La narración que más me
gusta de Lewis Carroll no es “Alicia en el País de las Maravillas”; es “La caza
del snark” que ni siquiera es un cuento sino un poema. O más bien, una relación
disparatada de hechos poéticos, con principios aritméticos y enseñanzas de
historia natural.
He leído muchas veces “La
caza del snark” y todavía no me queda claro de qué va. Por supuesto la culpa es
mía y no de Lewis Carroll, cuyas obras tiene una precisión lógica y matemática
que todos intuimos pero pocos entienden.
¿Entonces por qué carajos me
fascina “La caza del snark”? Porque narra la expedición marítima absurda de una
tripulación improbable que navega en un buque imposible para cazar a una
criatura inimaginable. Y tanta fantasía tan desbordante y ordenada a la vez es
para mí la mejor metáfora de Internet.
Los usuarios nos metemos a
Internet a navegar en un mar imposible de bytes, participando en algo que se
llama search party (la fiesta de la
búsqueda). No sabemos exactamente qué buscamos, por dónde nos colamos, a qué
fuentes recurrir, qué podemos esperar de esta fiesta de la exploración, pero lo
hacemos día a día, restándole horas al sueño. Entramos a YouTube, canjeamos
post en Facebook, leemos el timeline
de Twitter, pasamos revista a las fotos de Instagram. ¿Y en el fondo con qué
nos toparnos?
Algún lector lo habrá
adivinado ya: esperamos toparnos con un snark, esa criatura inimaginable que
creamos con nuestras búsquedas; que formamos entre todos, que configuramos
masivamente, que cazamos con esa virtud común a los usuarios de Internet
llamada curiosidad. El snark materializa la inteligencia colectiva.
Pero el caso es que la caza
del snark no se queda en simple entretenimiento. Desde que participamos en su
cacería, “navegando” por las redes sociales, la educación tradicional ha
quedado mal parada; cambió el paradigma educativo: las generaciones anteriores
aprendimos verdades, las generaciones actuales aprenden a buscar, explorar y
curiosear.
Los jóvenes de ahora
digieren durante sus carreras universitarias una larga lista de saberes. Luego
consiguen trabajo en una empresa y sus jefes les piden olvidar lo aprendido,
para buscar el snark. La formación que recibieron ha perdido toda
funcionalidad. No aplican lo que por años estudiaron; aprenden más bien nuevas
destrezas y habilidades sobre la marcha.
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