04 diciembre 2014

La muerte de Vicente Leñero

Estoy en una zona sin Internet, pero me entero de la muerte de Vicente Leñero en México. Dicto por teléfono mi opinión sobre esta figura que marcó el periodismo de mi generación y algunas anteriores. Leñero vivió en la frontera del periodismo y la literatura. A veces sus novelas cruzaban sin querer esa delgada franja y no resultaban ni una cosa ni la otra. Por esa razón no fue nuestro mejor novelista mexicano. Pero por esa misma razón fue nuestro mejor autor de non-fiction.

Quizá el secreto de su arte literario reside en la ingeniería. Varios escritores notables de México, novelistas y dramaturgos, han sido ingenieros civiles como él o como Jorge Ibargüengoitia. Acaso aprendieron a diseñar con precisión estructuras narrativas. Eso les daba una noción práctica a sus respectivos estilos. Así se explica el andamiaje muy bien armado de “Los Albañiles” o de “Estudio Q”.

La otra influencia de Leñero fue su peculiar devoción cristiana. Aunque más que devoción lo suyo fue militancia evangélica. Sus obras carecían de angustia existencial. Algunas de ellas fueron en todo caso revisiones de la misión social de la Iglesia y testimonio de las desviaciones del ministerio católico como institución. Pero sus preocupaciones profundas antes que metafísicas eran éticas. Su fe se arraigaba en el evangelio de los pobres. No era un moralista sino un indignado.

A pesar de formar parte del grupo de Julio Scherer (era un virtuoso para cabecear en el semanario Proceso), Leñero fue un escritor marginal. Odiaba las camarillas, las escuelas y las mafias artísticas. Estuvo peleado por décadas con Fernando Benítez y Emmanuel Carballo, líderes de cenáculos literarios. Irónicamente, su mejor libro (a mi gusto) fue “Los Periodistas”, crónica novelada sobre la expulsión de Scherer y sus incondicionales de la dirección del periódico Excélsior, en los años setenta.

“Los periodistas” debería ser el libro de cabecera de los reporteros de México. Frente a tanto gacetillero de quinta que se elogia a sí mismo en sus columnas, usando la primera y tercera persona del singular, machacando la objetividad, Leñero fue modelo de humildad. Narró uno de los pasajes más nefastos de la censura del Estado Mexicano, de la cual fue protagonista, tomando distancia crítica y sujetando su ego. La prosa de ese libro no desmerece frente a lo mejor del genero de no ficción publicado en cualquier parte del mundo.


Lo esperado llega en el instante más inesperado. Leñero, fumador empedernido, defendió a capa y espada el derecho al tabaco. Ese vicio lo mató ayer. Era un hombre viejo y sabio que sabía decir las cosas por su nombre. Lo vamos a extrañar. ¿Gran periodista o buen novelista? No lo se, pero ambos oficios pierden en México a uno de sus plumas más admirables.                  

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