03 enero 2011

ARISTARCO EN LA ERA POST GUTEMBERG


Hace setenta años, Alfonso Reyes escribió que la crítica literaria es como un cobrador de alquiler: se le recibe siempre “con las puertas a medio abrir”; en cuanto uno la ve, “se toca madera y se corre a desinfectarse”. Desde luego que el símil no es más que una broma chocarrera escrita como exordio en su ensayo “Aristarco o anatomía de la crítica”[1], un párrafo antes de preguntarse de donde salió esta criatura paradójica, inventada por Sócrates, que fastidia el placer inocente de la vida. Don Alfonso se responde que a cada hombre le acompañan introspectivamente al menos dos personas antagónicas, en contienda permanente: quien va y quien viene, para rematar tal imagen pendular con una frase de Machado, que no por sobada y manida es menos puntillosa: “converso con el hombre que siempre va conmigo”.

Desconcierta que don Alfonso dejara de lado, en medio de los vaivenes  furiosos de los contrarios (ese enfrentarse y confrontarse en su concepción más bélica), la otra noción de la crítica como conversación entre muchos: si la crítica es condicionamiento, de igual manera es búsqueda de entendimiento plural. Pero don Alfonso se queda con esta dualidad simbólica que va del día de la Creación al día del Juicio Final: de la creación artística en la que el poeta se erige como inspirado centro de su tribu, a la crítica aislada, en la que una sombra censora inquieta y siembra la duda entre los miembros de la tribu. Reyes intuye que el poeta es un servidor comunitario con poderes plenipotenciarios que se expresa “bajo la energía unánime del coro” y siente sus palabras “dictadas por la voluntad colectiva que lo excita”. La crítica, por su parte, es ejercicio individual y acaso solitario, porque no representa la voz de la tribu sino de la conciencia autónoma que, no conforme con dar un simbólico golpe de estado, se empeña en preceder a la creación artística mediante la dictadura de la Preceptiva.

Cuartelazo, sustitución de un poder de muchos por el de uno solo, la crítica no tenía buena prensa en tiempos de Reyes, pese a que nuestro autor nos recuerda que criticar también es encomiar y su ejercicio es herencia de la Ilustración; no obstante, dada su acepción censora, el vocablo gozaba de cabal salud en los años 40, cuando don Alfonso publicó su ensayo, con todo y no representar “la energía unánime del coro” ni sus líneas eran dictadas por la voluntad colectiva.

¿Ocurre lo mismo en la segunda década del siglo XXI? ¿Sigue siendo la crítica un golpe de estado a la creación artística? ¿Un cuartelazo al poder colectivo del poeta? ¿Un vicio solitario? Antes de analizar el estado que guarda entre los textos publicados en nuestra época, conviene traer a cuento los grados de la escala crítica deslindados por Reyes, es decir, la impresión, la exégesis y el juicio. Hay indicios de la predilección de don Alfonso por la crítica impresionista (dice que “ilumina el corazón de los hombres) y, cuando menos, la miraba con cariñosa condescendencia. En su alabanza a lo definido por él como impresionismo, bosqueja una propuesta literaria afín a lo que décadas más tarde sería la teoría de la recepción. La lectura de algún tipo de creación literaria, desde la perspectiva del impresionismo, termina siendo la voz del pueblo y sopla al oído del exégeta sobre su presencia y valor. De ahí se deriva el recelo de los filólogos ortodoxos por la liviandad del crítico aficionado, del “amateur” como se dice en francés, o del “amador”, como se dice en portugués, pero Reyes lo defiende, recurriendo a la autoridad aún vigente de T. S. Eliot: “la crítica impresionista procede por fecundación ajena y es casi una creación, sin poder llegar a la expulsión de la criatura”. ¿Un parásito de la creación literaria? Reyes es más benévolo y toma prestada de la biología la palabra “inquilino”. El impresionismo es el inquilino de la criatura literaria, eso sí, con un “alto valor poemático”.

¿Sigue viva la opinión de Reyes sobre el impresionismo a setenta años de haberla publicado? Sí, con una salvedad: su ejercicio ya no implica un reiterativo golpe de estado, ni un cuartelazo, ni un vicio solitario, ni siquiera despeina a la creación artística; tampoco es ya un mero parásito o inquilino; es práctica multitudinaria, tumultuosa, que se vale de la navegación transmedia del Internet y nutre minuto tras minuto los motores de búsqueda de la web (a principios del año 2011 son 200 millones de dominios registrados en el mundo), comenzando por la empresa Google, a través de textos en blogs, Wikipedia, diarios digitales, sitios web, etcétera[2]. Se publican (ahora se dice “se suben”) en el ciberespacio millones de críticas impresionistas en forma de artículos (ahora se dice “de post”), se comparten sus fuentes (ahora se dice “se linkean”), y se distribuyen por Facebook a más de 700 millones de usuarios o por Twitter, a más de 300 millones de seguidores, con lo que se cumple la inocente predicción de Reyes: “en un abrir y cerrar de ojos, hemos multiplicado tres veces nuestra limitada existencia”. ¿Pero sólo tres veces? A este tipo de conocimiento de la tribu, que Reyes llamaba “la energía unánime del coro”, se le conoce en nuestra era como “sabiduría de la multitud” (en inglés wisdom of crowd), especie de conocimiento tribal, que conlleva una explicación técnica y nada metafísica de su práctica crítica.

Con el ciberespacio se difuminan las diferencias entre creador y crítico impresionista y por ende, cambia el significado tanto del creador como del crítico (no decimos nada de los exégetas y los genios emisores de juicios que permanecen instalados en sus cubículos como en tiempos de Reyes y se siguen cocinando aparte). Es más: el lector es casi a un tiempo, el creador; el consumidor de textos es a un tiempo el productor; el ente pasivo es a la vez el ente activo. Esta circunstancia del entorno digital constituye el verdadero “agente de mutaciones en la sensibilidad de los pueblos” como diría Reyes. En el ejercicio colectivo del hipertexto ¿cómo podríamos aislar una composición única, personal, si todas están conectadas en una red de textos y no existe una sola que pueda ser considerada como parásito o inquilino de otro texto?

Una de las múltiples diferencia de sensibilidad crítica entre la época de Reyes y la nuestra consiste en que un texto de la web no habla por la tribu, ni es dictada por la voluntad colectiva; más bien es la suma de los millones de textos citados, enlazados, blogueados, agregados y enviados por correo electrónico,  lo que conforma algo cercano a “la energía unánime del coro”. Otra diferencia estriba en que la crítica actual ha dejado de ser un cobrador de alquileres, para asumirse como un conversador no solo del otro hombre “que siempre va conmigo”, sino de los usuarios de Internet, con lo que la crítica ya no es sólo un medio literario sino también un conductor de diálogo; no es ya la mera emisión de una opinión, sino parte de una comunicación literalmente en tiempo real.

Otra distinción entre el crítico literario tradicional y la época actual consiste en lo que Pierre Lévy, investigador de la Universidad de Ottawa definió en 1994 como “inteligencia colectiva”[3]: grupos de impresionistas que convergen en una conversación donde la opinión de cada crítico se suma, se corrige y se enriquece sistemáticamente a la de todos. Frente al filólogo o exégeta, descrito por Peter Walsh como “el paradigma del experto” que domina individualmente un cuerpo definido de conocimiento y se acredita para emplear “reglas establecidas por las disciplinas tradicionales”[4], los críticos impresionistas que integran la inteligencia colectiva son interdisciplinarios, no se acreditan en una sola especialidad, son abiertos y hacen uso de conocimientos combinados. Lo cierto es que la continuidad del crítico tradicional, del representante del “paradigma del experto”, se basa en el entendido de que Internet no puede ser vista solo como una biblioteca de bites ni un archivo bibliográfico sino con un nuevo sistema hipertextual que está modificando los patrones de creación literaria y de lectura a partir de la aplicación de criterios de inteligencia colectiva. Sin embargo, como suele decir el director de The Guardian:The future is still concealed behind a dense fog”.   

Alfonso Reyes termina su ensayo esperando que entre los jóvenes que lo han seguido, “algunos sientan sacudida la vocación”: que sean sensibles al llamado de las musas o de la crítica, aludiendo a la cita latina con que el poeta Virgilio canta el advenimiento del joven Marcel en el desfile sucesores de la familia Octàvia: Tú Marcellus eris. En el ciberespacio dicha advocación ya no es selectiva ni puede ser individual: los Marcellus se han exponenciado y  forman legión.     
     


[1]http://www.paginasprodigy.com.mx/ruedassja/A.%20Reyes%20Lecturas%20obligatorias/ARISTARCO%20O%20ANATOMÍA%20DE%20LA%20CRÍTICA1.pdf  Todas las citas siguientes que correspondan a ese ensayo, se tomarán de esa dirección de página web.
[2] Las cifras son tomadas del sitio web: Nitle Census: http://www.knowledgesearch.org/census/index.html
[3]Lévy, Pierre. Collective intelligence: mankind´s emerging world in cyberspace. Perseus Books. Cambridge, Massachusetts. 1997.
[4] That whitethered Paradigm. Cambrige. Mass. MIT, Press. 2004 (p.17)

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