12 febrero 2015

Jorge G. Castañeda en San Pedro

Entre los mejores cuentos de Edgar Allan Poe está uno sobre desdoblamiento de personalidad: se titula “William Wilson”. El personaje principal es asediado a lo largo de su vida por un hombre idéntico a él, que actúa como su conciencia moral, le reprende sus actos reprobables, sus excesos, sus trampas en la baraja y su lascivia. Al final, el personaje mata a su doble de una estocada en un baile de máscaras, hasta descubrir que él también muere junto con su Némesis.

Cuando leí “Amarres Perros” la autobiografía novelada de Jorge G. Castañeda, me pareció transitar por una actualización mexicana, con zarape y sombrero de palma, del cuento de Poe. El ex canciller desglosa en páginas amenas pero desechables, la historia de un burgués de izquierda, un hijo de la élite dorada de México que casualmente se llama igual que el autor, que ha incursionado en las mismas lides políticas, y que ha seducido a las mismas mujeres: Jorge G. Castañeda.                

El autor pretende ajustar cuentas con su pasado, y como una especie de Némesis literario, muy al estilo del William Wilson de Poe, reprende los excesos, las iras y los desplantes altivos de su biografiado. El problema, a diferencia del personaje de Poe, consiste en que el Jorge G. Castañeda autor, admira y casi venera al Jorge G. Castañeda personaje. O sea, lo quiere mucho. De nada sirve este desdoblamiento de personalidad porque la autocrítica se queda en regañito condescendiente, en coscorrón que no duele porque es fingido. Una cosa es el amor propio y otra el enamoramiento de sí mismo. Lo primero es una defensa contra los embates de la vida, lo segundo es una patología.

Una anécdota narrada en el libro de Castañeda lo pinta de cuerpo entero: durante una gira a Washington a donde acompañó al entonces presidente electo Vicente Fox, el autor regañó a gritos a una reportera de Milenio , integrante según él de “la perrada” que cubría la fuente presidencial. ¿El motivo? La muchacha pidió que le ayudara a traducir una nota periodística en inglés del New York Times. Este episodio trivial inspiró a Castañeda una larga disquisición: “¿Quién realizaría la labor pedagógica indispensable para que el país comenzara a contar con medios propios de la democracia, de la modernidad, de la apertura económica, cultural y hasta psicológica?”

Y ahí no para la cosa: Castañeda sigue preguntándose quién explicaría esa misma labor pedagógica a la sociedad mexicana, a la comentocracia, a los magnates de la prensa. Y uno le respondería que cualquiera, menos él. Primero, porque no hace falta la labor pedagógica indispensable de ningún iluminado para enseñarle el camino de la verdad a la prensa y a sus reporteros. En otras palabras, por el bien de la democracia, que cada quien se rasque con sus propias uñas.

Segundo, porque si alguien está impedido para ser pedagogo mediático es el propio Castañeda, miembro vitalicio de esa “comentocracia” nativa, como él mismo la llama, y socio controvertido de personajes tan opuestos a la democracia, la modernidad, la apertura económica y cultural, como lo es Elba Esther Godillo, una de sus grandes “cuatachas” y la principal mecenas de sus frustradas aventuras políticas como aspirante presidencial.

No encuentro en “Amarres Perros” una sola idea interesante, una posición crítica de enjundia, una propuesta de buen calibre, un logro o mérito destacable en su trayectoria pública, como para resolver el nudo gordiano que ata a México a la mediocridad financiera desde que llegaron a Los Pinos esos advenedizos vanidosos y ególatras de la mano de un ranchero iletrado llamado Vicente Fox.

Si el doble de William Wilson recibió como escarmiento de Poe una estocada mortal en el corazón, el doble de Jorge G. Castañeda que se dibuja en “Amarres Perros merecía ganar, en opinión del propio autor, el Premio Nobel de Literatura, de la Paz, de Economía, o todos a la vez, apenas suficiente para colmar las ansias de glorificación de este mexicano tan hambriento de reconocimiento global como para hacer esos amarres perros en favor de la democracia que tanto predica y simula practicar.

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