Acabo de llegar de Cuba. El país ostenta los mayores niveles
de educación y salud. En deporte son los reyes de América Latina. Con varios
amigos recorrí la Isla. Un paraíso terrenal. Pero me prohibieron hospedarme en
casa de conocidos cubanos, a causa de una ley que no tiene pies ni cabeza. No
me interesaban los hoteles: quería conocer la vida ordinaria de las familias
tanto de La Habana como de Oriente. Tuvimos que dormir en los muy folclóricos
“room for rent”, modelo de “cuentapropismo” que decretó Raúl Castro en años
recientes, junto con los “paladares”, restaurantes particulares que compiten en
condición desigual con los del Estado. Sin embargo, la medida es insuficiente. “Es
por culpa del embargo” me aclaraba un vecino de allá.
Se ha dejado de cultivar la tierra: la tecnología agrícola está
obsoleta. Representa apenas 5% del PIB. La zafra forma parte del pasado: el país
ya no exporta azúcar como en los buenos tiempos. Otro 20% de la economía es petróleo,
importado a bajo precio de Venezuela, que luego revende el gobierno. Pero la
República Bolivariana está en crisis financiera. No carecen los cubanos de
gasolina como en los 90, pero la gente de La Habana prefiere convertir el motor
de sus almendrones (esos viejos carros de los cincuenta) de gasolina a diesel. La
capital de Cuba huele a aceite quemado.“Es por culpa del embargo” me decía un
vecino de allá.
En la Isla adquirí nuevos hábitos. Por ejemplo, buscar cada
mañana la más leve señal de Internet. La conseguí a precios muy elevados, luego
de largas filas para tomar una computadora vieja y atento al cronómetro de un
burócrata mal encarado. Pero los habitantes, si no son de alto rango, la viven
peor: apenas tienen permiso de acceder a un Facebook bananero y una aplicación
lentísima de correo electrónico. Y es que en Cuba vive la gente más generosa
del mundo, hasta que ostentan un alto cargo. La presunción del mínimo poder
económico o político personal recibe un nombre: cubanear. No perciben lo cerca que
están del colapso. “Es por culpa del embargo” me repetía un vecino de allá.
Ayer, Barack Obama anunció el final de la Guerra Fría con
Cuba. Se reestablecen las relaciones diplomáticas y comerciales rotas hace 50
años. Será más fácil para un extranjero invertir en la Isla y para los cubanos
recibir más remesas, más inversión extranjera y una salida honrosa a su
aislamiento: lo normal en un mundo interdependiente. El futuro apuntaba a
tratados comerciales de Cuba sólo con China, Rusia y Brasil. Pero Obama les ha
ganado a los tres por una cabeza. Es apenas el principio. Un primer paso para
derribar el muro de hostilidad histórica. Ayer mismo les regresé la moneda a
mis amigos cubanos: “ya no más culpas al embargo”. Nuevos acuerdos diplomáticos
y relevo generacional. Y a exhibir todos los almendrones en un museo. Junto con
otras glorias del pasado. Pero ya.
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