15 enero 2015

Melodramas del inversionista de San Pedro

Un buen amigo, inversionista de San Pedro, se levantó muy temprano para bañarse, vestirse, desayunar, llevar a sus hijos a la escuela y hacer su escala habitual en el Starbucks. Al llegar a su oficina, en Vasconcelos, se topó con el principal socio de su proyecto de negocio, sumido en trance. Le dio una noticia terrible.

-- Ya lo perdimos todo. No tenemos más empresa.

Como su socio no acostumbra madrugar, comprendió que no era broma que las cosas marchaban mal. Esa mañana había ido al banco para abrir la cuenta del proyecto de negocio y como de pasada, el ejecutivo le informó que sus acciones en bolsa habían caído en picada en las últimos semanas, hasta evaporarse.

¿Por qué? El ejecutivo le dijo que en el mercado bursátil a veces se gana y a veces se pierde, y que, sin consultarles la operación, había depositado casi todo el capital en una sola inversión de alto riesgo. Era el peor escenario para cualquier neurótico. Y el peor resultado para cualquier inversionista bursátil descuidado como mi amigo y su socio.  

-- ¿De manera que hoy amanecimos pobres cuando ayer teníamos suficiente liquidez? -- preguntó mi amigo, sin esperar respuesta.

Habían desaparecido casi todos sus ahorros y el proyecto de negocio de ambos se les deshacía como arena. A pesar del frío, mi amigo se sentía hirviendo en una caldera. Se concentró en la Mac, pensando cómo sortear su mala suerte. Leyó los periódicos en el monitor y revisó los datos duros que aparecían en los feed RSS.

El socio de mi amigo no dijo más. Tenían que cubrir el anticipo de los asesores comerciales, saldar compromisos con proveedores, pagar la entrega de los planos arquitectónico de su negocio. Había que ir por partes.  

-- Lo de la bolsa no tiene remedio rápido – le aconsejé a mi amigo – y tendrás que asesorarte con un experto. Pero los pagos pendientes estas obligado a cubrirlos. Un inversionista vive de su buena reputación.

--¿Pido un préstamo?

--Ya eres menos sujetos de crédito que ayer. Podrías hipotecar tu casa.

--Puede ser. ¿Y un crédito de cuantos ceros?

--Por lo pronto los suficientes para que sigas comprando tu café en Starbucks.

Mi amigo intentó resumirme en dos palabras su situación personal: “estoy frito”.

--¡No! – le respondí --. Si no te alcanza el dinero, haz tu proyecto de negocio con tus propias manos. 

Le expliqué cómo se operan ahora muchos proyectos de negocio mediante el movimiento global Do It Yourself (Hágalo usted mismo), una especie de cofradía invisible compuesta en colaboración por inventores, creativos y emprendedores de diversas generaciones y países.

El fondo es simple: se trata de fabricar uno mismo las cosas que nos resulten útiles (autoproducción), como microhuertos orgánicos, vino orgánico, muros verdes, adaptación como equipo de gym de llantas, tubos de pvc y llaves inglesas (crossfit); incluso confeccionar cosas artísticas que expresen tendencias estéticas actuales (artesanía, línea de ropa alternativa, manualidades de inspiración racial, diseño de bisutería, producción indie de música), todo en plan amateur y con tecnología básicamente doméstica. Los tutoriales y cursos en Youtube, Vimeo y otros medios sociales dan orientación gratuita.

El problema para que los inversionistas de Nuevo León se apeguen a esta tendencia global es psicológica: quieren ser grandes vendedores y no diestros hacedores; famosos hombres de negocios y no hábiles fabricantes; managers, pero no makers. Admiran la mentefactura pero descuidan la manufactura. Una forma de pensar mediocre, muy arraigada en México, lo mismo en el ámbito empresarial que en los círculos políticos. ¿Para qué dar nombres?


Mi amigo pareció entender bien el consejo porque lo repitió casi textualmente a su principal socio. Así, han comenzado a construir ellos mismos, con sus propias manos, su proyecto comercial. Sin embargo, su ejemplo no cunde en San Pedro. 

Aquí, los ricos prefieren vivir no bajo la premisa de “hágalo usted mismo” sino en el castillo de cristal de las apariencias y los abrazos que se dan en los Starbucks. Son aspirantes a celebrities disfrazados de empresarios. Gente que no sueña con ser Bill Gates sino Kim Kardashian. Y ella, al menos, sabe mover bien el trasero. 

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