en el rubro de salud, las
consultas-web hacen realidad aquella promesa que cantaba a dueto Marvin Gaye y
Tammy Teller en Ain´t No Mountain High
Enough: “no hay montaña lo bastante alta, ni valle lo bastante profundo, ni
río lo bastante ancho, que pueda impedirme llegar hasta ti”. Sin embargo, en
Nuevo León esto no es completamente cierto. ¿Por qué?
Ningún avance tecnológico dirigido
a la atención de pacientes rendirá resultados óptimos si no operamos de una
buena vez el expediente clínico electrónico. El mundo ideal es que usted vaya
con cualquier médico autorizado a consultar y éste acceda al instante a su
historial de salud, almacenado en una enorme base de datos nacional.
Para atenderse no tendrá que
cargar bajo el brazo con radiografías, diagnósticos previos, recetas, estudios
clínicos o análisis recientes, porque el médico contemplará frente a sus
narices esta memoria con información retrospectiva como la que cuentan los
habitantes de los países de Primer Mundo. Pese a los trastornos económicos que
desquician Europa, familiares míos radicados en Madrid contaban con este
sistema de información, que se evaporó entre sus manos cuando retornaron a
nuestro país.
En México contamos con un norma
que define las características del expediente electrónico: NOM 024, emitida por
la Secretaría de Salud federal, pero apenas lo utilizan un par de hospitales
públicos, de los mil 800 que hay. Por supuesto, en estos temas, el Tecnológico
de Monterrey siempre es vanguardia: en su sistema interno de salud, el ITESM
gestiona el software desde hace años. Pero se trata de un garbanzo de a libra.
¿Por qué la reticencia a
actualizarnos en México si el software proporcionalmente no es caro, si
contamos con la red tecnológica mínima requerida y podemos financiarlo por la
OMG (Organización Mundial de Salud)? Sospecho que, como siempre, los intereses
creados, el querer pasarnos de listo y uno que otro prejuicio nos paraliza:
¿Cómo hacer válida la póliza de gastos médicos si el expediente de nuestro
historial se almacena en línea? ¿Si cualquier agencia aseguradora podría contar
con él dando un clic? Además, dado
que el paciente sólo recibiría el medicamento justo, en su dosis adecuada, se
acabaría el mercado negro de la fuga de inventarios y el desabasto intencional
en hospitales públicos.
Dice el teórico catalán
Manuel Castells que si un país está rezagado en materia digital es porque
quiere. Ni en Nuevo León ni en México entendemos que para ser cibernéticos no
basta que un médico cruce virtualmente montañas, valles y ríos para llegar a
sus pacientes. Falta que éstos tengan un expediente clínico electrónico
personal y eviten, como Sísifo, cargar la piedra de su historial disperso cada
vez que se atiendan de un mismo padecimiento. O de plano entonemos la canción
de los médicos virtuales de Marvin Gaye y Ammy Teller como único vestigio (así
sea leyenda) de que alguna vez existió la hermandad en estas tierras.
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