--Tienes razón – me dice un amigo, crítico ópera en
Monterrey --. Es el fin de los periodistas culturales. Yo, por ejemplo,
mantengo intacta mi reputación como erudito de ópera, pero los lectores me
jubilaron hace varios años. Ya no les interesa lo que opine.
Tomo con él una copa de Cointreau en el Mandela para aliviar
en parte su mal estado anímico. Pero el digestivo de naranja es más amargo que
su depresión. ¿Y no se supone que la melancolía es más bien de sabor dulzón?
--Te corrijo, fue tu periódico, no tus lectores, quien te
jubiló después de tantos años. Y más que jubilarte, te liquidó.
Paladea el Cointreau y busca en el licor cristalino el
misterio de su malestar permanente. Él que fue amigo íntimo de Placido Domingo
padre, y de doña Pepita Embil, que vivieron en Monterrey, montando sus
zarzuelas, sus óperas y sus operetas, hoy tan olvidados los tres.
--Sí, casi literalmente me liquidó – dice mi amigo y suelta
su aliento cítrico --, es la degeneración de los tiempos, el imperio de las
redes sociales, esas babas del diablo. Ya no leen mis críticas de experto sino
la evaluación de los usuarios profanos. Lo cuantitativo en vez de lo
cualitativo. Las estrellitas negras en vez del análisis con fundamento.
Y yo, que ando medio inspirado, le recuerdo el aria Casta Diva de la Ópera Norma (un amigo me mandó ayer la liga
del video de YouTube, con la voz celestial de María Callas): “y el sacro bosque sea limpiado de los
profanos”.
--Bien dicho – brinda con la copa de Cointreau mi amigo
desamparado--. E il sacro bosco sia
disgombro dai profani.
Me tiento a compartir sus críticas a las pinches estrellitas
profanas, nada más para darle por su lado, pero no debe brindarse nunca por maldecir
sino por celebrar.
-- ¡Billboard es el culpable! – declara solemne mi amigo --,
con sus listas de popularidad de artistas y canciones a partir de simples
estrellitas que le pone el público. La evaluación de un cantante en “Hot 100” sólo
por sus ventas. Es aquí donde la democracia se vuelve vulgaridad. Las estrellas
del Top Ten son las cifras del vulgo. El mercado mainstream que todo lo contabiliza. La música como mercancía, como
vil commodity.
En realidad, Billboard sólo publica el ranking semanal que
le manda Nielsen SoundScan, un sistema de información musical que contabiliza
los datos de venta de los álbumes y los videoclips de moda. ¿Pero para qué
desmoralizar de más a mi amigo, uno de los mejores críticos musicales de Nuevo
León? Así que le improviso un remedio:
-- Mira, tómalo por el lado amable, con tu fama de viejo
crítico puedes ofrecer tus servicios como firmador de blurbs, esas frasecitas que le ponen ahora a los éxitos musicales
en la sección de espectáculos de los diarios: “Este nuevo disco de Paulina
Rubio está destinado a ser un clásico”, y tú firmas abajo. O esta otra, “el
mejor sencillo de Cristian Castro desde que estrenó su maravilloso videoclip Azul”. O si de plano te da flojera
inventar frasecitas pendejas, pon tu nombre debajo de cuatro estrellas negras,
cobras tu servicio y listo, te vas a tu casa a escuchar a María Callas
interpretando Casta Diva, en tu
tocadiscos de 1970.
Mi amigo medita largamente y luego me suelta una pregunta:
--¿Crees que en el futuro el bosque musical será limpiado de
profanos? ¿Crees que hay esperanza para la buena música?
Yo también tomo mi tiempo para reflexionar, nada más por
adornarme. Bebo despacio las últimas gotas de mi copa de Cointreau antes de
advertirle:
--No lo se, pero voy a buscar opiniones de usuarios de
Internet en Answers Yahoo y a la
respuesta más interesante que reciba, le pondré las cuatro estrellitas negras
de rigor.
Mi amigo se me queda mirando, aferrado a su copa vacía de
Cointreau, antes de decirme:
--Te juro, por mi santa madre, que no me importará saberlo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario