Se dice que las redes sociales como Facebook o Twitter
empobrecen el idioma español. Internet le ha dado un golpe de Estado al
lenguaje. Al simplificar las oraciones de un post, al abreviar textos en
WhatsApp, al telegrafiar en vez de redactar, los argumentos se tornan
elementales; se estrechan los horizontes de la palabra. Creo, sin embargo, que
esta crítica es exagerada; carece de fundamentos sólidos.
Para empezar: ¿a qué español se refieren los críticos lingüísticos
de Internet? ¿Al español que se habla en España? ¿Al que se habla en México?
¿Al que se habla en Argentina? Un niño español no entenderá si le ordeno que no
juegue en el zacate, ni un español si le pido que se suba a la banqueta. Un
comensal mexicano se quedará mudo si un mesero en Cuba le ofrece boniato, pero
si le contesta que prefiere comer camote, el cubano no comprenderá que se trata
de la misma planta.
Imaginemos por un instante que el español fuera un idioma
homogéneo, sin fronteras geográficas y que Internet realmente lo estuviera
empobreciendo, incluso envileciendo porque lo escribimos y hablamos peor que
antes. ¿Lo empobrecieron también los argentinos desde que, en vez de decir
“lávate las manos”, dicen “laváte esas manos”? ¿Lo envilecimos los mexicanos
cuando cambiamos la palabra “mesón” por “casa de vecindad”, “convertible” en
vez de “descapotable”, “zíper” en vez de “cremallera”?
¿Desvirtuamos el buen uso del idioma cuando nos referimos a
los niños como “huercos” en Monterrey, “chamacos” en la ciudad de México o
“cipotes” en Managua? ¿Distorsionamos la palabra “momento” cuando en México
decimos “un momentito” y en Cuba “un momentico”? ¿O cuando cambiamos el vocablo
“aparcar” por “estacionar” y “ticket” por “boleto”? ¿O cuando dejamos de usar
palabras como “altozano”, “colina”, “cueto”, “collado”, “otero”, etcétera, y
todas las reducimos a “lomas” y “cerros”? La respuesta es no. El idioma es
dúctil, moldeable, y con él hace la gente lo que le pega la gana. Ahí está,
como ejemplo, la picardía mexicana y su rica colección de albures.
Un filólogo se enojaba conmigo porque en vez de decirle “que
bien que haya venido” lo recibía con un “qué bueno que vino” o le contestaba
“ya se fue” en vez de “ya de ha marchado”. Luego se burlaba de mi porque en vez
de “alquilar un coche” yo “rentaba un carro”, o en vez de pedirle “charlar” lo
invitaba a “platicar un ratito” (en España, el vocablo “platicar” es un
arcaísmo que causa mucha gracia, ya no se diga una “platicadita”).
Pero que no cunda el pánico: Internet no empobrece el
idioma. Al menos no lo empeora. En todo caso, lo nutre y lo ajusta a las
necesidades actuales de comunicación. El analfabeta funcional lo es con o sin
cuenta en Facebook. Pretender ser puristas del lenguaje es como exigirle a Kim
Kardashian que proteja su trasero de las miradas obscenas. Too late. Así que no pasa nada si mandamos un mail, hacemos un
meme, escribimos un post, chateamos por Inbox, tuiteamos, abrimos un blog o nos
dejamos invadir por anglicismos, barbarismos y novedades semejantes.
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