27 diciembre 2010

HACIA LA ULTIMA FRONTERA, SEGÚN STAR TREK


Los hombres de campo suelen decir que aclarando amanece. De manera que digamos las cosas por su nombre. La originalidad de la web 2.0 estriba no en los dispositivos ni en las aplicaciones, sino en el medio en sí mismo: es decir en el fenómeno de comunicación que suscita en un determinado entorno social, cuyas fronteras se han vuelto cada vez más difusas. Analizar la tecnología de última hora es simple: se requiere de mera destreza técnica para hurgar sus entrañas. En cambio, estudiar el impacto en la comunidad social o virtual exige conocimientos múltiples, demanda expertos que dominen una variedad de campos psicológicos, de comunicación de masas y hasta pedagógicos; es decir, requiere de profesionales  polialfabetizados. Internet no es solamente la red de redes derivada de un invento militar (el célebre Arpanet); es un entorno de participación colectiva que se reproduce hasta el infinito gracias a la inteligencia masiva. Es más: la cultura participativa trasciende Internet, lo rebasa por sus costados aunque es innegable la aportación de este artilugio formidable.
Pero la inteligencia colectiva no se queda enmarañada en la web: es parte de un entorno virtual y también social que usa las tecnologías interactivas para difundirse, y que llega a confundirse con ellas, pero que es un ente distintivamente aparte; abarca todo lo que tenga que ver con el ser humano, animal gregario por naturaleza. Claro que con la web este potencial de producción cultural se ha incrementado a estadios insospechados hasta hace un par de décadas.
Con esto quiero decir que los nativos digitales (la generación nacida después de la década de los ochenta) cuentan con más recursos técnicos para formar parte de la arquitectura de la participación y robustecer la sociedad del conocimiento, como no la tuvimos desde la cuna la denominada generación X. Antes, era fácil para cualquier adulto de más de cuarenta años instalarse en una zona de confort y ser un simple consumidor. Ahora, quien consume productos mediáticos en la web, también es capaz de producirlos, ya sea en calidad de nativo digital o de migrante digital, lo mismo da, si se asumen las nuevas reglas del juego. Es más: resulta irónico pensar que la zona de confort moderna consiste en cumplir estas reglas del juego y consumir y producir a un tiempo en la navegación transmediática: en esta mezcolanza de formatos, esta convergencia d medios que no delimitan campos de saber ni respeta especializaciones. Si antes dominar un formato, sea la televisión, el cine o el periodismo imponía un proceso de aprendizaje exclusivo (y por ende casi excluyente) de al menos diez años, y luego un acomodo inevitable en dicho compartimiento estanco a lo largo de toda una vida, ahora se tiene que malabarear en diferentes pistas, ser habilidoso en múltiples formatos, manejar los más sofisticados dispositivos y aguzar los sentidos en todos los flancos para adaptar nuestras hábitos mentales a las nuevas prácticas comunicativas.
Suena complicado pero no tanto como sucedía antaño: el aprendizaje mediante memorización, con limitado manejo de fuentes de información y poca práctica de la escritura implicaba sacrificar el entorno para concentrarse en un gramo de mostaza, por decirlo bíblicamente. En la actualidad un adolescente ha escrito diez veces más en Facebook, Twitter y en los chat, que un adolescente de su misma edad en la época de nuestros abuelos. Es verdad que quizá se escriba menos bien y la sintaxis deje mucho que desear, pero eso se compensa con la interacción social que la escritura está propiciando, con una intensidad en diversas audiencias que no existía en la historia de la humanidad, ni siquiera cuando los saberes institucionales los monopolizaba la cultura del libro. Y sobre este aspecto, los libros como recurso de conocimiento tradicional no morirán pero tendrán que combinarse con otro tipo de aprendizajes visuales y auditivos, donde los videojuegos, los weblog y en general los social media son parte principal y no un estorbo del proceso de aprendizaje institucional y emocional.
De manera que no basta con disculparse de ser legos en tecnologías, porque la tecnología es algo más que la Internet, es el lápiz con que emborronamos los cuadernos, son los lentes bifocales que utilizamos para leer el periódico y es el carro que conducimos; tampoco vale culpar a la mala suerte biológica de haber nacido antes del boom del puntocom: si no se es por motivos cronológicos nativo digital, sí se puede ser a cualquier edad migrante digital. Se trata de cambiar valores anquilosados y entrar con actitud abierta a este nuevo espacio virtual, digamos que la última frontera, para llegar a donde ningún otro hombre había llegado jamás, como bien lo profetizó ese no-nativo digital que se llamó Gene Roddenberry, creador en los remotos años sesenta de la pionera serie de televisión, Star Trek.

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