19 febrero 2015

La cacería de una criatura inimaginable

La narración que más me gusta de Lewis Carroll no es “Alicia en el País de las Maravillas”; es “La caza del snark” que ni siquiera es un cuento sino un poema. O más bien, una relación disparatada de hechos poéticos, con principios aritméticos y enseñanzas de historia natural.

He leído muchas veces “La caza del snark” y todavía no me queda claro de qué va. Por supuesto la culpa es mía y no de Lewis Carroll, cuyas obras tiene una precisión lógica y matemática que todos intuimos pero pocos entienden.

¿Entonces por qué carajos me fascina “La caza del snark”? Porque narra la expedición marítima absurda de una tripulación improbable que navega en un buque imposible para cazar a una criatura inimaginable. Y tanta fantasía tan desbordante y ordenada a la vez es para mí la mejor metáfora de Internet.

Los usuarios nos metemos a Internet a navegar en un mar imposible de bytes, participando en algo que se llama search party (la fiesta de la búsqueda). No sabemos exactamente qué buscamos, por dónde nos colamos, a qué fuentes recurrir, qué podemos esperar de esta fiesta de la exploración, pero lo hacemos día a día, restándole horas al sueño. Entramos a YouTube, canjeamos post en Facebook, leemos el timeline de Twitter, pasamos revista a las fotos de Instagram. ¿Y en el fondo con qué nos toparnos?

Algún lector lo habrá adivinado ya: esperamos toparnos con un snark, esa criatura inimaginable que creamos con nuestras búsquedas; que formamos entre todos, que configuramos masivamente, que cazamos con esa virtud común a los usuarios de Internet llamada curiosidad. El snark materializa la inteligencia colectiva.

Pero el caso es que la caza del snark no se queda en simple entretenimiento. Desde que participamos en su cacería, “navegando” por las redes sociales, la educación tradicional ha quedado mal parada; cambió el paradigma educativo: las generaciones anteriores aprendimos verdades, las generaciones actuales aprenden a buscar, explorar y curiosear.

Los jóvenes de ahora digieren durante sus carreras universitarias una larga lista de saberes. Luego consiguen trabajo en una empresa y sus jefes les piden olvidar lo aprendido, para buscar el snark. La formación que recibieron ha perdido toda funcionalidad. No aplican lo que por años estudiaron; aprenden más bien nuevas destrezas y habilidades sobre la marcha.

¿Esta nueva cultura laboral y de convivencia social es buena o es mala? ¿Es mejor o peor que la de hace décadas? Cada lector tendrá su opinión personal.

No hay comentarios: