“No la satisfago” se acongojaba el viejo
diplomático francés, en la fiesta de Nueva York, a mediados de los años
sesenta. Al amanecer, Times Square era una danza de luces de neón. Bebía una
copa de Petrus y vigilaba a su mujer: veinte años más joven, peligrosa y
vulnerable que él y dispuesta cada noche a chupar sangre joven.
Como su origen era lituano y machista, el
viejo diplomático soñaba con frenar el libido de su esposa, él que había sido
un don Juan sin límites. Se hundía en su silla, con la resignación del
excombatiente y del novelista caído en desgracia, que perdía todas las batallas
de la edad y sufría las miserias del paso del tiempo. Enhiesto sólo el recuerdo
de sus antiguas glorias de cama.
Amaba a su mujer con esa atracción por la
infidelidad que tienen muchos franceses. La quería a pesar de sus veinte años
de diferencia. Y a que ella no ocultaba su lujuria. Era actriz. Cuánta
nostalgia por aquellos días cuando la doblegaba como tigre en celo. Y bebía
hasta la última gota del Petrus. Entonces lloró como el cobarde que no era ni
lo fue jamás.
“¿Cómo se llama ese joven del bigotito?” le
preguntó al mesero, sólo para matar el tedio. El mesero soltó el nombre del
afortunado: “Carlos Fuentes, hijo de un diplomático de México”. El viejo se
tocó la ingle y reconoció su humillación ante las embestidas sexuales del
rival. “Malditos sudamericanos” le susurró a nadie. Muy cerca suyo los jóvenes
se besaban, se acariciaban. Y el viejo limitado a los rescoldos sensuales del
voyerista.
Se incorporó de la silla cuando su mujer le
llevó al mexicano, su amante de turno. Se sintió ridículo con la copa vacía, en
la mano. “Qué tal, amigo” lo saludó, “Soy Romain Gary, novelista como usted,
judío como no lo es usted, Premio Goncourt como no lo es usted, luchador de la
Resistencia como no lo será usted, impotente como no lo es usted y pareja
formal de esta hembra de nombre Jean Seberg”. El mexicano tenía aire de bon
vivant, de galán de celuloide, con su bigotito fino, la facha soberbia que le
recordó a sí mismo cuando era joven y había fornicado con media Francia.
¿Acabaría como él?
Jean Seberg y Carlos Fuentes se apartaron a un
rincón. La fiesta entró en su cenit de cansancio: “hasta la perdición fastidia
cuando las horas avanzan” pensó Romain Gary. Un diplomático suyo le confió el
secreto de su rival mexicano: vivía metido en su pedantería. Inflaba su ego
acostándose con celebridades del cine. Ajeno al destino de su propia familia,
dedicado a forjarse un nombre en la literatura universal. Junior sin alma,
seductor de jóvenes bonitas como Jean Seberg. Su ex esposa, Rita Macedo, otra
actriz, le acababa de pedir el divorcio, harta de sus infidelidades.
“Tonta ella que no lo satisface a él, como yo
tampoco a Jean”, pensó Romain Gary. Midió el valor que tiene para el ego el don
vulgar de una buena erección. Recordó un chiste lituano: los viejos no quieren
ponerse preservativos porque a su edad la pinga ya no resiste más peso. Pidió
otra botella de Petrus e imaginó su próxima novela, la historia de un hombre
maduro que sufre la infidelidad de su mujer porque no puede satisfacerla
sexualmente. Decadencia sin consuelo.
La novela que después publicó Romain Gary, con
pseudónimo, en 1975, fue mediocre pero en ella se burló de su propia impotencia
sexual. La tituló: “Más allá de este límite, su billete no es válido”. Carlos
Fuentes también escribió una novela, aún más mediocre, basada en sus amoríos
con Jean Seberg, pero en la cual el fregón es él: “Diana o la Cazadora Solitaria”
(1994).
Muchos años más tarde,
en 1979, la policía encontró el cadáver de Jean Seberg en un carro, en el
barrio de Passy, en París. Se suicidó dejado encendido el motor e introduciendo
el escape en la cabina, con los vidrios arriba. Otra mañana de 1980, la policía
descubrió el cadáver de Romain Gary tendido en su cama, con la cabeza
destrozado por un tiro de revolver. Una tarde de 1993, la policía halló el
cadáver de Rita Macedo dentro de un carro. Se suicidó con un tiro en la boca,
en la cochera de su casa de México. Carlos Fuentes los sobrevivió a los tres y
siguió escribiendo sus novelas raras. Fue más longevo que Romain Gary, pero
para los años de su vejez y fama, ya se había inventado el Viagra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario