05 junio 2012

CASINO ROYALE: LOS JUEGOS DE LA SOLEDAD



Leo con asombro: los familiares de las víctimas del Casino Royale apoyan en un acto de solidaridad la demanda de aplicar la ley a los culpables de la tragedia de la guardería ABC. Una vez más, acaso de manera interminable, los deudos lloran a sus muertos y piden esclarecer los hechos. Los casinos, que suelen reducir la solidaridad humana, han hecho el milagro de reunir a un grupo de ciudadanos en protesta por la justicia pospuesta y el desdén de las autoridades. ¿Pero por qué asumir que los casinos en Monterrey son una de las múltiples causas de la fragmentación social en esta era post-digital o del vacío? Aventuro una hipótesis.

La televisión absorbe la mayoría de nuestro excedente de tiempo libre. Es casi una manda, un hábito compulsivo; nuestros días se parten en tres bloques: trabajar, dormir y ver televisión. No acuso la calidad ni el contenido de los programas, sino su cantidad: el tiempo per capita utilizado en ver televisión sumaría horas, días, meses, años: media vida entera.

La televisión no es la fuente de nuestra infelicidad, ni la causa de nuestra soledad; es su salida, su escape engañoso, su remedio casero. El origen de nuestra falta de felicidad y de soledad es el excedente de tiempo libre. Por algo se dice que los jubilados se aburren más y se sienten más solos. Y como todo se compensa, ver televisión nos resta tiempo para convivir con otros semejantes; para relacionarnos socialmente. Confiamos más en Laura Bozzo que en nuestro vecino; en Andrea Legarreta que en nuestra comadre; en el Chef Oropeza que en nuestro padre; les guardamos más fe a nuestros amigos imaginarios que a nuestros amigos reales. Ver televisión desplaza los otros usos del tiempo libre; nos salva del contacto humano. Y a pesar de eso, no dejamos de sentirnos solos. Ver televisión es una rutina de solitarios, crédulos de engañar su soledad.

Entonces llegaron los casinos. Centros de reunión social, puntos de encuentro masivo, los casinos alivian artificialmente la soledad de los televidentes. De la noche a la mañana se vuelven los reyes del entretenimiento porque, a diferencia de la tele, vemos gente de carne y hueso, no imágenes. El jubilado que presentía que la televisión lo alejaba de su familia, la ama de casa que sospechaba un vacío en sus vínculos sociales por ver telenovelas, descubren los casinos como el camino de retorno a las relaciones interpersonales, sienten de nuevo (o imaginan sentir) el alivio de la interacción humana. Y por tanto, se creen curados de la soledad que segrega infelicidad. A esa reacción psicosomática que despiertan los casinos le podríamos llamar efecto placebo. 

¿Pero realmente en los casinos se cultivan las relaciones humanas? No. ¿Cuántos jugadores de maquinitas en promedio platican con la persona sentada a su lado? El aficionado al casino saca simbólicamente el televisor de su casa y lo instala en una sala más cómoda, con aire acondicionado, con bebidas frías, con meseros más amables que su cónyuge y deja pasar el tiempo frente a un monitor (otro tipo de televisor). De ahí que los casinos carezcan de ventanas, no delaten el paso de las horas ni hagan distinción entre el día y la noche. Al igual que la televisión, el casino desplaza las actividades sociales por acciones solitarias, pero los casinos crean la ilusión de multitudes unidas. No obstante, esos mexicanos que sumados invierten ochenta millones de horas de casino al año, siguen ensimismados. 

Los casinos aumentan el materialismo de los seres humanos y disminuyen la valoración de las relaciones humanas: si convivo con mi vecino no obtengo más que una dudosa satisfacción; en cambio, si convivo con la maquinita, al menos hipotéticamente obtengo dinero. ¿Qué es mejor para mí?

Gastar el tiempo libre en los casinos conduce a dedicar más energías al placer material y menos interés a la satisfacción social. Frente a esta disyuntiva es imposible competir: de antemano se sabe la decisión de la mayoría de la gente. De ahí que la ludopatía no sea el peor de los males de los jugadores de maquinitas.

Un acto extremo de dignidad, asumido por los deudos de las víctimas del Casino Royale, ha abierto una luz de esperanza a la mole de seres infelices, construida con bloques de soledad. El autor de este artículo extiende su solidaridad a todos los familiares unidos por la desgracia. 

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