12 junio 2012

COLOSIO: LA PELÍCULA DE CALDERÓN



La cinta Colosio del realizador Carlos Bolado no oculta la oportunidad de su estreno. A un par de semanas para que concluya el proceso electoral, una película reveladora “sacude la conciencia” (o algo así) de los espectadores que, no por casualidad, también son electores. Colosio no presenta nada nuevo, pero la hipótesis fílmica le da a los hechos de Lomas Taurinas cohesión integral: a Luis Donaldo Colosio lo mató una conspiración urdida en las altas esferas del poder en contubernio con Joaquín “El Chapo” Guzmán y su Cártel de Sinaloa. La mafia del PRI solapó el crimen de Estado pero se le revirtió a Carlos Salinas y a su fiel escudero José María Córdoba porque se quisieron perpetuar en Los Pinos, como lo delata el personaje Fernando Gutiérrez Barrios. Cada testigo de Lomas Taurinas es asesinado en un reguero de sangre que empapa la película entera y casi salpica al espectador en su butaca, ya de por sí bañado en lágrimas de indignación e ira. Los tiros de gracia masivos no dejan vivo ni al perico.

Para Bolado lo de menos es la hipótesis; lo importante es la destreza en la narración fílmica: “arrojado” y “valiente” son los adjetivos mas recurrentes en estos días por parte de los críticos cinematográficos oficiales. Nadie se atreve a contradecir la calificación unánime y hasta los villanos aludidos en el film  guardan silencio prudente. Fueron casi 70 millones de pesos en fondos públicos, bien invertidos para que el cinéfilo no retorne a la dictadura perfecta, cuando el pueblo le hacía los mandados al PRI y la nomenclatura tricolor disponía de tierras, vidas y haciendas. ¿Pero se vale sacar moralejas tan tajantes de una mera hipótesis histórica? 

Como producto fílmico, la cinta de Bolado ostenta muy buena factura. Sus referencias son, por un lado, el cine enrevesado de Oliver Stone y por otro la denuncia en celuloide de Costa Gavras. Su dislocación de tiempo y espacio no confunde al espectador porque el director sabe narrar fluidamente y es impecable la ambientación de lugares como la Lomas Taurinas de 1994, así como los despachos de Bucareli 8. Pero Stone hizo de obras como JFK no la exhibición de una posibilidad sino una galería de hipótesis. Y Gavras no solía personalizar la represión: sus dictadores no tenían rostro propio.

Estas sutilezas de Stone y Gavras se pierden en el guión de Colosio. Además, las preguntas flotan en el viento: ¿Por qué Bolado recibió en fast track subsidio oficial para su proyecto? ¿Por que no menciona al PAN en ninguna de sus escenas con excepción de Diego Fernández, casualmente enemigo jurado de Felipe Calderón? ¿Por qué se hace un homenaje a las víctimas de la violencia “desde 1994 en adelante”, sin destacar las 70 mil víctimas de este sexenio? ¿Por qué no se alude al apoyo solidario que le extendieron a Salinas dirigentes panistas como Carlos Castillo Peraza y Luis H. Alvarez? ¿Por qué ni Colosio sale bien librado y su célebre discurso del 6 de marzo es mero producto de agencias de marketing y focus group?

El Presidente Calderón vive un dilema existencial. Ha tenido que destapar las corruptelas faraónicas de militantes del PRI como Tomás Yarrington y Eugenio Hernández para favorecer electoralmente a su candidata Josefina Vázquez Mota.  Al igual que opera con la cinta sobre Colosio, la inyección de adrenalina a una campaña desangelada (aunque diferente) mediante denuncias judiciales, pretende desinflar el boom del candidato del PRI, Enrique Peña Nieto.

Pero ahora que Josefina bajó al tercer lugar de las preferencias electorales, las denuncias contra Yarrington y otras acciones extremas de Calderón pueden terminar por beneficiar a otro enemigo suyo, peor que Peña: Andrés Manuel López Obrador.

Ante este reacomodo de fichas, ¿seguirá el Presidente con esta costosa cruzada anti-PRI en las salas de cine y en prensa? ¿O dará un golpe de timón a su estrategia de campaña ya prematuramente obsoleta? El dilema de Calderón será aclarado si antes del 2 de julio se anuncian más éxitos mexicanos de taquilla: Los Amores Perros de mi Nico o Bejarano: el Señor de las Ligas.

Da igual: al cabo se trata de asustar votantes y no de ganarse algún Ariel.  

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