Uno de los sitios frikis que más me divierten es 4chan: su irreverencia y fanatismo estrafalario son mortíferos. No digo que acepte sin chistar todo su contenido, porque como en cualquier red que se alimenta de la participación colectiva, a veces es difícil separar la paja del trigo, pero en general, la creación de imágenes políticamente incorrectas divierte y hace pensar que la ética hacker tiene un sentido del humor negro tan peculiar como punzante. Esto lo digo mientras no caiga uno en sus garras digitales, porque de ser víctima de su comunidad de crackers, vivir en la web se tornará difícil o casi imposible para el afectado. No tienen clemencia, ni tacto, y desconocen que hasta el escarnio debe imponerse límites. Pero son menores de edad y hay quienes piden que a los jóvenes se les perdonan sus excesos: finalmente la juventud es una enfermedad que se cura con el tiempo.
Fueron magistrales sus sabotajes a plataformas como Google, A&T o Youtube (que saturaron de videos pornográficos) y desde su nacimiento en 2003, a iniciativa de un quinceañero friki y solapado en el anonimato que se hace llamar Moot, ha sido el dolor de cabeza constante de Sarah Palin (uno de sus blancos preferidos desde que consiguieron saquearle su correo personal) y de la propia Apple, a quien hicieron caer sus acciones en un día de atentados virtuales. 4chan es, a estas alturas, una subcultura urbana que raya en la ilegalidad. Comenzó como una copia barata del sitio japones 2chan, dedicado al anime y manga, pero ha rebasado a su padre hasta alcanzar un tráfico diario de 450 mil mensajes en sus 46 foros. Y lo hacen como si fuera legión, cuando en realidad es el trabajo de un empleado, siete servidores y un estado técnicamente en bancarrota.
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