Estoy en
una zona sin Internet, pero me entero de la muerte de Vicente Leñero en México.
Dicto por teléfono mi opinión sobre esta figura que marcó el periodismo de mi
generación y algunas anteriores. Leñero vivió en la frontera del periodismo y
la literatura. A veces sus novelas cruzaban sin querer esa delgada franja y no
resultaban ni una cosa ni la otra. Por esa razón no fue nuestro mejor novelista
mexicano. Pero por esa misma razón fue nuestro mejor autor de non-fiction.
Quizá el
secreto de su arte literario reside en la ingeniería. Varios escritores notables
de México, novelistas y dramaturgos, han sido ingenieros civiles como él o como
Jorge Ibargüengoitia. Acaso aprendieron a diseñar con precisión estructuras
narrativas. Eso les daba una noción práctica a sus respectivos estilos. Así se
explica el andamiaje muy bien armado de “Los Albañiles” o de “Estudio Q”.
La otra
influencia de Leñero fue su peculiar devoción cristiana. Aunque más que
devoción lo suyo fue militancia evangélica. Sus obras carecían de angustia
existencial. Algunas de ellas fueron en todo caso revisiones de la misión
social de la Iglesia y testimonio de las desviaciones del ministerio católico
como institución. Pero sus preocupaciones profundas antes que metafísicas eran
éticas. Su fe se arraigaba en el evangelio de los pobres. No era un moralista
sino un indignado.
A pesar de
formar parte del grupo de Julio Scherer (era un virtuoso para cabecear en el
semanario Proceso), Leñero fue un
escritor marginal. Odiaba las camarillas, las escuelas y las mafias artísticas.
Estuvo peleado por décadas con Fernando Benítez y Emmanuel Carballo, líderes de
cenáculos literarios. Irónicamente, su mejor libro (a mi gusto) fue “Los
Periodistas”, crónica novelada sobre la expulsión de Scherer y sus incondicionales
de la dirección del periódico Excélsior,
en los años setenta.
“Los
periodistas” debería ser el libro de cabecera de los reporteros de México.
Frente a tanto gacetillero de quinta que se elogia a sí mismo en sus columnas,
usando la primera y tercera persona del singular, machacando la objetividad,
Leñero fue modelo de humildad. Narró uno de los pasajes más nefastos de la
censura del Estado Mexicano, de la cual fue protagonista, tomando distancia
crítica y sujetando su ego. La prosa de ese libro no desmerece frente a lo
mejor del genero de no ficción publicado en cualquier parte del mundo.
Lo esperado
llega en el instante más inesperado. Leñero, fumador empedernido, defendió a
capa y espada el derecho al tabaco. Ese vicio lo mató ayer. Era un hombre viejo
y sabio que sabía decir las cosas por su nombre. Lo vamos a extrañar. ¿Gran
periodista o buen novelista? No lo se, pero ambos oficios pierden en México a uno
de sus plumas más admirables.
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