08 junio 2012

LA CANCIÓN DE LOS MÉDICOS VIRTUALES



La escena parece de ciencia ficción, propia de Ray Bradbury, pero es real y cotidiana: el paciente reposa en un sillón de su casa, con su laptop sobre las rodillas, mientras confiesa al médico que quiere practicarse una operación reconstructiva. Es la primera consulta y no se conocen: charlan entre ellos por videoconferencia. El paciente es un setentón avecindado en Seattle. El médico, cirujano plástico mexicano, lo atiende a distancia desde su clínica en Monterrey. La consulta está respaldada por expedientes médicos, resultados de análisis de sangre y varias radiografías. Los documentos los baja Jaime de la nube virtual (iCloud) y se asoman a voluntad del médico en la pantalla del monitor.

Ni siquiera es una escena original: consultar a distancia es practica normal del Hospital Universitario, que atiende a pacientes radicados en apartadas rancherías y ejidos de Nuevo León e incluso fuera del Estado. El especialista hace una valoración casi in situ y agiliza las fases del diagnostico para iniciar el tratamiento, ahí sí, de manera presencial. Este proceso digital es común en el norte de México desde que llegó a dirigir al Hospital Universitario el doctor Donato Saldívar, uno de los más notables científicos mexicanos vivos.

La primera vez que asistí a una consulta on line asocié lo visto con una serie de televisión por Youtube de la actriz Lisa Kudrow: “Web Therapy.” Una terapeuta norteamericana consulta exclusivamente en línea a sus pacientes, en sesiones de tres minutos, con la vana ilusión de que su técnica se convierta en una nueva alternativa psiquiátrica. En México le tomamos la palabra.

Al menos en el rubro de salud, las consultas-web hacen realidad aquella promesa que cantaba a dueto Marvin Gaye y Tammy Teller en Ain´t No Mountain High Enough: “no hay montaña lo bastante alta, ni valle lo bastante profundo, ni río lo bastante ancho, que pueda impedirme llegar hasta ti”. Sin embargo, en Nuevo León esto no es completamente cierto. ¿Por qué?

Ningún avance tecnológico dirigido a la atención de pacientes rendirá resultados óptimos si no operamos de una buena vez el expediente clínico electrónico. El mundo ideal es que usted vaya con cualquier médico autorizado a consultar y éste acceda al instante a su historial de salud, almacenado en una enorme base de datos nacional.

Para atenderse no tendrá que cargar bajo el brazo con radiografías, diagnósticos previos, recetas, estudios clínicos o análisis recientes, porque el médico contemplará frente a sus narices esta memoria con información retrospectiva como la que cuentan los habitantes de los países de Primer Mundo. Pese a los trastornos económicos que desquician Europa, familiares míos radicados en Madrid contaban con este sistema de información, que se evaporó entre sus manos cuando retornaron a nuestro país.

En México contamos con un norma que define las características del expediente electrónico: NOM 024, emitida por la Secretaría de Salud federal, pero apenas lo utilizan un par de hospitales públicos, de los mil 800 que hay. Por supuesto, en estos temas, el Tecnológico de Monterrey siempre es vanguardia: en su sistema interno de salud, el ITESM gestiona el software desde hace años. Pero se trata de un garbanzo de a libra.

¿Por qué la reticencia a actualizarnos en México si el software proporcionalmente no es caro, si contamos con la red tecnológica mínima requerida y podemos financiarlo por la OMG (Organización Mundial de Salud)? Sospecho que, como siempre, los intereses creados, el querer pasarnos de listo y uno que otro prejuicio nos paraliza: ¿Cómo hacer válida la póliza de gastos médicos si el expediente de nuestro historial se almacena en línea? ¿Si cualquier agencia aseguradora podría contar con él dando un clic? Además, dado que el paciente sólo recibiría el medicamento justo, en su dosis adecuada, se acabaría el mercado negro de la fuga de inventarios y el desabasto intencional en hospitales públicos. 

Dice el teórico catalán Manuel Castells que si un país está rezagado en materia digital es porque quiere. Ni en Nuevo León ni en México entendemos que para ser cibernéticos no basta que un médico cruce virtualmente montañas, valles y ríos para llegar a sus pacientes. Falta que éstos tengan un expediente clínico electrónico personal y eviten, como Sísifo, cargar la piedra de su historial disperso cada vez que se atiendan de un mismo padecimiento. O de plano entonemos la canción de los médicos virtuales de Marvin Gaye y Ammy Teller como único vestigio (así sea leyenda) de que alguna vez existió la hermandad en estas tierras. 

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