“Something is happening and you don't know
what it is”, canta Bob Dylan en una de sus audaces composiciones. Algo está
pasando en la televisión y la mayoría de los televidentes no se han dado
cuenta. Pero si el cine es el séptimo arte, las series de televisión bien
podrían definirse, en razón de su calidad cultural,como el octavo arte, un bautizo inusitada hasta
hace algunos años.
En este fenómeno de masas destaca, en
algunos casos, el guionista (así se volvió célebre Aaron Sorkin con The West Wing, aunque me decepcionó recientemente
tanta palabrería chocante en The
Newesroom). En otros casos, destaca el director como en House of Cards (pocos dirigen hoy como
el talentoso David Fincher).
Pero ¿qué sería The West Wing sin ese Presidente tan culto, seductor y eficaz,
interpretado por un Martin Sheen en estado de gracia? ¿Y qué sería de House of Card sin ese misterio andante
llamado Kevin Spacey? Una serie de televisión es buena o muy buena gracias a un
equipo de visionarios, no sólo al guionista o de cierto actor. Se trata de una
hazaña holística.
Muchas de las mejores “películas” que hemos
visto recientemente en casa son series de televisión. Los Soprano es el equivalente a El
Padrino de nuestra época. Me atrevo incluso a sentenciar que Tony Soprano
tiene más relieve psicológico y alma atormentada que Michael Corleone. True Detective se convertirá pronto en
una serie de culto. Woody Harrelson y Mathew McConaughey (esa pareja dispareja
de virtuosos histriónicos), merodean por esa sórdida costa de Luisiana como
perros sin dueño, depresivos, pulgosos y profundos.
¿Cuál es la fórmula de prodigios como Mad Men o Breaking Bad? Nadie acertará a ciencia cierta, pero sin duda, el
prodigio no es nuevo. Las series de televisión comparten la tradición del
folletín y la novela-río al estilo instituido por Alejandro Dumas.
Charles Dickens fue el gran maestro de la
novela por entregas del siglo XIX: primero las publicaba por capítulos en los
periódicos y luego, meses después, las imprimía en libros. Sabía dejar en
suspenso a sus seguidores, y malabarear con cinco o seis narraciones que el
lector tenía que hilvanar semanalmente con su memoria y conectando las
historias de cada personaje, como hacemos ahora con con The Wire (una obra de arte perfecta). Así nacieron David Copperfield y Tiempos
Difíciles, entre muchas otras.
Dickens estaría maravillado con las
actuales series de televisión: sería un guionista espléndido para HBO. Acaso le
sobraría melodrama a sus creaciones literarias, sobre todo en una época tan
irónica como la nuestra, pero sus llamados a la reforma social y a la renovación
de las instituciones públicas burocratizadas, están vigente. Ilustró como nadie
el lazo invisible que une la “exuberancia irracional” que provocó la actual
crisis economía global, con la pobreza flagelante que destruye el futuro de los
menores de edad y de los seres más vulnerables.
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