Leo con asombro: los familiares de
las víctimas del Casino Royale apoyan
en un acto de solidaridad la demanda de aplicar la ley a los culpables de la
tragedia de la guardería ABC. Una vez
más, acaso de manera interminable, los deudos lloran a sus muertos y piden
esclarecer los hechos. Los casinos, que suelen reducir la solidaridad humana,
han hecho el milagro de reunir a un grupo de ciudadanos en protesta por la
justicia pospuesta y el desdén de las autoridades. ¿Pero por qué asumir que los
casinos en Monterrey son una de las múltiples causas de la fragmentación social
en esta era post-digital o del vacío? Aventuro una hipótesis.
La televisión absorbe la mayoría
de nuestro excedente de tiempo libre. Es casi una manda, un hábito compulsivo;
nuestros días se parten en tres bloques: trabajar, dormir y ver televisión. No
acuso la calidad ni el contenido de los programas, sino su cantidad: el tiempo per capita utilizado en ver televisión
sumaría horas, días, meses, años: media vida entera.
La televisión no es la fuente de
nuestra infelicidad, ni la causa de nuestra soledad; es su salida, su escape
engañoso, su remedio casero. El origen de nuestra falta de felicidad y de
soledad es el excedente de tiempo libre. Por algo se dice que los jubilados se
aburren más y se sienten más solos. Y como todo se compensa, ver televisión nos
resta tiempo para convivir con otros semejantes; para relacionarnos
socialmente. Confiamos más en Laura Bozzo que en nuestro vecino; en Andrea
Legarreta que en nuestra comadre; en el Chef Oropeza que en nuestro padre; les
guardamos más fe a nuestros amigos imaginarios que a nuestros amigos reales. Ver televisión desplaza los otros
usos del tiempo libre; nos salva del contacto humano. Y a pesar de eso, no
dejamos de sentirnos solos. Ver televisión es una rutina de solitarios,
crédulos de engañar su soledad.
Entonces llegaron los casinos. Centros de reunión social, puntos de encuentro masivo, los
casinos alivian artificialmente la soledad de los televidentes. De la noche a
la mañana se vuelven los reyes del entretenimiento porque, a diferencia de la
tele, vemos gente de carne y hueso, no imágenes. El jubilado que presentía que
la televisión lo alejaba de su familia, la ama de casa que sospechaba un vacío
en sus vínculos sociales por ver telenovelas, descubren los casinos como el
camino de retorno a las relaciones interpersonales, sienten de nuevo (o
imaginan sentir) el alivio de la interacción humana. Y por tanto, se creen
curados de la soledad que segrega infelicidad. A esa reacción psicosomática que
despiertan los casinos le podríamos llamar efecto placebo.
¿Pero realmente en los casinos se
cultivan las relaciones humanas? No. ¿Cuántos jugadores de maquinitas en
promedio platican con la persona sentada a su lado? El aficionado al casino
saca simbólicamente el televisor de su casa y lo instala en una sala más
cómoda, con aire acondicionado, con bebidas frías, con meseros más amables que
su cónyuge y deja pasar el tiempo frente a un monitor (otro tipo de televisor).
De ahí que los casinos carezcan de ventanas, no delaten el paso de las horas ni
hagan distinción entre el día y la noche. Al igual que la televisión, el casino
desplaza las actividades sociales por acciones solitarias, pero los casinos
crean la ilusión de multitudes unidas. No obstante, esos mexicanos que sumados
invierten ochenta millones de horas de casino al año, siguen ensimismados.
Los casinos aumentan el
materialismo de los seres humanos y disminuyen la valoración de las relaciones
humanas: si convivo con mi vecino no obtengo más que una dudosa satisfacción;
en cambio, si convivo con la maquinita, al menos hipotéticamente obtengo
dinero. ¿Qué es mejor para mí?
Gastar el tiempo libre en los
casinos conduce a dedicar más energías al placer material y menos interés a la
satisfacción social. Frente a esta disyuntiva es imposible competir: de
antemano se sabe la decisión de la mayoría de la gente. De ahí que la ludopatía
no sea el peor de los males de los jugadores de maquinitas.
Un acto extremo de dignidad,
asumido por los deudos de las víctimas del Casino
Royale, ha abierto una luz de esperanza a la mole de seres infelices,
construida con bloques de soledad. El autor de este artículo extiende su
solidaridad a todos los familiares unidos por la desgracia.
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