Alejandro Jodorowsky es un charlatán
encantador. Sus películas me aburren pero son objeto de culto. Sus cómic no los
entiendo pero son entretenidos. Sus libros no tienen pies ni cabeza pero se
leen de un tirón. Los regiomontanos saben que es un tipo simpático y accesible
porque algunos han llegado a entablar amistad con él, desde que merodeó por
Monterrey hace muchos años. Es de un trato tan cordial que muchos afortunados
que hemos platicado con él de inmediato caímos rendidos ante su presencia
seductora.
Sin embargo, es un charlatán. Todo lo
encantador que se quiera, pero un charlatán. Y por lo tanto, un falsificador:
transmite conocimiento fraudulento, cuentos disfrazados de hechos ciertos,
mentiras que hace pasar por ciencia, falacias que finge verdades, conclusiones
a las que arriba mediante falsas premisas. ¿Es Jodorowsky entonces, un sujeto
deshonesto? Sin duda alguna. La psicomagia (supuesto descubrimiento suyo),
carece del mínimo valor cultural. Su peculiar lectura del tarot (que él matiza
como adivinación de tendencias, no como simple predicción) es pensamiento
mágico en estado puro.
Ahora bien, tantas mentiras de
Jodorowsky se disipan o pasan a segundo plano, si asumimos su pseudociencia
como un juego supuestamente inofensivo. De hecho, una de sus obras de teatro se
titula “El Juego que todos jugamos”. Muchos de nosotros, igual que este
hechicero postmoderno, nos prestamos a la broma porque sabemos que somos
testigos de la difusión de datos falsos.
Pero eso no le quita a Jodorowsky su
carga de irresponsabilidad. No es un mentiroso inofensivo. Como todo charlatán,
vende Fosfovitacal, medicina curalotodo, sin importar los efectos que provoca.
Y muchos incautos lo compran con consecuencias graves para su salud. Su caso no
sería excepcional. Otras inteligencias elevadas como Wilhelm Reich también
inventaron cosas absurdas como el “orgon”, aparato que servía para acabar con
múltiples enfermedades, hasta ser desenmascarado por la comunidad científica.
Me consta, porque fui testigo
presencial, de enfermos desahuciados buscando ser atendidos mediante la
psicogenealogía que inventó Jodorowsky, para extirparse el cáncer incurable,
acabar con el trastorno mental de un pariente, o la afección cardiaca de un
familiar. El remedio era el mismo: la programación del inconsciente, derivada
supuestamente de nuestros antecesores que acaba por contaminar nuestra sangre,
enajenar nuestro cerebro, ensuciar nuestros órganos internos. Jodorowsky no los
curó; simuló curarlos mediante la desprogramación, sinónimo de un tipo de sanación
espiritual que él denomina psicogenealogía. Finalmente, la culpa la tuvo
nuestro tatarabuelo.
¿Pero por qué llega a ser peligroso
el método curativo de Jodorowsky? Porque compite con la ciencia, pretende
deslegitimar la auténtica investigación científica y hace perder tiempo a
enfermos de cáncer que aún no sufren metástasis, o esquizofrénicos que se creen
curados porque Jodorowsky les ordenó romper tres varas de nardo y luego
sepultarlas en el jardín florido de una casa vecina. La desesperación de ver a
nuestro familiar aliviado nos provoca falsas esperanzas, nos hace despilfarrar
recursos y caer en la trampa (a veces mortal) de la pseudociencia. Los males
psicosomáticos existen, pero lo mental no lo es todo.
Por supuesto, Jodorowsky tendrá sus defensores
acérrimos; son esas mismas personas de buena fue que prefieren creen en vez de
investigar, que sobreponen la astrología a la astronomía, la excepción a la
regla y el Fosfovitacal al medicamento patentado. En ese mundo invertido, donde
el milagro sustituye a los hechos probados, Alejandro Jodorowsky manda como un
viejo y carismático rey-vidente-brujo-sanador; un rey que, en su vida privada
no dudaría nunca en mandar su carro descompuesto a un taller mecánico, antes
que pretender repararlo mediante rituales mágicos y conjuros milenarios, a los
que son tan afectos sus millones de fieles creyentes.
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