Mi primer periódico ciudadano, que bauticé como www.procausa.org nació a partir de una benévola adicción: hacia el año 2009 prácticamente estaba enganchado a la web; padecía un apego a la navegación transmediática que me provocaba privación de sueño y reconfiguración de mis relaciones personales, aunque presentía que mis capacidades cognitivas estaban, al contrario, a la alza. El ciber-mal, propio de blogueros, hackers, programadores y videojugadores, puede ser conocido con diferentes nombres: desorden de adicción a Internet –Internet Addiction Disorder (IAD)- (Goldberg, 1995) o uso compulsivo de Internet (Morahan-Martin y Schumacker, 1997). Claro que mi caso no era para tanto: aunque mis intentos por reducir o controlar el número de horas dedicadas a este saludable vicio resultaban infructuosos, al final concluí que lo mío no era una adicción química sino psicológica y en el fondo, digamos que vocacional: me asumí como un diletante, un migrante digital que arribaba a sus cuarenta años al ciberespacio, apurado en conocer el know-how de dicho entorno tan hospitalario pero difícil de asimilar para el extranjero obligado a cambiar costumbres y patrones de comportamiento y modo de vida.
Nunca creí, desde luego, que la web fuera causa en sí misma del decremento del circulo social de una persona, y menos de depresión, soledad y suicidio: esto es cargar mucho las tintas y a lo sumo, puede inducir en algunos un estado de conciencia alterado (lo que en medicina se conoce como “total focalización atencional”). Y en cuanto a la tendencia psicopatológica del anonimato que estimula actos desviados como la pedofilia y la creación de personalidades ficticias para ocultar infidelidades, es innegable que este comportamiento se diluye en el hábito más reciente en las nuevas generaciones de ventilar a los cuatro vientos virtuales (facebook, youtube, twitter y LinkedIn) quienes somos, qué queremos, cuales son nuestras filias/fobias y con quién nos relacionamos sin reservas de ningún género. Ahora bien, no oculto que mi apego a la web consumía la mayor parte de mis días y noches, por lo que una madrugada, casi consagrada a buscar aplicaciones para etiquetar en nube, me decidí a vencer la tentación entregándome en cuerpo y alma a sus brazos: ideé una empresa digital que luego programaría como plataforma virtual mi hermano Oscar, y que surgió entre las brumas soñolientas de la duermevela, www.procausa.org Fue un remedio de matacaballo que me provocó una especia de síndrome de abstinencia parecido al malestar que describe John Lennon en Cold Turkey: “My eyes are wide open, can't get to sleep. One thing I am sure of, I'm in at the deep freeze”.
En un principio, esta proyecto digital, cuyas funciones originales (entonces todavía en beta), fueron las propias de un agregador de noticias, no fue el gran descubrimiento que entrara en liza con los puntocom de Sillicon Vally, pero sirvió como vertedero de los hallazgos, enlaces y correlaciones con mis almas gemelas de la red. Mis amigos en la red reconocían la audacia, pues no eran tiempos fáciles para los inversionistas regionales dada la caída libre de la economía global, como dice Joseph E. Stiglitz, y la inseguridad que hace de las ciudades del norte de México campos de muerte similares a Kandahar o Mogadishu. Pero sí debo reconocer que mi vida en 2009 oscilaba entre una zona de confort digital y una zona de alto riesgo real. Era una atmosfera asfixiante. Como bien se sabe, con la sensación de bienestar cibernético (que se consigue cuando se navega en la web con pura indolencia sin propósito determinado) el internauta adormece sus sentidos, estado complaciente que se me sumaba en mi caso con la sensación de peligro permanente que vivimos en México. Ante un escenario hostil, de amenaza constante, el cerebro se previene cambiando su fisiología: deja de funcionar bien la corteza cerebral y mejora una parte del sistema límbico, sobre todo el llamado complejo de núcleos amigdalinos. Pero al asumir un reto concreto, como lo fue en este caso mi empresa digital, el cerebro sale de su zona de confort y de su escenario de peligro y se prepara incrementando el riego sanguíneo en la corteza cerebral y aumentando el tamaño del hipocampo, proceso que pone al sujeto en línea para cumplir sus metas.
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