Marx
Monterrey pasa de la
judicialización de la política a la judicialización de las campañas. En la
contienda entre Felipe Enríquez y Margarita Arellanes, la denuncia roba espacio
al spot publicitario, la confrontación es una pesquisa, los debates un careo,
los titulares de los medios, la barandilla del juzgado. De la casa de descanso
en Houston a la mansión en Renacimiento; de la delegación de SEDESOL como
trampolín en el escalafón social, al compadrazgo (¿ilícito?) con Peña Nieto.
Si atendemos la encuesta de El Norte, Felipe pierde pisada porque su
figura se asocia a malversación; si revisamos las encuestas de GCE, Margarita desploma su inicial
tendencia a la alza dado su crush con
Larrazabal. Oscilamos entre la fiesta de las balas y el jolgorio de las
encuestas. En Monterrey casi no hay poll,
sino push-poll y la estadística electoral,
al igual que la paternidad, es una acto de fe. En cada casa hay un compadre o
un encuestador metido en un armario.
La espiral de denuncias recíprocas
entre Felipe y Margarita apunta a las fibras sensibles de un único público-meta:
el típico regio lector de El Norte,
esponja de chismes truculentos y del escándalo como única herramienta didáctica
para formar criterio en la elección de sus gobernantes. Este público-meta,
cliente electoral, o nicho de mercado, es el único que explotan Felipe y Margarita.
Si la política en Monterrey fuese
un negocio –como supuestamente no lo es — a este fenómeno de búsqueda de
mercados se le llamaría océano rojo, según
la célebre metáfora de Kim y Mauborgne, autores de Blue Ocean Strategy. La ruda competencia por ganar mercados se tiñe
de sangre al pelear por el crecimiento propio a costa de los competidores. La
utilidad lo es todo. Las empresas, como los candidatos, compiten en estos
océanos rojos obteniendo ganancias electorales cada vez menos rentables y cada
vez más desgastantes para sí mismos.
No es culpa de ellos: es también resultado
de una clientela que entiende las contiendas electorales como pasarela de políticos
corruptos, guiados, moldeados y a veces manipulados por medios de comunicación
que ajustan sus ataques periodísticos en razón de los ingresos que ganan,
metiendo la mano en los bolsillos de cada contendiente. Los únicos
beneficiarios en Monterrey del fundraising
(captación de fondos) son varios de éstos medios. ¿Quiénes son más
inescrupulosos?
Pero en Monterrey existe otro tipo
de mercado electoral que ni Felipe ni Margarita han explorado;
clientes-electores potenciales que deciden su voto a partir de otros criterios,
sin ajustarse al esquema del acto masivo, el desayuno multitudinario o los
titulares de los periódicos. De nuevo, si las contiendas electorales fuesen un
mercado, a este tipo distinto de clientes les llamaría el océano azul, un espacio donde no están los rivales, se crea una
nueva demanda y el candidato emprendedor puede generar valor siendo altamente
competitivo.
Este océano azul son las redes
sociales. Con una advertencia: las redes sociales no son el mercado (como
piensan los candidatos de Monterrey) sino apenas el espacio donde, aplicando la
innovación adecuada, pueden ganar clientes-usuarios-electores. Y esto no se
obtiene diseñando un portal que nadie ve, o abriendo una página en Facebook o
Twitter (administrada por un community
manager asalariado y disfrazado del candidato). Eso sería flotar en el
océano rojo creyendo que ya se navega en el océano azul.
¿Y si Felipe cortara otra margarita?
¿Y si en vez de deshojar la margarita tradicional, cortara otra flor: la de los
usuarios-electores en red? ¿La del social media? ¿La de los nativos digitales,
migrantes digitales, followers, early-adopters, que también son parte de
la comunidad regia y suelen votar? Las campañas son, alternadamente, online y offline. En la web, la creación de reputación personal no es
rápida, pero sí más sólida. Es más barata (y moralmente más decorosa) que pagar
un desplegado periodístico. La empatía se gana siendo uno más: se piensa que
Internet puede utilizarse como marquesina de anuncios, cuando en realidad es un
ágora de discusión pública, de integrantes
del smartmob, sin intermediarios ni
representantes personales.
Menciono algunas de estas ideas en
línea, convertidas ya en herramientas públicas en otras comunidades: de entrada
la IP-TV, de la cual Los Tubos es
pionero. Otra es SeeClickFix, un
servicio público usado en Washington y San Francisco, donde la gente reporta
problemas de su cuadra o colonia sobre salud, tráfico, vialidad, mantenimiento
de escuelas, parques, para solicitar que los reparen y que algunos ciudadanos
ya estamos aplicando gratuitamente en San Pedro. Otro es la plataforma Ushahidi, creada en Kenia por nuestra amiga
de facebook, la abogada Ory Okolloh, que usamos por primera vez a nivel
nacional un grupo de ciudadanos de Nuevo León para enterarnos en tiempo real
por nuestros smartphones, de las
balaceras o incidentes de inseguridad en nuestra ciudad y que bautizamos como YaV@s. Otra plataforma, ésta eminentemente
electoral, es WithMitt, útil para que
cada simpatizante diseñe su propia publicidad para el candidato y la comparta a
su comunidad-red.
Margarita y Felipe hacen campaña
en una sociedad híbrida, tanto real como virtual, en un entorno de infoxicación (saturación de información
que intoxica a los usuarios), y donde el océano rojo de electores-ciudadanos,
convive con el océano azul de electores-usuarios. En el océano rojo ocurren sangrientas
batallas navales. En el océano azul ocurren prácticas de innovación. Margarita
y Felipe tienen que navegar en las dos aguas, en los mares virtuales y en los
del mundo real: apostemos quién de los dos naufragará.
(ARTÍCULO PARA LOS TUBOS: 4 DE JUNIO DE 20129)
(ARTÍCULO PARA LOS TUBOS: 4 DE JUNIO DE 20129)
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