Víctor Hugo escribió un poema titulado “Booz dormido”. Es
un canto nocturno, disfrazado de religiosidad. Loa, al mismo tiempo, las
virtudes de la vejez. Booz trabajaba su tierra, protegía a sus labradores y cuando
veía pasar a una pobre espigadora, ordenaba “dejar caer, a propósito, espigas”.
Entonces, “sus sacos de grano, como fuentes públicas, se derramaban del lado de
los pobres”.
Julio Scherer García cultivó el periodismo como un
labrador su tierra: fundó Proceso en
1976, auspiciado por un grupo de inversionistas a quienes prometió, antes que
retorno de capital, derramar objetividad y crítica en un semanario político.
Protegió a los colegas que lo siguieron a su salida de Excélsior: Vicente
Leñero, Miguel Ángel Granados Chapa y Francisco Ortiz Pinchetti, entre otros.
No formaron alrededor suyo un séquito ni una cofradía; eran colegas: le
hablaban de tú a tú porque se sabían sus
iguales.
La diferencia la marcaba el liderazgo de Scherer:
emprendedor nato y, a la vez, gran reportero. O reportero a secas, palabra
exótica en la actual selva de mercenarios, lambiscones y extorsionadores de la
pluma. También fungió como administrador responsable de empresas periodísticas (cosa
nada fácil cuando se mantiene una línea crítica por más de 30 años en contra de
Los Pinos). Parecen funciones
semejantes, y quizá lo sean, pero ameritan talentos distintos. Scherer tenía
ambas cualidades, aunadas a principios éticos que -- nunca lo ocultó--, tendían
a la izquierda: su indignación en contra de los excesos del poder, su distancia
frente al Príncipe, su honestidad, eran espigas que, como en el poema “Booz
dormido”, derramaba en beneficio de los pobres.
Vislumbro en la carrera periodística de Scherer una
transición. Su salida de Excélsior, con su inmediata fundación de Proceso, marcó un antes y un después en
su vida profesional y en la historia de la prensa en México. Pero no se trató
de una transición sino de una evolución; no de un salto sino de (en efecto), un
proceso. Pasó de la juventud impetuosa a la serena madurez; de ser un buen
reportero (el de la entrevista al pintor Siqueiros, en 1965) a ser el maestro
de los periodistas (el del libro Los Presidentes, de 1986). Lo refleja,
incluso, el estilo de su prosa: sus reportajes de los años sesenta eran
veraces pero profusos. En cambio, sus libros de madurez son estiletes gráficos:
afilados y certeros; modelo de precisión psicológica cuando explora el alma de
sus entrevistados; no los enjuicia: los exhibe; no los lincha, los deja en evidencia.
Tras setenta años de teclear su máquina de escribir,
Scherer acabó como el Booz del poema de Víctor Hugo: “se ven llamas en los ojos
de los jóvenes / pero en el ojo del anciano se ve luz”. Con la edad,
Scherer se empequeñeció físicamente, se encorvó, se hinchó, pero en sus ojos de
anciano se veía la luz de su lucidez mental. Su semblante no perdió nunca los
rasgos de patricio romano. Odiaba los homenajes, veía en los poderosos simples
fuentes de información y amaba la soledad. Mejor dicho: su soledad.
Apunto la opinión de tres personas que, desde diferentes
ámbitos -- la amistad, la rivalidad y lo filial --, retrataron a Scherer de
cuerpo entero. La primera opinión la escribe su amigo Vicente Leñero en un viejo
artículo publicado en Proceso: “es
severo pero juicioso”. La segunda la suelta Carlos Salinas siendo Presidente:
“es tan terco que no tiene remedio”. La tercera la menciona María, su hija:
“cada mañana deja en el buró de mi cama una nota escrita de puño y letra que
dice te amo”. Las tres opiniones
parecen antagónicas; en realidad, se complementan: Scherer era severo,
terco y amoroso.
Booz se pregunta, en el poema de Víctor Hugo “¿cómo creer
que de mí nacería una raza?” Sin creérselo, sin pretender ser patriarca, porque
nunca cedió a los delirios de la vanidad, de Scherer nació una raza de
periodistas mexicanos que cuestionan al poder, que toman distancia del Príncipe
y que (virtud escasa en los actuales tiempos nublados), son honestos; una raza
marginada, confinada al silencio, pero que a la larga ganará la partida a las
tentaciones terrenales, a la invisibilidad forzada y al deliberado
olvido.
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