09 enero 2015

Drones en San Pedro

Entre varios amigos construimos un drone. La primera vez que vi volar un aparato de estos fue durante la filmación del videoclip "No se por qué" de mi amiga, la gran cantante cubana, Grehylis Trashorras Font, vocalista de la banda Invictus. El drone lo piloteó otro amigo, experto que lleva años investigando este tipo de aviación: Bayardo Lopez, cuya experiencia pasa por haber grabado el interior de un volcán, en su natal Nicaragua y por fundar una empresa exitosa de mensajería: Pick and Drop.

Poco a poco, me involucré con aficionados del tema, entre los que se encuentra, principalmente, mi hermano Oscar Garza. Un domingo reciente, fuimos a estrenar nuestro drone al montículo de un descampado de San Pedro. De pronto, apareció ante nosotros un hombre bajito, barbón y con gorra beisbolera. Contempló el drone y apenas nos saludó.

--Es un drone, amigo – le dije --, una aeronave no tripulada con mala reputación desde que EUA lo usa para vigilar indocumentados mexicanos: una canallada. Obviamente, nada tiene que ver nuestro juguete doméstico, hechizo, con esos aviones operativos de inteligencia artificial y propulsión a chorro.

El desconocido abrió la boca para preguntar una tontería:

--¿Se puede matar gente con ellos?

-- Se puede matar gente con una piedra – respondí--. Lo cierto es que los grandes drones son capaces de exterminar civiles a una distancia de 3,700 kilómetros.
-- Son muchos kilómetros – dijo el desconocido.

Mi hermano Oscar encendió el transmisor del aparato para que girasen sus aspas. El drone despegó del suelo y luego regresó sin fuerzas al montículo. Incluso el desconocido se entristeció.

--¿Costó caro su juguetito?

-- Mil vueltas con los fierreros de Colón y Bernardo Reyes – le contestó Oscar --. La verdad, nos salió barato: lo maquilamos en una impresora 3D, de inyección de polímeros, con los materiales añadidos por capas. Como bien dice usted, esto es un juguete, pero en los próximos años, los drones servirán para que los geólogos puedan investigar orografías de acceso imposible y los arquitectos alcancen a revisar fisuras en los más altos rascacielos. O para que los voyeristas espíen vecinas-

--No se que es un voyerista – admitió el desconocido.

-- Son tipos que se meten en lo que no les importa – le aclaré. Oscar lo explicó correctamente: los drones caseros son baratos; el nuestro lo creamos con un manual comprado en eBay, según la patente de un holandés de nombre Jasper van Loenen. Para quitarnos de problemas, optamos por usar placas prefabricadas, que combinamos con las maquiladas por la impresora 3D. Oscar armó y programó un prototipo rudimentario, cada vez con mejor calibración, pero nuestros intentos de alzar el aparato se frustraron una y otra vez, hasta que, en ese justo momento, el drone despertó y comenzó a flotar unos seis metros del suelo; enseguida voló alrededor del descampado con relativa estabilidad.

-- Insisto, amigo, -- advertí al desconocido --, estos artefactos, al menos en su versión casera, no son alta tecnología, pero nos han dado muchas horas de fastidio y estos últimos minutos, de satisfacción.

--¿Cómo se construyó, si se puede saber?— preguntó hombre.

-- No fue fácil – respondió Oscar --, lo investigamos por mucho tiempo; los componentes se ensamblan en una estructura de plástico (ABS): las hélices y los cuatro motorcitos se conectan a una unidad de control, compuesta por un transmisor, un modulo de bluetooth, GPS y un sistema de vuelo. A la mexicana, con un par de alambres doblados le sujetamos una camarita GoPro. Queremos tomar fotografías panorámicas de Valle Oriente.

El encanto de ver desplazarse en el aire al drone duró apenas un minuto, antes de que aterrizara de panzazo en el descampado. Se rompió una de las aspas. El desconocido sonrió burlón y se fue.


Pronto, nuestro drone estará en condiciones de operar en un restaurante de San Pedro. Podrá llevar en el aire los platillos de la cocina a cada mesa y un mesero los descargará a los clientes. Esta historia sucedió hace un par de meses: nuestro drone está listo ahora para remontar el vuelo.

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