23 abril 2010

El nuevo orden occioriental


Kishore Mahbubani, diplomático e investigador de la Universidad Nacional de Singapur ha publicado un libro interesante: El nuevo hemisfério asiático: el irresistible cambio del poder global hacia el Este. El autor equipara la era en que Occidente cambió el mundo, a esta en la que Asia transforma la civilización. Puede ser, pero los acontecimientos se precipitan tan vertiginosamente, que ningún continente ni un país puede asumirse como faro de la civilización: ni Occidente ni Oriente. El nombre del juego en la geopolítica se llama pluralidad. Lo sintetizo con un vocablo: Occioriente.  En el mundo del siglo XXI, plano e interconectado, los países son nodos de una red que pide colaboración, no competencia, reciprocidad no  choque civilizatorio. Por eso el libro del Mahbubani queda rebasado apenas se publico en el año 2009. Centra su visión en las actuales bondades de Asia, entre las cuales, no se encuentra, por cierto la democracia. ¿Para qué sirve ese instrumento? Se pregunta sinceramente el autor. Sugerir, como registra el libro, que Occidente debería celebrar la merecida ascensión asiática, es volver a explicar las relaciones internacionales a partir de centros regionales endogámicos, cuando lo que impera es la multiplicidad de nodos.

Ahora bien, es innegable que el desarrollo comercial de Asia será benéfico para el mundo, aunque no estoy seguro de que, automáticamente, rescate a cientos de millones de personas de la pobreza. Sí redundará en la corrección paulatina de las tremendas desigualdades sociales, como ahora mismo está sucediendo en India. Esto, sin contar con el evidente decremento de los índices de violencia e inestabilidad. El mundo, dice optimista Mahbubani, será más pacífico y estable.

¿Cómo conseguirlo? Simple: apoyando las medidas modernizadoras. Ya se ve que la modernización es contagiosa. Si hace medio siglo Japón e Israel eran los únicos bastiones modernos, ahora su ejemplo cunde, comenzando por los cuatro tigres económicos: Corea del Sur, Taiwan, Hong Kong y Singapur. Luego, India se inspiró en China, cuyo crecimiento económico es el más rápido del mundo. Una ola expansiva que afortunadamente no respeta siquiera la tradición cerrada del mundo islámico.

En suma, las cosas marchan bien, o deberían marchar bien, si no fuera porque Occidente, cuna del progreso y la sociedad abierta, no mira con buenos ojos este florecimiento de Asia. Lo ve con recelo y altas dosis de temor. Cuando Asia comienza a entender las reglas del juego occidental, Occidente desatiende las reglas que primero inventó y luego afinó por siglos. Asia camina al futuro. Occidente se estanca. Mahbubani no es parco en el reconocimiento a los valores que ha aportado la cultura occidental. como el sistema democrático, los derechos humanos, además del empuje significativo de Occidente a la economía planetaria: 62% del PIB mundial con el 13.4% de la población y 7.38 % de las 500 empresas multinacionales más grandes.

En los tres últimos siglos, Occidente marcó la pauta: los cuatro continentes bailaban al son que le tocaban la junta de notables avecindados en París, Londres o Washington, D.C. Pero estos centros de poder están por disolverse. Sin que lo diga así Mahbubani, se sobreentiende que Occidente ha ganado la diana de la historia, pero en vez de celebrarlo, se hunde en un marasmo de confusión y pánico: para los gobiernos occidentales el mundo se torna peligroso y, como nunca, está en riesgo. De ahí el proteccionismo arancelario y no arancelario. De ahí las restricciones al libre comercio. El motivo es más psicológico que geopolítico: cuando los fuertes dejan de mandar, difunden malos augurios. Y Occidente, aunque seguirá fuerte, ya no será el único bastión de poder. Lo mismo la ONU y el Consejo de Seguridad que el FMI, el Banco Mundial y la OMC están estancados en su representatividad: no reflejan la actual correlación de fuerzas. Europa, por ejemplo, está sobrerepresentada. De seguir así, Occidente sufrirá una decadencia, a menos que caiga en la cuenta de que en el mundo hay mucha gente. Y el planeta es un campo abierto donde todos cabemos, si sabemos adaptarnos. Con el añadido, como dice Mahbubani, de que "pocas sociedades asiáticas quieren desestabilizar hoy un sistema que las ha apoyado." 

Hasta aquí es fácil compartir la tesis de Mahbubani. Pero su argumento toma derroteros extraños tratando de demostrar que las sociedades asiáticas vuelven al orden mundial por sus viejos fueros. Frente a la inadaptabilidad occidental, la capacidad de ambientación de los países asiáticos. Frente a la incompetencia occidental, la competencia oriental. Frente al porvenir promisorio de Asia, la decadencia de Occidente. Ya va siendo hora de que la red de nodos interconectados sustituya como imagen a aquella entelequia de los grupos de poder dominantes, que tan caro le está resultando a nuestros paises occidentales para adaptarse al nuevo orden mundial. La misma receta se aplica a los defensores del ascenso asiático: no somos unos tratando de imponernos sobre otros. Estamos todos imbricados con todos. Ese es el ideal de la nueva civilización occioriental.   

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