Yo no creo mucho en los alcances de los candidatos
presidenciales que debatieron hace algunos días. Del debate yo solo creo religiosamente en la
IFE-edecán, "esa mujer divina, que tiene el veneno que fascina en su mirar", como
dirían los intérpretes de Agustín Lara, o en esa "menina mais linda, nossa, nossa", que cantan los jóvenes mientras
bailan la rola de Michael Telo.
¿O tú sí crees en condenar a estas
alturas del siglo XXI al traidor Santa Anna, aquel villano nacional que vendió
medio territorio nacional a los gringos y ahora es un genio tocando la guitarra eléctrica? Yo no creo que la historia sea un ring de boxeo donde se desmelenicen héroes y villanos;
esa idea belicosa funciona bien para que los niños aprendan ejemplos morales en los
libros de texto de las primarias. Pero ya maduro, uno entiende que en la vida, un
héroe muy bueno puede amanecer al siguiente día como el villano más malvado del condado. Y
viceversa. ¿Te imaginas a un presidente que, como dictador, nada más divida a la gente en
buenos y malos?
¿O tú sí crees en un debate donde
las propuestas se leen en un telepronter, una maquinita que pone frente a
tus narices cada una de las palabras que pronunciarás con la voz
engolada propia de un certamen de oratoria? Yo no creo mucho en esos gobiernos bien
maquillados, que dicen hablarle a la gente, cuando en
realidad apuntan sus filípicas a las cámaras de televisión. ¿Te imaginas a un presidente
que, cuando lo acusen de corrupto, le responda a su crítico: “usted también
miente”?
¿O tú sí crees en una señora que
parece venir del Más Allá y casi se comunica con nosotros vía la ouija? Yo no creo
en esas arengas afónicas a la nada, como de ama de casa que le pide a Dios que la haga viuda por favor y que habla en tesitura agónica, como si fuera La Dama de las Camelias, versión mexicana, dando sus estertores al final de la novela antes
de colgar los tenis y entregar su alma al creador. ¿Te imaginas a un presidente
cometiendo error tras error como Fox pero sin su inocencia ranchera?
¿O tú sí crees en un científico
desconocido que apenas remonta en las encuestas el uno por ciento? Yo no creo
en esos bigotes para nada presidenciales que pronuncian cosas sensatas pero
escritas por la mano regañona de la profesora Elba Esther y que tiene detrás a
un sindicato que ya llevó al desastre a la educación en México y ahora quiere
seguirle con los demás asuntos públicos. ¿Te imaginas a un presidente con la
Doña mandando detrás del trono?
¿Entonces, si no le creemos al
histórico maniqueo, ni a los telepronters, ni a La Dama de las Camelias ni al
bigote que canta, en quien podemos creer? En los que hacemos patria día con día;
en quienes producimos la tan mermada y ya de por sí raquítica riqueza nacional y hacemos grande a este país con las
propias manos, con sudor y con cabeza. En este debate ya aprendimos que nadie
nos va a venir a ayudar. Y del gobierno lo que más queremos es que no estorbe,
que se quede detrás de la raya y nos deje trabajar. Y eso sí: que acabe con tanta inseguridad, tantos asaltos y tantos secuestros. En eso creemos. Y bueno, uno también cree en la IFE-edecán, en la gacela celestial que cruzó cual estela de luz por los sórdidos pantanos de los debates políticos y de quien sólo tenemos una promesa poética-electoral que darle, inspirada en sus bellos encantos: "en esa urna yo sí voto".
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