Un amigo,
catedrático del ITESM, me invitó a tomar una copa: “es para celebrar que te
gané una apuesta. No te la cobraré, pero sí te obligaré a recordarla”. Dudé, no
porque nunca apueste sino al revés: diariamente lo hago, como lo hacemos todos los
seres humanos cada día, en uno u otro sentido.
“Pero en
este caso era de dinero” me recalcó. “En 1996, Samuel Huntington publicó The Clash of Civilizations. Y luego de
leer el libro te aposté que los musulmanes sembrarían el terror justo en París.
Tarde o temprano el Islam cumpliría su amenaza en contra de alguna de las miles
de publicaciones satíricas francesas”.
Mi amigo me
daba a entender que había profetizado el atentado contra el semanario Charlie Hebdo, del pasado 7 de enero,
donde murieron doce personas. Todo porque la revista publicó viñetas bromeando
sobre Mahoma. Desde entonces, más de un millón de personas se han manifestado
públicamente en contra del hecho, bajo el lema: “Je suis Charlie” (Yo soy Charlie)”.
Cuando leí
el libro del profesor Huntington, célebre en aquel entonces, me pareció que su
tesis no era disparatada, pero sí peligrosamente simplista. Lo sigo creyendo. Reducir
los conflictos geopolíticos del siglo XXI a un choque de civilizaciones destila
cierto tufo a intolerancia académica. Y peor: a superioridad intelectual.
No recuerdo
haber apostado por la negación de las tesis de Huntington (se apuesta sobre
partidos de futbol no sobre estudios académicos). Pero, si lo hubiera hecho, habría
ganado de calle. Los autores de este atentado no eran tanto fundamentalistas
como sociópatas; marginados sociales que no hallaban sentido a sus vidas miserables.
El suyo,
más que fundamentalismo religioso, fue un problema psiquiátrico: eran delincuentes.
Se me objetará que Al-Qaeda se adjudicó el atentado. También lo hubiera hecho
el Ku Klus Klan, de haberse asumido los asesinos como miembros de ese grupo racista.
Pero queda lo
principal: el Corán divide doctrinalmente entre creyentes e infieles. A éstos
últimos los denomina kafir (de donde
deriva la palabra “cafre”, que significa vulgar o ignorante). Un kafir no está obligado a apegarse a la
verdad del Islam. Los periodistas y dibujantes infieles de Charlie Hebdo no tenían porqué seguir los preceptos de su religión;
no eran enemigos del Islam, sino satíricos de cualquier credo religioso.
De manera
que la prevención de futuros atentados de este tipo no implica mayor vigilancia
en los suburbios donde viven las comunidades musulmanas sino en los individuos
sociópatas, sean o no creyentes, con indicios de convertirse en posibles
psicópatas de alto riesgo.
Quiero
apostarle a mi amigo, el catedrático del ITESM, que el verdadero choque del
siglo XXI no se dará entre religiones; sucederá en el campo de la psiquiatría;
choque que, por cierto, ha existido a lo largo de todos los siglos, sobre todo
cuando el psicópata está al frente de un gobierno.
Cuando
quiera mi amigo el catedrático, dentro de diez o quince años (si vivimos
ambos), le invitaré una copa no para recordarle la apuesta, sino para
cobrársela. No seré yo tan benévolo como lo quiso ser él ahora conmigo.
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