17 diciembre 2014

Carlos Fuentes y las amantes suicidas

“No la satisfago” se acongojaba el viejo diplomático francés, en la fiesta de Nueva York, a mediados de los años sesenta. Al amanecer, Times Square era una danza de luces de neón. Bebía una copa de Petrus y vigilaba a su mujer: veinte años más joven, peligrosa y vulnerable que él y dispuesta cada noche a chupar sangre joven.
Como su origen era lituano y machista, el viejo diplomático soñaba con frenar el libido de su esposa, él que había sido un don Juan sin límites. Se hundía en su silla, con la resignación del excombatiente y del novelista caído en desgracia, que perdía todas las batallas de la edad y sufría las miserias del paso del tiempo. Enhiesto sólo el recuerdo de sus antiguas glorias de cama.
Amaba a su mujer con esa atracción por la infidelidad que tienen muchos franceses. La quería a pesar de sus veinte años de diferencia. Y a que ella no ocultaba su lujuria. Era actriz. Cuánta nostalgia por aquellos días cuando la doblegaba como tigre en celo. Y bebía hasta la última gota del Petrus. Entonces lloró como el cobarde que no era ni lo fue jamás.
“¿Cómo se llama ese joven del bigotito?” le preguntó al mesero, sólo para matar el tedio. El mesero soltó el nombre del afortunado: “Carlos Fuentes, hijo de un diplomático de México”. El viejo se tocó la ingle y reconoció su humillación ante las embestidas sexuales del rival. “Malditos sudamericanos” le susurró a nadie. Muy cerca suyo los jóvenes se besaban, se acariciaban. Y el viejo limitado a los rescoldos sensuales del voyerista.
Se incorporó de la silla cuando su mujer le llevó al mexicano, su amante de turno. Se sintió ridículo con la copa vacía, en la mano. “Qué tal, amigo” lo saludó, “Soy Romain Gary, novelista como usted, judío como no lo es usted, Premio Goncourt como no lo es usted, luchador de la Resistencia como no lo será usted, impotente como no lo es usted y pareja formal de esta hembra de nombre Jean Seberg”. El mexicano tenía aire de bon vivant, de galán de celuloide, con su bigotito fino, la facha soberbia que le recordó a sí mismo cuando era joven y había fornicado con media Francia. ¿Acabaría como él?
Jean Seberg y Carlos Fuentes se apartaron a un rincón. La fiesta entró en su cenit de cansancio: “hasta la perdición fastidia cuando las horas avanzan” pensó Romain Gary. Un diplomático suyo le confió el secreto de su rival mexicano: vivía metido en su pedantería. Inflaba su ego acostándose con celebridades del cine. Ajeno al destino de su propia familia, dedicado a forjarse un nombre en la literatura universal. Junior sin alma, seductor de jóvenes bonitas como Jean Seberg. Su ex esposa, Rita Macedo, otra actriz, le acababa de pedir el divorcio, harta de sus infidelidades.
“Tonta ella que no lo satisface a él, como yo tampoco a Jean”, pensó Romain Gary. Midió el valor que tiene para el ego el don vulgar de una buena erección. Recordó un chiste lituano: los viejos no quieren ponerse preservativos porque a su edad la pinga ya no resiste más peso. Pidió otra botella de Petrus e imaginó su próxima novela, la historia de un hombre maduro que sufre la infidelidad de su mujer porque no puede satisfacerla sexualmente. Decadencia sin consuelo.
La novela que después publicó Romain Gary, con pseudónimo, en 1975, fue mediocre pero en ella se burló de su propia impotencia sexual. La tituló: “Más allá de este límite, su billete no es válido”. Carlos Fuentes también escribió una novela, aún más mediocre, basada en sus amoríos con Jean Seberg, pero en la cual el fregón es él: “Diana o la Cazadora Solitaria” (1994).
Muchos años más tarde, en 1979, la policía encontró el cadáver de Jean Seberg en un carro, en el barrio de Passy, en París. Se suicidó dejado encendido el motor e introduciendo el escape en la cabina, con los vidrios arriba. Otra mañana de 1980, la policía descubrió el cadáver de Romain Gary tendido en su cama, con la cabeza destrozado por un tiro de revolver. Una tarde de 1993, la policía halló el cadáver de Rita Macedo dentro de un carro. Se suicidó con un tiro en la boca, en la cochera de su casa de México. Carlos Fuentes los sobrevivió a los tres y siguió escribiendo sus novelas raras. Fue más longevo que Romain Gary, pero para los años de su vejez y fama, ya se había inventado el Viagra.

No hay comentarios: