“A lo
rivales se les gana con táctica” me dice en confianza. Tiene la palabra suelta.
Tacto para tratar a los sindicalistas como él. Y a los hombres de poder. “Estás
cara a cara con tu enemigo. No importa su estatura, ni su complexión. Sacas de
la bolsa de tu pantalón un papel, lo haces bolita, todo frente a tu rival”.
Mido su rudeza mezclada con su cortesía natural.
“Avientas
la bolita de papel. Tu rival mira extrañado para arriba. Aprovechas esos
instantes y lo descuentas con un derechazo”. Hace la finta de apretar el puño y
pegarle al aire. A la nada. Al vacío que es nuestro enemigo, el único que nos
vence a la larga. Es hombre de calle. Curtido en la calle. “Tú también te
fogueaste en la calle. Pero agarraste otro camino”. No entiendo el cumplido. La
vida de cada quién es la combinación de destino y libertad personal. O como
dicen los viejos: la corona que uno se labra, esa se pone.
Ha leído
más de lo que aparenta. Expone con claridad (talento raro en su gremio, donde
es propio comportarse con zafiedad). “Yo no le saco a los desafíos”. No hay
opción. ¿Es parte de ganar con táctica? Abanica el brazo en el aire. Como
pelotero, como aficionado al beisbol. O al softbol, única alternativa para el
amateur que no le importa mantenerse en forma.
“Yo no le
saco a los desafíos”. Y vuelve a aventar la bolita de papel invisible al aire,
al vacío. Imagino a sus rivales caídos, regados en el piso. Pero no es tan
fácil. Simple metáfora del hombre de calle. Del que tiene que tratar a tipos
duros. De quien forma parte de organizaciones obreras. Aquí y en México.
“Entonces lo descuentas con un derechazo”.
Todos
somos, sin excepción, papeles que nos arruga la suerte. Nos arroja al aire, al
vacío, a la nada. Y mientras tomamos la calle y volteamos al cielo, la vida nos
descuenta con un derechazo. Uno de muchos. Uno de tantos. El último es el
definitivo.
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