John Maynard Keynes lo conjeturó en su Teoría General del Empleo, publicado en 1933, para describir como las emociones de la gente repercuten en su comportamiento económico"...a large proportion of our positive activities depend on spontaneous optimism rather than mathematical expectations, whether moral or hedonistic or economic. Most, probably, of our decisions to do something positive, the full consequences of which will be drawn out over many days to come, can only be taken as the result of animal spirits - a spontaneous urge to action rather than inaction, and not as the outcome of a weighted average of quantitative benefits multiplied by quantitative probabilities..."(...una gran parte de nuestras actividades depende más del optimismo espontáneo que de las expectativas matemáticas, ya sean en aspectos morales, hedonistas o económicos. Probablemente la mayoría de nuestras decisiones de hacer algo cuyas consecuencias se verán después de muchos días sólo pueden ser tomadas como resultado del espíritu animal - una necesidad espontánea de acción frente a la inacción, y no el resultado de la media de los beneficios cuantitativos por sus probabilidades...". (London: Macmillan, 1936, pp. 161-162). En otras palabras, las decisiones económicas no se toman siempre a partir de trade-off, analizando costo-beneficio, sino desde nuestro irrefrenable instinto animal, es decir, nacen de una compulsión irracional que irradia el instinto de sobrevivencia, al margen de los principios de la lógica, desdeñando riesgos y asomando por los intersticios que sin querer abre ocasionalmente la civilización. Freud lo había estudiado desde el plano psicológico en el "Malestar de la Cultura."
La ponderación de la posible pérdida absoluta queda olvidada, ante este optimismo categórico y sin cortapisas: "the thought of ultimate loss which often overtakes pioneers, as experience undoubtedly tells us and them, is put aside as a healthy man puts aside the expectation of death..." "(...la idea de pérdida completa que a menudo acontece a los pioneros, como la experiencia sin duda nos enseña a nosotros y a ellos, es dejada a un lado de igual forma que un hombre sano deja a un lado la idea de la muerte...)" Desde luego, Keynes alude al animal spirit como base activa de las transacciones comerciales, como quien llena un vacío con voluntarismo, pero el concepto explica al mismo tiempo, con su referencia a la disyuntiva eterna entre racionalidad y emociones humanas, a la crisis económica actual. Ya se ve que la economía aplicada es un subgénero de la psicología freudiana. De ahí que el descubrimiento del animal spirit, como motor de las decisiones económicas no es nuevo; que la economía es una ciencia concatenada con la sociología, tampoco. ¿De donde nos viene ese animal spirits? Es un misterio, según el articulo de terminos económicos que publica The Economist.
Los norteamericanos, flexibles en lo instrumental y tajantes en sus principios (cuando los tienen), lo han sabido desde siempre. Franklin Roosevelt apeló implíctamente al animal spirit de los norteamericanos cuando, como remedio a la Gran Depresión con que recibió la Presidencia en 1933, declaró en su discurso inaugural: "A lo único que debemos temer es al miedo. mismo". No era mera retórica; era casi la explicación de una ecuación matemática con la que se pretendía salir de la deflación derivada del crack bursátil. El temor como factor que abate o impulsa la macroeconomía: baile de cifras y danza de guarismos girando en torno a las neuronas y la serotonima --o falta de ella--. No en balde podemos hablar de bipolaridad del mercado de valores o de inflación psíquica. Luego Roosevelt remata ese mismo discurso aclarando bíblicamente que la crisis no era "una plaga de langostas que nos está atacando". La interpretación de esta frase puede ser múltiple, pero es fácil descubrirle un intento por aclarar que el derrumbe económico no es ocasionado por factores deshumanizados como los mercados o como las langostas, sino por causas emocionales que chisporrotean en lo íntimo de las cabezas de la gente. Dependemos más de nuestro optimismo espontáneo o pesimismo abrupto, que de las expectativas económicas a las que se les adhiere impunemente el genius loci de cada pueblo.
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