Entre varios amigos construimos un
drone. La primera vez que vi volar un aparato de estos fue durante la filmación
del videoclip "No se por qué" de mi amiga, la gran cantante cubana, Grehylis Trashorras Font,
vocalista de la banda Invictus. El
drone lo piloteó otro amigo, experto que lleva años investigando este tipo de
aviación: Bayardo Lopez,
cuya experiencia pasa por haber grabado el interior de un volcán, en su natal
Nicaragua y por fundar una empresa exitosa de mensajería: Pick and Drop.
Poco a poco, me involucré con aficionados
del tema, entre los que se encuentra, principalmente, mi hermano Oscar Garza. Un domingo
reciente, fuimos a estrenar nuestro drone al montículo de un descampado de San
Pedro. De pronto, apareció ante nosotros un hombre bajito, barbón y con gorra
beisbolera. Contempló el drone y apenas nos saludó.
--Es un drone, amigo – le dije --,
una aeronave no tripulada con mala reputación desde que EUA lo usa para vigilar
indocumentados mexicanos: una canallada. Obviamente, nada tiene que ver nuestro
juguete doméstico, hechizo, con esos aviones operativos de inteligencia
artificial y propulsión a chorro.
El desconocido abrió la boca para
preguntar una tontería:
--¿Se puede matar gente con ellos?
-- Se puede matar gente con una
piedra – respondí--. Lo cierto es que los grandes drones son capaces de
exterminar civiles a una distancia de 3,700 kilómetros.
-- Son muchos kilómetros – dijo el
desconocido.
Mi hermano Oscar encendió el transmisor
del aparato para que girasen sus aspas. El drone despegó del suelo y luego
regresó sin fuerzas al montículo. Incluso el desconocido se entristeció.
--¿Costó caro su juguetito?
-- Mil vueltas con los fierreros de
Colón y Bernardo Reyes – le contestó Oscar --. La verdad, nos salió barato: lo
maquilamos en una impresora 3D, de inyección de polímeros, con los materiales
añadidos por capas. Como bien dice usted, esto es un juguete, pero en los
próximos años, los drones servirán para que los geólogos puedan investigar
orografías de acceso imposible y los arquitectos alcancen a revisar fisuras en
los más altos rascacielos. O para que los voyeristas espíen vecinas-
--No se que es un voyerista – admitió
el desconocido.
-- Son tipos que se meten en lo que no
les importa – le aclaré. Oscar lo explicó correctamente: los drones caseros son
baratos; el nuestro lo creamos con un manual comprado en eBay, según la patente
de un holandés de nombre Jasper van Loenen. Para quitarnos de problemas,
optamos por usar placas prefabricadas, que combinamos con las maquiladas por la
impresora 3D. Oscar armó y programó un prototipo rudimentario, cada vez con
mejor calibración, pero nuestros intentos de alzar el aparato se frustraron una
y otra vez, hasta que, en ese justo momento, el drone despertó y comenzó a
flotar unos seis metros del suelo; enseguida voló alrededor del descampado con relativa
estabilidad.
-- Insisto, amigo, -- advertí al
desconocido --, estos artefactos, al menos en su versión casera, no son alta
tecnología, pero nos han dado muchas horas de fastidio y estos últimos minutos,
de satisfacción.
--¿Cómo se construyó, si se puede
saber?— preguntó hombre.
-- No fue fácil – respondió Oscar --,
lo investigamos por mucho tiempo; los componentes se ensamblan en una
estructura de plástico (ABS): las hélices y los cuatro motorcitos se conectan a
una unidad de control, compuesta por un transmisor, un modulo de bluetooth, GPS
y un sistema de vuelo. A la mexicana, con un par de alambres doblados le
sujetamos una camarita GoPro. Queremos tomar fotografías panorámicas de Valle
Oriente.
El encanto de ver desplazarse en el
aire al drone duró apenas un minuto, antes de que aterrizara de panzazo en el
descampado. Se rompió una de las aspas. El desconocido sonrió burlón y se fue.
Pronto, nuestro drone estará en condiciones
de operar en un restaurante de San Pedro. Podrá llevar en el aire los platillos
de la cocina a cada mesa y un mesero los descargará a los clientes. Esta
historia sucedió hace un par de meses: nuestro drone está listo ahora para
remontar el vuelo.
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