La comunicación política no es lo
mismo que la comunicación mediática. Sus metas son divergentes: el poder
pretende ampliar sus espacios de dominación; la prensa busca ampliar su
influencia en la opinión pública. Si la comunicación del poder es exitosa,
amplía sus redes de control; si la credibilidad del medio es exitosa, gana en
imagen (es decir, en más tiraje, mayor circulación, venta de publicidad, etc.).
La estrategia de comunicación del
poder es opuesta a la de los medios. Por las mismas razones, los recursos
también son antagónicos: capacidad de persuasión en uno, apego a la veracidad
en otro. El Príncipe manda, la prensa critica. Así de simple. Pero a veces, el
poder compra al medio (lo “chayotea” decimos en México). O usa tácticas de
distracción comunicativa. Una de éstas tácticas nació en EUA pero suele
operarla el poder en México: le llaman “Take
out the trash day”. El truco consiste en reducir el impacto de una nota
haciéndola pública en día de asueto, Semana Santa o Navidad. Se trata de sacar
la basura de forma discreta para que, al margen de la importancia de lo
informado, el lector distraído no le preste atención.
En cambio, la prensa profesional
investiga el reverso de la trama y hurga en la basura del poder. Saca del
basurero lo que parecía deshecho pero trae larvas de sonado escándalo. O al
revés: reduce a su justa dimensión las nimiedades que el poder pretende
difundir como trascendentales: supuestos logros históricos en simple
rehabilitación de parques y placitas; grandes metas cumplidas en bacheo de
calles. Es el eterno duelo de Nixon (el poder, el Príncipe) versus The Washington Post (el crítico, la
prensa).
¿Pero por qué la prensa llega a usar la táctica Take out the trash day que es propia del
poder político? ¿Por qué pierde la línea de flotación que marcó The Washington Post para querer ser
Nixon? ¿Por qué amanece a veces queriendo ser Príncipe y no crítico? En las
columnas de la prensa local se denuncia a funcionarios de segunda fila, burócratas
de pacotilla y hasta asistentes carga-maletines, cuando hay administradores
públicos de primer nivel que no existen en sus críticas. Eso es bullying. ¿Cuál periódico de prestigio
en cualquier país del mundo sigue la práctica de columnear migajas?
En la prensa local se ejerce el bullying: no el periodismo sino el acoso
mediático; no la información sino el hostigamiento; no el artículo de fondo
sino el maltrato emocional a base de reiteración; es decir, a base de bullying. Es el traslape de la credibilidad
en poder a secas; la confusión intencional entre criticar y mandar; entre
acusar y ordenar; entre denunciar y gobernar. Lo llamo Periodismo-zombi: no ve, no escucha, no lee, sólo impone su agenda
(otra manera de neurosis narcisista). Es Katherine Graham (la crítica)
queriendo ser Nixon (el Príncipe).
De ahí los casos en que se
persigue por semanas a políticos enanos; en que se minimiza a bandidos
gigantes; en que se da coloratura intensa a trivialidades. Se carga las tintas
en contra de unos y se absuelve a otros con amnesia periodística. Vale que el
poder se comparta entre partidos y corrientes políticas, pero no entre el
Príncipe y su críticos. Por su propia naturaleza, salud pública y alcance de
miras, la prensa no puede ser Maquiavelo.
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